Deberíamos aplicarle cierta dosis de la «metafísica» de Descartes a la política. Tal vez se cuestionará el sentido de semejante proposición a estas alturas, cuando la filosofía ha visto bajar más corrientes que el Nilo, azuzada por los incontables vendavales de este mundo.
Fue un reconocido árbitro quien, hace un año, lo contó con un sufrimiento interminable, salido de bien adentro.
MIAMI.— La tortura se define como «un acto de causar daño físico o psicológico intencionalmente como venganza por un hecho cometido por la víctima o meramente para el entretenimiento del torturador». Este daño se puede causar de diversas maneras. La tortura está condenada en el Artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Las 191 vidas arrancadas de cuajo por las bombas que estallaron en cuatro de los trenes de cercanías de Madrid, el 11 de marzo de 2004, valían menos que los votos que tres días después esperaban cosechar.
Hay hechos que no se olvidan aunque los años les pasen por encima. Yo tengo grabado en la memoria como el primer día aquello que ocurrió en Manatí un día del mes de mayo de 1968. Ninguno de los testigos ha olvidado un detalle, porque fue una reacción exagerada, absurda y multitudinaria. ¡Ah, las pasiones...! Cuando se desatan y embisten en tromba no hay muro que las pueda controlar. Abstráigase por unos minutos, lector, e imagine...
El titular en la portada de El Nuevo Herald, en su edición del miércoles 5 de abril, me causa pena ajena. «Piden ayuda para niño con problemas visuales», dice la «compasiva» nota, para referirse al drama de un pequeño venezolano, Alfred Cárdenas, que ha llegado con sus padres a Miami, para que unos médicos salvadores lo ayuden a no quedarse ciego.
Fueron dos los atentados en Argel, la capital. Uno, contra el Palacio de Gobierno, dejó 12 muertos, entre ellos una mujer embarazada y dos niños. En el segundo, el objetivo fue una comisaría policial, y 12 personas quedaron tendidas en un charco de sangre. Más de 200 recibieron heridas.
Sr. Presidente, Sr. Cheney, Srta. Rice y demás personas implicadas:
«Y le quiero mandar un saludo, de verdad, de verdad, a toda la gente linda que hizo posible este concierto», remató el cantante, todavía sudoroso y agitado por las cabriolas que debe hacer en un escenario todo aquel que se proponga poner a los jóvenes a mover el esqueleto.
PEDRO, Ramón y Moisés fallecieron hace relativamente poco tiempo, después de los 70 años y de haber entregado sus respectivas existencias al bien de la nación.