Exactamente seis décadas después del debut de Jackie Robinson, el primer jugador negro en las Grandes Ligas del Béisbol de Estados Unidos, numerosos peloteros jugaron allí, el pasado fin de semana, vistiendo el número 42 de aquel legendario atleta.
De todas las frases célebres dichas en cualquier época por las grandes personalidades de la historia, pocas, muy pocas han conseguido aglutinar en sí mismas tanta sabiduría como esta que se le atribuye al prócer mexicano Benito Juárez: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz». Sintética y didáctica, apenas necesita el complemento de las explicaciones. ¡Hasta un niño de primaria captaría su mensaje!
Entre los pormenores que surgen a la luz pública destaca el hecho de que en el año 2005, el estudiante de lengua inglesa transformado en asesino estuvo recluido por problemas psiquiátricos, y resulta esto incongruente con el hecho de que pocas semanas antes de cometer la masacre, tranquilamente compró por 571 dólares la pistola semiautomática que utilizó. Plácida y abiertamente fue al mercado, porque hacía uso de lo dispuesto por la legislación estadounidense.
VIENDO la vida pasar —metido yo dentro de ella— a veces me pregunto si no estamos acometiendo la solución de nuestros problemas como si intentáramos, en una fiesta de cumpleaños, ponerle el rabo al burro: con los ojos vendados. Una vez, quizá tres o cuatro años atrás, usé la misma imagen, bien me acuerdo. Cuando eso ocurre, es decir, cuando me doy cuenta de que me voy a repetir, rectifico. Ahora, sin embargo, la dejo permanecer. Las circunstancias de aquel día siguen vigentes...
En octubre del año anterior fue publicado un interesante libro del economista español Luis de Sebastián titulado África, pecado de Europa, el cual agregó cifras pavorosas a las ya conocidas sobre la marginación del continente negro en el contexto económico mundial.
A pesar de que Posada está siendo procesado solo como un inmigrante ilegal que mintió acerca de su entrada en Estados Unidos, Saca mencionó los verdaderos cargos por los que debía ser encausado. Pedían lo imposible los abogados defensores del reo cuando, antes de celebrarse la audiencia del 3 de abril acerca de la fianza, reclamaban un jurado que no estuviera enterado de todo el historial de crímenes y manejos sucios que solo parece ignorar ahora la administración Bush, reticente a presentar las pruebas que tiene. A estas alturas de una batalla por la justicia que cada vez más excede al clamor de Cuba, ¿quién podría ignorar la sangrienta saga?
El 17 de abril de 1894 apareció en Patria el artículo «El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América» (O.C. T. 3 pp. 138-143). Tal vez nunca antes el Apóstol, de forma pública y tan explícitamente, proclamaba la clara comprensión que tenía de la indisoluble relación entre el quehacer interno del PRC en la preparación y desarrollo de la guerra necesaria y el contexto internacional en la que esta tendría lugar y los propósitos estratégicos que la animaban.
RAFAEL Cárdenas, de Artemisa, me escribe al periódico. En síntesis, él está convencido de que la falta de sentido crítico corroe cotidianamente nuestra vida social. Dice que hay quien vive en un pequeño mundo de desazón y desencanto. Que se queja sistemática y superficialmente de la calle, del transporte, de la burocracia, del costo de la vida, del trabajo, de la salud, de la mala fe de los demás, del calor y de la sequía. Hay quien da a ciegas la culpa de todo al otro y vira la espalda. Hay quien confunde la ética con la estupidez, la felicidad con las cosas y la política con lo que mejor le sirve. También, quien descalifica las ideologías en razón de algunos que se apropiaron de estas y repiten meras consignas en las que no creen.
«¡Qué payaso!», pensaba cuando Víctor salía tras un batazo, y después de cogerlo agitaba la mano enguantada y explotaba en brutales alaridos, o bien seguía hasta las cercas y se colgaba de ellas como un chiquillo presuntuoso.
No sé si es una exageración suya o un chiste trágico sobre los comienzos del llamado período especial cuando, en buen cubano, los soviéticos nos quitaron la escalera y nos quedamos prendidos de la brocha... apenas sin pintura.