Pocos regalos de la vida llegan por los caminos que se espera. La respuesta necesaria o la solución precisa podemos encontrarla en una fuente que no imaginamos nunca consultar. Y en esos momentos de incertidumbre y crecimiento, un cuerpo de papel y alma se presta más que nada a servirnos de refugio y aliento. Como amigo de hombro y lágrimas, cual psicólogo de primera mano, idéntico al abrazo más ideal… ahí está el libro que sale del alma de seres inmensos.
Mi nombre es una mezcla graciosa de santoral de cumpleaños con la fiebre «yuyuyú» de los pasados 80. La segunda parte me vino sola por el almanaque; esa no tuvo ni ha tenido nunca discusión. Pero la primera fue un capricho hasta simpático de familia que no podía dejar que el niño fuera menos que los demás. Eso de llamarse Daniel, Alejandro o Ángel, como mi padre, en tiempos en que los Yosnovi, los Yokadys, los Yulkemis, las Yasneiky y los Yoanky, demostraron que sí valía el invento, podía sacar al bebé de la moda. Y no había por qué.
Parece ser que el parque de mi adolescencia volverá a salir de las penumbras. Poco a poco, en un suceso discreto que para mí es todo un acontecimiento, una brigada ha estado colocando los tubos de hierro que sostendrán las luminarias.
Lucía no puede escaparse de una crónica. El nombre significa luz, la que nació con la primera luz del día y, quizá también por ello, Joan Manuel Serrat le cantó a una mujer, en honor a un amor extraordinario que no se puede olvidar. Son tantas las veces que tarareo ahora: Vuela esta canción para ti Lucía, la más bella historia de amor…
¿Habremos perdido la noción de la elegancia? ¿Estaremos migrando a una época en la que los cánones del buen vestir no son más que historia? Andar «pepillo», con «lo último» o «la moda», ¿será suficiente para pensar que se viste correctamente?
Hay que ver cómo se pone cuando, como quien no quiere las cosas, la llamo para decirle que pasaré por casa para darle un beso cálido, pero fugaz. Entonces, Juana, intuyendo que no le he dicho todo, me «come» a preguntas: «¿Y vienes solo?». «Bueno..., es que estamos en las Asambleas Provinciales de la AHS (Asociación Hermanos Saíz)... », le respondo entre dientes tratando de «protegerme». «A ver, José, ¿cuántos son?», insiste porque presiente que hay gato encerrado. «Es una guagua... pero pequeña...». «¿Cuántos, José? No me des más vueltas», y eso sale de su boca con una dulzura risueña que me acaricia, incluso, a través de la línea telefónica.
Aunque la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia, omitir parte de una historia puede influir en que quede incompleto el conocimiento que se quiere transmitir o perpetuar por su importancia, interés o pertinencia.
Una de las mentiras mejor estructuradas dentro de la mal llamada democracia representativa es la de afirmar que, en donde está implantada, el pueblo goza de plena y absoluta libertad. Es mentira que se ejerza, a plenitud y en toda la extensión de la palabra, la libertad de expresión, la libertad de movimiento, la libertad de prensa y, ni tan siquiera, la libertad económica.
En algunas de nuestras ciudades es usual encontrarse una cantidad inusitada de personas recorriendo sus centros urbanos durante el horario laboral. Visitantes extranjeros han mostrado su asombro ante el hecho, cuyas manifestaciones y posibles causas también han sido examinadas críticamente por muchos compatriotas.
Cuentan que un día cierto dirigente del Partido preguntó en una asamblea a un funcionario las causas de un incumplimiento. Puesto de pie, el señalado aseguró que le faltó trabajo y control y que merecía todos los regaños: «¡Por eso me autocritico delante de mis compañeros!». Fue entonces cuando el cuadro, quien escuchaba pacientemente, le respondió: «No has medido bien las consecuencias de tus actos; así que no te autocritiques: ¡autobótate!»