Mamá, no te quiero ver llorando… mamá, yo me voy a portar bien, para que tú me vuelvas a querer… Así cantaba Carlitos, con una voz melódica y temblorosa, la canción que inventó para dedicársela a quien lo trajo al mundo. Yo estaba ahí, muy cerca de la puerta, con los ojos desbordados y tuve que dar dos pasos hacia atrás, para que ni él ni los demás se dieran cuenta.
Esos muchachos y muchachas de 13, 14 y 15 años compartieron con quienes visitábamos el lugar todo lo que sabían de carpintería, de mecánica, de restauración del calzado, de albañilería, de costura, de artesanía, y de un montón de otras cosas que todos los días les enseñan como parte de la formación que reciben para su futura independencia.
Estaban todos allí, desde hace casi dos años, en la Escuela de Formación Integral (EFI) José Martí, a la que ingresan aquellos menores de 16 años que han incurrido en algún delito o presentan trastornos agravados de la conducta. Hace pocos días volví a la institución y los busqué, a Carlitos y a sus amigos, pero ya no estaban; habían cumplido el período establecido para su estancia.
En esta última visita tragué en seco varias veces, porque de repente es fácil verlos ahí, vestidos con sus uniformes, bien peinados y limpios, sonriendo y conversando, mas no es tan sencillo imaginar qué trampas les debió haber puesto su pasado y qué les depara el futuro.
¿Por qué cada uno de ellos está ahí?, me preguntaba. No es bueno hurgar en las causas de todo, porque en ocasiones se corre el riesgo de no ser lo suficientemente fuerte como para enfrentar la verdad.
No obstante pregunté, y supe que a muchos les falta el amor y la dedicación constante de los padres, como le sucedió a Carlitos, y por ello emergen en su conducta comportamientos que deben ser corregidos. Otros tienen a los abuelos ya muy ancianos, y no pueden ser asesorados con la urgencia que esas edades requieren, y algunos se sienten muy solos, pues en no pocos casos otros miembros de su familia cumplen una sanción penal, y también han incurrido en hechos delictivos.
Comprendí además que, cuando se les colocan etiquetas a los muchachos, luego es muy difícil que quieran y puedan desprenderse de ellas, y casi nunca dejan de identificarse como los «problemáticos» o los poseedores «de un potencial delictivo».
¿Cómo pueden cambiarlas después? ¿Cómo las estructuras sociales y comunitarias pueden suplir los déficits familiares y afectivos, y elevarse por sobre prejuicios y desmovilizaciones para buscar la salvación espiritual, material y moral de estas criaturas?
La imagen de Carlitos vuelve a mi mente, junto a la de aquella muchachita, «esa, la delgadita que lleva espejuelos», que no quería abandonar la escuela, aunque eso significara la confirmación de su buena conducta y aprendizaje, y confesó que: «Aquí encontré un espacio feliz, aquí me celebraron los 15, y aunque mi mamá no estuvo, tengo muchas fotos que algún día podré enseñarle».
En este centro se deja a un lado la lista de incidencias que pueda reunir su expediente, y cada uno de esos adolescentes, rodeados de profesores, psicólogos, terapeutas y otros especialistas, teje su futuro.
Es terrible percatarnos de que lo peor que pudo pasarles es haber nacido en un medio familiar en el que el amor, los abrazos, la conversación amena, el tiempo compartido en un parque cedieron ante otro tipo de «prioridades».
Sin duda, cuando una familia no funciona como tal, cuando ese núcleo de la sociedad anda mal, los retoños pueden desperdigarse. Y qué bueno que hay centros como este, donde se les garantiza atención, cariño y orientación, pero la pregunta que no me abandona desde que salí de la EFI José Martí es qué puede pasar cuando abandonan los muros de esa institución.
Sí, ¿quién puede decirme qué pasó con Carlitos cuando cumplió su mayoría de edad y regresó a su casa, a su solar, a su edificio, a su barrio? Su mamá en ese entonces ya podrá estar esperándolo. ¿Y si no? Si Carlitos ansía el abrazo y el beso postergados y no llegan, ¿qué pensará? Si se quieren resolver las urgencias económicas en el hogar por caminos retorcidos y él se niega, ¿qué ocurrirá?
Yo quiero que Carlitos cante, y que sea otra su canción, pero no depende solamente de él.