Acuse de recibo
El 28 de abril del presente año reflejé aquí la denuncia de Gabriel Zambrano, residente en Surgidero de Batabanó, quien envió el 25 de enero un paquete con útiles de pesca, por expreso ferroviario, a su hermano Ricardo Zambrano, en la ciudad de Manzanillo.
Relataba Gabriel que cuando el envío llegó a su destinatario, lo que contenía era una tapa de olla Reina, sacos viejos y tarecos. Una verdadera burla y humillación, a más del descarado robo.
Con demasiado atraso ante un tema tan sensible, es que llegó a nuestra redacción el pasado 22 de noviembre la respuesta de Enrique Carballo Barbón, director de FERROMET (Ferrocarriles de Ciudad de La Habana), quien precisa que tanto Gabriel como Ricardo fueron visitados por funcionarios de esa entidad, para esclarecer los hechos.
Y señala que «no existe duda alguna sobre la veracidad de la reclamación, pero apuntamos que la misma se produjo dos meses y 20 días después de haber recibido el compañero quejoso su bulto, por lo que las vulneraciones por el tiempo transcurrido no nos permitieron realizar oportunamente la investigación requerida para determinar los responsables y aplicar las medidas correspondientes».
Refiere que el Reglamento para el servicio Expreso por Ferrocarril No. 328-00 del Ministerio del Transporte, establece en su artículo 34 que en la nave de expreso o estación donde se haya detectado la avería o el faltante de algún bulto, se llenará el modelo de reclamación, remitiéndose inmediatamente al departamento de reclamaciones de la Agencia de Expreso donde se recibió o debía recibirse el bulto para su localización.
Si bien el cliente debe hacer la reclamación a tiempo, como indica el directivo, lo más lamentable de esta historia es que sucedan impunemente tales tropelías en el servicio de expreso ferroviario, las cuales enlodan el prestigio de muchos trabajadores honestos de esa entidad.
A más de una disculpa pública con los hermanos Zambrano en su respuesta, hubiera sido muy saludable conocer qué harán los Ferrocarriles de Cuba para evitar que algún que otro ratero de baja calaña en sus filas, y además cínico, haga de las suyas con los envíos del cubano, a costa de muchos sacrificios.
Arturo Deprit Rosell (Calle 23 No. 551, apto. 5, Vedado, La Habana) es un arquitecto aún activo, de 73 años, que hace unas semanas visitó la bóveda de su familia en el Cementerio de Colón, y detectó el mal estado de los muros de la misma.
Pensó solicitar autorización para llevar un albañil y los materiales necesarios para esa reparación. Le preguntó a un trabajador de la necrópolis, quien le indicó que viera al compañero Clemente, o al ingeniero Bauta.
Sin identificarse Arturo como arquitecto, Clemente le respondió que ese trabajo lo hacen ellos con las brigadas que tienen. Sorprendido, Arturo le preguntó cuánto costaría el arreglo, y la respuesta fue no hablar de dinero, que eso iba por ellos.
En eso llegó el ingeniero Bauta, y al verlo, Arturo lo reconoció, pues hacía ya un tiempo había estado en el Hospital Oncológico, donde Arturo trabaja, para ejecutar allí una bella obra, del escultor Lesmes la Rosa, llamada Monumento a la Esperanza, inaugurada meses después.
Ya identificados, Arturo le pidió de favor que la bóveda estuviera reparada para el 15 de octubre, aniversario de la muerte de sus dos hermanos.
«Así ha sido —señala— y me queda, además del agradecimiento, el deseo de que se conozca que existen todavía personas e instituciones que trabajan para el pueblo, sin necesidad de privilegios, y calladamente».
Esa es Cuba también, aunque algunos solo vean sus sombras y fealdades. No es la primera vez que recibo elogios del trabajo sostenido de recuperación de los servicios necrológicos en el Cementerio de Colón en los últimos tiempos, así como en otros, pasados, llegaban muchas quejas e insatisfacciones de ese camposanto. Al César lo que es del César.