Papá Estado se convenció definitivamente de que la familia Cuba no puede prosperar con tanta sobreprotección igualitarista, al extremo de que sus hijos laboriosos y esforzados se desgasten trabajando y no progresen como desean, para que sus hermanos vagos y extraviados vivan muchas veces mejor, del invento y el engaño medrando con las dificultades.
El viejo paternalista comprendió que él es el máximo responsable de que la familia entera no confluya en el esfuerzo, y de muchos acomodamientos y desviaciones en una parte de su cría. «Dale un pez a un hombre, y comerá hoy, enséñale a pescar y comerá el resto de su vida», reza el sabio proverbio chino que este patriarca, tan generoso con sus hijos, no supo aplicar con todo rigor, al extremo de que ni los peces ni los panes han podido multiplicarse con holgura en ese hogar.
Ahora Papá Estado está cambiando las reglas del juego, porque no supo siempre, o no pudo, encauzar a sus muchachos en el fundamento de que todo sale del trabajo. Y aún muchos de esos mantenidos se creen merecedores, hagan o no hagan nada por la familia.
Su paternalismo llegó al extremo de crear alrededor de la hacienda Cuba una cortina rompevientos amortiguadora de cuanto problema proviniera del exterior. Y se las arreglaba para cubrir muchas necesidades de sus hijos, como si la economía de esa gran familia no dependiera de lo que fluye por esos caminos sin fin. Incluso, en su afán sobreprotector, generó demasiados frenos y obstáculos para que sus vejigos emprendieran por cuenta propia sus destinos, y así ayudar también a la familia.
Hasta aquí la parábola que cualquier cubano identifica al momento, con suma actualidad. Ahora Papá Estado rectifica y está acelerando las transformaciones de su modelo económico en el momento más difícil en lo externo y en lo interno, dejando atrás muchos atavismos. Porque en ello nos va la vida. Y entre esos cambios, el ordenamiento monetario, la consiguiente reforma general de salarios, pensiones y prestaciones y la reforma de precios y tarifas consiguiente ya están a las puertas, para transparentar la economía cubana en todos sus circuitos.
Tal como se avizora, ese proceso que se dispara con el nuevo año, traerá complejidades y desafíos desde un primer momento, como todas las curas de caballo que pretenden sanear. Al respecto, las autoridades cubanas han reconocido que se generará inflación, de la cual solo podremos ir saliendo gradualmente con la recuperación económica que se derive de los propios cambios. Pero no será fácil ni cómodo el ascenso para que el trabajo llegue a ser fuente de prosperidad y necesidad ciudadana.
Por lo tanto, el escenario en lo inmediato es de suma delicadeza. Hay que manejarlo con mucha inteligencia y sensibilidad. Requiere un seguimiento sistemático al pie de las propias transformaciones, para detectar a tiempo los nuevos problemas que pueden traer las soluciones que se estrenan. Y habrá que tener muy en cuenta tanto los estados de opinión del pueblo como los diagnósticos de las ciencias económicas y sociales.
Ya tendremos tiempo para diversas reflexiones. Hoy solo mencionaré la nueva relación precios y tarifas-salarios-pensiones-prestaciones. Aun cuando esa imbricación pueda haberse fundamentado en estudios acuciosos, en lo inmediato lo más saludable sería seguir muy de cerca su aplicación en la vida real, con la diversidad de situaciones muy particulares que puedan presentarse.
No es momento de desesperarse, ni de aventurar criterios ya prejuiciados. Pero hay que adelantarse en prever impactos allá abajo en el barrio y la familia. Y es esencial la atención ágil de los consejos populares, los trabajadores sociales y los gobiernos municipales. Allá abajo es donde se le ponen rostros e historias muy personales a las cifras que se manejan globalmente.
No se puede estar esperando por orientaciones de arriba ni arguyendo laberintos burocráticos mientras alguien quede al pairo. Hay que detectar y atajar a tiempo los focos de vulnerabilidad que se deriven de las propias medidas. Con lupa, para llegar abajo y hacer cumplir al pie de la letra, todos los días, ese lema avizor de que nadie quedará desamparado. Es asunto de alta política.