Los rumores se hacían cada vez más intensos. Correos electrónicos iban y venían reproduciendo hipotéticas informaciones de las fuentes más diversas y exóticas. Ya muchos comentaban la «noticia» dándola por segura: Silvio Rodríguez se iría a vivir indefinidamente a Chile en el transcurso de este naciente 2008.
«Fantasma de la crítica recorre Cuba de Raúl Castro», «Jóvenes cubanos critican a dictadura». «Quieren ver el mundo real», «La mirada crítica de Silvio», «El periódico comunista critica al Partido Comunista», «La bola de nieve de la crítica llega en Cuba incluso a círculos oficiales», «Intelectuales cubanos se abren a la crítica sin tapujos»... así titulan en las últimas semanas varios medios del mundo las noticias sobre el debate interno en la sociedad cubana al rebotar despachos de corresponsales de prensa acreditados en La Habana.
A pesar de que los tres últimos viernes he intentado analizar el valor de tres palabras —flexibilidad, racionalidad y realismo—, nadie por ello puede inferir que mis escritos hayan pretendido ser una sucursal medio herética del diccionario de la lengua. Solo me ha guiado una intención política. Mal que bien, esta sección se ha empeñado en cobijar visiones políticas.
¿Algún halo espiritual tocó acaso al multimillonario Cavaliere, para hacerle profetizar con tanta certeza que el gobierno de centro-izquierda de su rival duraría menos que un merengue a la puerta de un colegio?
José Martí.
El artista, el público y la crítica son componentes inseparables de toda entrega creadora o interpretativa. Se trata de factores que interactúan y expresan visiones que coexisten sin ser necesariamente coincidentes. En esta interrelación las valoraciones del público y la crítica fungen como inevitables jueces de la labor artística. Suelen dictaminar el éxito, e...
Eso ocurre con casi todo, incluyendo las ide...
A la distancia la descubrió con su vista de águila sobre el banco del parque. Entonces apretó el paso, y al llegar se sentó pegadito a la cartera. Respiró profundo, mientras sus ojos iban de un lado a otro para ver si alguien lo espiaba. Acababa de comprobar que nadie en específico se estaba fijando en él.
Si nuestros sistemas políticos fueran lo que dicen ser, en todos los parlamentos se estaría discutiendo ahora una gráfica elaborada por Mathis Wackernagel, investigador del Global Footprint Network (California). Pero no parece que el asunto haya llamado demasiado la atención. Y sin embargo, la gráfica resulta demoledora para las más firmes certezas de nuestra clase política y, por supuesto, para los criterios más evidentes de los votantes. Sobre todo, en un mundo político en el que izquierda y derecha se llenan la boca con los objetivos del «desarrollo sostenible».
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Y para que nadie dude de su absurdo, pero irrefrenable anhelo, renuncia a lo...