¿Librería o almacén? Más que una interrogante, esas tres palabras conforman una disyuntiva. Uno se adentra en la librería y allí encuentra volúmenes de las materias más disímiles. Desde literatura hasta ciencias políticas sin pasar por alto las biografías y hasta libros de las editoriales provinciales. Casi todos los que alcanza mi vista poseen un denominador común: son textos que llevan un tiempo largo sin venderse.
Recientemente, el diario británico The Guardian lo tildó de el más grande ejercicio de falsa conciencia que ha visto el mundo, y de simulado movimiento de base espontáneo de ciudadanos preocupados, cuando en realidad ha sido fundado y está siendo financiado por la élite de los bimillonarios, aunque algunos de sus integrantes se crean adversarios de los grandes intereses económicos.
El periplo multilateral del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que abarcó países de Europa, Asia y África, ya fue analizado y calificado por la Casa Blanca.
Por enésima vez ocurrió felizmente lo de siempre. Nuestros linieros, emblemas de vergüenza y leyendas vivientes, pusieron pecho y destreza para devolver a miles de hogares habaneros, en horas, la luz eléctrica perturbada por un fenómeno meteorológico, que tan pronto pasó dejaba en el aire la pregunta de si Paula fue en realidad depresión, tormenta o huracán pigmeo hasta que llegaran las explicaciones autorizadas.
Los dos artistas estrellas subieron al escenario del multitudinario carnaval y empezaron a disparar una sarta de palabras «magníficas», mitad alarido, mitad disfonía. Y se mofaron a gritos del gordo y del feo, del guajiro y del «blandito», del viejo y la suegra.
No hay derecho a estar triste. No hay razón alguna para escribir de penas, cuando uno ve la felicidad chispeando. Sí, la felicidad, la quimérica, recóndita, imposible felicidad, ahí al doblar de un acorde, a la distancia de un abrazo.
Si existiera el indicador de metros cuadrados de oficinas por habitante, quizá nos sorprenderíamos con el área que ocupan las funciones burocráticas y administrativas, en un país con un fondo de vivienda tan deficitario. Dedíquese a andar La Habana con esa mirada, y concluirá en que merecen estudios las capacidades espaciales de organismos, instituciones y organizaciones; que en muchos casos ocupan residencias y edificios, concebidos originariamente para fines habitacionales.
Con su lente que mira y atrapa donde otros quizá no vean nada hermoso, el amigo Kaloian atrapó y me hizo llegar imágenes de tendederas en Caibarién, ese pueblo de pescadores al centro de la Isla.
La humildad cabe en el símbolo de la señal de tránsito que advierte: por aquí no se pasa. Tanto se le teme que muy pocos aceptan hoy asumir el crédito bochornoso de ser humildes, salvo en las autobiografías políticas: «Nací en el seno de un hogar humilde…». Nos enaltece haber nacido humilde, en casa pobre y honrada, pero no ser humilde, porque entonces la relación es diversa, casi opuesta.
La evolución de la especie no ha sido suficiente para evitar una y otra vez el error. Lo mismo de persona a persona, entre los gobiernos y el pueblo o entre naciones, la capacidad de escuchar de nuestra raza queda en entredicho, mientras el mundo sigue patas arriba. En no pocos puntos del planeta grupos minoritarios de seres humanos luchan por no morir desangrados mientras el «desarrollo» intenta alcanzarlos u otros pretenden imponerlo. ¿Por qué será?