BUENOS AIRES.— «¿Cómo te llamás?», le pregunté con el deseo de no ser descubierta. «Para qué me preguntás, si vos sos extranjera» —me respondió, convencido de que mi acento había sido fingido—. «Mejor compráme uno de estos», y enseñó una tira de paquetes de chicles... «Son diez pesos», insistió. «Justo ahora no tengo», le dije. De inmediato se levantó de mi lado con su caja en la mano y comenzó a recorrer el vagón. «Me llamo Matías y eso no te sirvió de nada», protestó y retomó en silencio su rutina de venta.
El odio que ciertos cubanos que viven en Miami le profesan a todo lo que huela a Cuba es, además de enfermizo, totalmente irracional. Odian cuanto venga de la Isla y cuanto suceda en ella. Lo único que les interesa de allá es lo que dicen o hacen sus compinches mercenarios y carnavalescos, que viven de las mesadas que estos les envían desde acá.
Cuando le metí el puñetazo, en pleno rostro, el primer sorprendido fui yo. Sin pensarlo, la mano se me había escapado y lo dejé sentado, de nalgas, en el piso. Asustado, quedé de una pieza. ¡Me había atrevido a desafiar al guapo del grupo! Los compañeros de aula rompieron mi pánico y me aplaudieron, por primera vez, como su héroe.
«Hablemos de sexo», me dijo mi vecina tres meses mayor y mi compañera en el juego de las casitas, mientras yo trataba de dormir a mi muñeca-bebé y preparar algo digno de comer (tan digno como me permitían imaginar mis escasos siete años).
Telúrica, avasallante y sublime resulta la acción política y humana de los grandes hombres y mujeres de la vida, que luchan para ser hacedores de las causas más nobles de la humanidad junto con sus pueblos. Acercarse al más alto escalafón de la especie humana es estar cerca del sol para convertirse en fuego sagrado para siempre. En esta dimensión revolucionaria ilumina y vive victorioso el Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana Socialista, Hugo Chávez Frías.
SANTA CLARA, Villa Clara.— El regocijo se nos vino encima, cuando sentados frente al televisor, escuchamos desde ese pedazo de tierra entrañable que es el Moncada, las palabras dignas sobre nuestro país de un grupo de presidentes latinoamericanos, caribeños y el canciller de Ecuador.
Si es usted de los que sale temprano a la calle, ya sabe a quiénes me refiero. Pero no es solo a esa hora en la cual podemos encontrarlos haciendo su trabajo, porque es común verlos igual —durante todo el día y ya entrada la noche— pasando la escoba en cuadras, calles y avenidas, o en viaje hacia el vertedero de la ciudad para llevar los desechos.
Veo el viejo ataúd de plomo —abierto y reemplazado por uno de madera hace tres años en el Panteón Nacional—, algunas partículas de su cuerpo dentro de las vitrinas de cristal, las botas que usó en campañas admirables… y no dejo de pensar que ese hombre, todavía es, en ciertas porciones de su vida, un desconocido.
Desde que Mariano Rajoy de manos de su neofascista Partido Popular llegó a la presidencia del Gobierno, España se ha visto envuelta en una serie de escándalos de corrupción que están llevando a este a las mismas puertas de la cárcel. No sabemos si eso va a llegar a suceder o no, pero tiene grandes posibilidades. Hasta el momento en que escribo este comentario, la situación política del jefe de la ultraderecha española es bastante inestable y precaria, ya que el ex tesorero de su partido está cantando como un buen gallo fino cada vez que lo sacan de la prisión y lo llevan al juzgado a declarar.
El inventario de males que nos aquejan, recién esbozado por el Presidente Raúl Castro ante el Parlamento, sienta un precedente histórico en la forma de visibilizar y conducir los asuntos públicos, y sitúa a la sociedad frente al espejo.