Después de los recientes triunfos del Gobierno cubano en el campo diplomático, la ultraderecha cubanoamericana de Miami se ha quedado con la boca abierta, perpleja y sin palabras o, lo que es peor, hablando boberías. Si estuviéramos refiriéndonos a esta situación en términos beisboleros, tendríamos que describir el partido en la forma siguiente: los revolucionarios de la Isla les dieron súper nocaut en el quinto inning a los cavernícolas de Miami.
Se dan en la vida verdadera —esa que ya sabemos suele discurrir humilde, silenciosamente, y que está hecha de un sinfín de cosas pequeñas— sucesos que pueden sacudirnos. Quiero por eso compartir esta estampa que parecía leve, tan inocente, y que sin embargo llevaba debajo de sí corrientes muy hondas y fuertes, alusivas a nuestras necesidades y circunstancias de hoy:
Él se cree capitalista. Pero trata de disfrazar sus intenciones proclamándose defensor de la justicia y el bien común que distinguen al socialismo.
Hay un detalle. Un ínfimo detalle que si dejara de mencionar, mi historia entera carecería de sentido, o al menos cobraría otro. La chica era rubia, teñida, aclaro, pues cuando uno acude al tinte —a ese en específico— renuncia, según los cánones y estereotipos impuestos por la TV (gracias al «vidrio» me limpio de culpas), a todo asomo de raciocinio elemental.
Ser madre constituye una de las más lindas bondades ofrecidas por la naturaleza a la mujer. Desde niñas nos imaginamos cómo serán los hijos, los nombres que les pondremos y qué tan bien los educaremos, y mientras jugamos a las casitas asumimos el futuro rol.
Creo que nunca hubo una época tan revuelta en los ámbitos social, sexual, económico y político en Estados Unidos, como la década de los 60 del siglo pasado. Los que vivimos aquellos años en este país pensábamos que estábamos abocados a una guerra civil o a un cambio radical de las estructuras sociales y políticas de esta nación.
Mientras algunos aspiran a que la actualización en marcha en el país les sirva de plataforma para erigir su propio Olimpo de privilegios, Raúl acentuó en Santiago de Cuba que en la Revolución, a sus 55 años y hacia el futuro, solo es posible ascender al pueblo.
«Si hubieras visto… Le cayó a puros golpes porque no lo quiso pelar a la hora en que cierran. El barbero terminó en el hospital. Y por nada», así contaba recientemente un colega de trabajo sobre una discusión que se salió de control y terminó convertida en hecho violento.
Vigila desde lo alto. Da la bienvenida y despide a todo el que llega. Es uno de los hijos más ilustres de la ciudad, observador de cuanto sucede a su alrededor. Imposible resulta no reparar en su imponente rostro. Ahí está él: 50 metros sobre el nivel del mar y 20 de estatura.
Hay derrotas que se festejan. Uno pierde y se ríe. Y no es locura mía. Nada de eso. El mundo anda patas arriba, y mucha gente solo piensa en ganar y ganar, en el placer de imponerse al otro, de dejarlo sin aliento; se jacta de la victoria, sea como fuere.