Suelen verse esos paradójicos detalles que reflejan un hecho tangible, sin necesidad de aplicar una lupa ni desandar el monte virgen para descubrirlos, pues señorean a pleno sol a pesar de su efecto desalentador.
Cierta vez, en mi época de estudiante de Periodismo en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, le escuché decir a un profesor: «Los periodistas deben saber algo de todo y todo de algo». Confieso que el retruécano me agradó por lo ingenioso, pero me desconcertó por su mensaje. «Así que algo de todo y todo de algo…» —repetí para mis adentros, con cierta dosis de suspicacia—. «¿Acaso será eso posible?».
El bloqueo de Estados Unidos a Cuba es como una gigantesca ola que se estrella contra el potente y simbólico Morro de La Habana, que ha resistido el embate de malos tiempos y ataques de piratas desde su construcción en el siglo XVII, y sigue firme ahí, como lo hace el pueblo de la nación caribeña desafiando la guerra económica, comercial y financiera que le impone Washington desde hace 60 años.
Por largo que sea, un muro nunca tiene dos ladrillos iguales; siempre hay tonos distintivos, así que en la muralla que en torno a Cuba ha tendido la Casa Blanca, la «hilada» de 2019, la que en Naciones Unidas marcará los debates contra el bloqueo como ya los marca en nuestras calles de transporte limitado, está signada por el capítulo del chantaje más duro y descarnado que se haya visto en mucho tiempo.
El crecimiento desmesurado de las ciudades atenta contra su sostenibilidad. A lo largo del siglo XX, algunas urbes de América Latina alcanzaron una expansión demográfica que llevó a la concentración de millones de habitantes y sobrepasaron el número de pobladores de países como el nuestro.
Cuando unos 40 diplomáticos estadounidenses y canadienses y familiares enfermaron misteriosamente mientras servían en sus embajadas en La Habana, Estados Unidos se apresuró a acusar a Cuba de una agresión sónica, armó un escándalo en los medios que tuvo eco en el mundo entero, y la entonces nueva administración de Donald Trump lo utilizó de pretexto para desmantelar los pasos que se habían dado en las relaciones.
La había visto de cerca solo en sueños. Quizá, una que otra imagen coleccionaba. Pero nunca llegué a imaginar la impresión al contemplar su fino y bronceado rostro, su pose de senos erguidos, de pecho abierto, como quien espera un abrazo y a la vez no le teme a las balas. Sus manos extendidas parecen que reciben de otros, pero realmente es ella quien más da.
Que si el mosquito pica de día, que si pone huevos únicamente en agua limpia, que la fumigación acaba con el insecto y con las enfermedades que transmite, que en el invierno no hay peligro, que los criaderos solo existen en recipientes de grandes dimensiones…
Una buena nueva anunciada este curso escolar es que en lo adelante los estudiantes universitarios en el último año de la carrera serán asignados a una entidad y posteriormente cumplirán su servicio social. Esta modificación, de no sufrir distorsiones o desajustes, puede ser un buen paso para minimizar los niveles de insatisfacción de no pocos jóvenes cuando se incorporaban al empleo.
A la nación cubana le será muy difícil deshacerse del signo perenne —maldición tal vez—, del llamado fatalismo geográfico. La historia del archipiélago es indefectiblemente la de la independencia frente a la anexión o el sometimiento.