De adolescente lo perseguía, lo acariciaba, lo anhelaba. Guardaba recortes de lo que más me conmovía.
Como ocurre en ocasiones cuando uno acude a una dependencia a realizar un trámite —burocrático, profesional, particular…—, la persona a quien debía ver no estaba. «Lo citaron para una reunión —me dijo su secretaria con afectada cortesía—; dudo que regrese pronto». Acto seguido retornó a la pantallita de su teléfono móvil y al escrutinio de sus uñas acrílicas.
El establecimiento de la jornada de la cultura cubana entre el 10 y el 20 de octubre se basó en conceptos que rebasaban la creación artística y literaria. Sin descartar la importancia de esta última, subrayaba la existencia de valores culturales que atravesaban la sociedad en su conjunto en una pausada y multifacética construcción del ser cubano, entretejida con el proceso histórico de la nación. Tenía su sustrato en un fermento popular que iba adquiriendo conciencia de sí. En los campamentos mambises convivieron antiguos esclavos, mestizos que sentían el peso de la discriminación y letrados con formación cosmopolita. En la tradición del cimarronaje aprendieron a sobrevivir en condiciones de suma precariedad. Años más tarde, después del estallido de La Demajagua, a poco de desembarcar por Playita de Cajobabo, en artículo dirigido a una publicación norteamericana, Martí reconocería en esta fusión combatiente una de las razones determinantes de nuestra capacidad de gobernarnos por cuenta propia. No habría entre nosotros posibilidad alguna de guerra de secesión, sostenía. No desconocía por ello la contribución de los escritores y artistas. Desde la distancia, siguió los pasos del quehacer de los cubanos, a quienes dedicó numerosos comentarios con visión crítica e inclusiva. De acuerdo con esta línea de pensamiento, en pleno período especial, Fidel concedió primacía a la salvación de la cultura.
Si sacáramos la cuenta de cuánto le cuesta al Estado económicamente suprimir ese embate de los vertederos ilícitos al entorno urbano y rural, seguro que la cifra puede dejar boquiabierto hasta al más pinto de la paloma. ¿Ejemplos? Los hay por rastras.
Han dicho los pocos testigos del hecho que llegó sudoroso, rodeado de soldados y bayonetas. Vestía un traje azul y como única guía tenía en sus manos un pequeño Código de Defensa Social de bolsillo.
El chofer detuvo, de buena gana, el auto particular en una calle habanera para que tres pasajeros se montaran. Sin embargo, la mujer que se arrellanó al lado del conductor puso cara de pocos amigos en lugar de alegrarse por la llegada de aquella tabla salvadora.
El perfil del intelectual suele identificarse tan solo con los cultivadores de las artes y las letras. En verdad, el concepto es mucho más inclusivo. Define a todos aquellos que interrogan la realidad desde sus disímiles aristas con el propósito de reconocerla, de elaborar y difundir nuevos conocimientos con vistas, en la medida de lo posible, de participar en su transformación. A pesar del breve recorrido histórico de la Isla, se ha constituido una tradición, asentada en el rescate de una visión omnicomprensiva de lo que somos, con señales palpables desde una etapa bastante remota.
El concepto no es nuevo. Apenas ha sufrido alguna que otra variación lexical que nos lo traduce hoy con matices diversos, a la luz de los retos contemporáneos. Porque pensar como país es una actitud, un compromiso, una acción tan antigua como nuestras propias luchas emancipadoras. A sentir, y pensar, y actuar con la nación como bandera, nos enseñaron, con su ejemplo, desde el soldado desconocido en las gestas independentistas hasta el más universal de los cubanos.
Si algo muestra el irrespeto, de manera pública y notoria, es ese pregón saltarín de los revendedores que anuncian su variada oferta de sello estatal hasta delante de las tiendas o en calles céntricas.
Si me permiten parodiar una canción de Amaury Pérez que me encanta, les voy a confesar que tengo un amor difícil con las redes sociales. No me despierto ni acuesto dando «laics» (dicho así, al estilo de mis vecinas) a estados ajenos, pero al menos una vez por semana abro mi perfil de «Feisbuk» para enterarme de qué celebran las primas o amigas, por dónde andan mis hijos mediáticos y qué añejo conflicto desmonta el activismo social con herramientas del humor, la denuncia, la socialización de artículos y la referencia a buenas prácticas por todo el país.