Cuando unos 40 diplomáticos estadounidenses y canadienses y familiares enfermaron misteriosamente mientras servían en sus embajadas en La Habana, Estados Unidos se apresuró a acusar a Cuba de una agresión sónica, armó un escándalo en los medios que tuvo eco en el mundo entero, y la entonces nueva administración de Donald Trump lo utilizó de pretexto para desmantelar los pasos que se habían dado en las relaciones.
Terminaron llamándole «el síndrome de La Habana», y llovieron las pesquisas y seudo-investigaciones para explicar los síntomas inexplicables, convirtiendo el asunto en una olla de grillos que no logró demostrar los supuestos ataques, los exámenes médicos no eran concluyentes, Estados Unidos no tuvo intención alguna en trabajar de conjunto con los especialistas cubanos y el tema quedó para que de vez en cuando se levantara como parte de los ataques mediáticos contra Cuba que acompañaran medidas de presión de diversa índole.
Sin embargo, este jueves, la canadiense CBC News ha publicado un artículo titulado Síndrome de La Habana: la exposición a la neurotoxina puede haber sido la causa, sugiere un estudio.
Se trataba de una pesquisa clínica encargada por Global Affairs Canada realizada por un equipo de investigadores multidisciplinarios en Halifax, afiliado al Brain Repair Center, la Dalhousie University y la Nova Scotia Health Authority, a cuya cabeza estuvo el Dr. Alon Friedman. A sus resultados había tenido acceso el programa de televisión Enquête, de Radio-Canadá.
La causa de los variados malestares podría ser agentes neurotóxicos utilizados en la fumigación de pesticidas, era la hipótesis, que los investigadores expresaban así: «daño cerebral causado por exposición sostenida a insecticidas utilizados para el control de plagas». Esto esclarecía que no tienen ningún tipo de fundamento las diversas teorías sobre «ataques» y «fenómenos direccionales» esgrimidos desde Washington.
Esencialmente, la CBC afirmaba que la Embajada de Canadá en La Habana y sus residencias diplomáticas pudieron haber aplicado insecticidas para combatir mosquitos con una frecuencia hasta cinco veces más de lo usual, cuando Cuba, como hacen los países tropicales lanzaba una campaña para detener el virus del Zika.
Decía el artículo de CBC News: «Las embajadas rociaron activamente en oficinas, así como dentro y fuera de residencias diplomáticas, a veces cinco veces más frecuentemente de lo habitual. Muchas veces, las operaciones de fumigación se llevaron a cabo cada dos semanas, según los registros de la embajada».
Agregaba la indagatoria periodística canadiense: «El análisis toxicológico de las víctimas canadienses confirmó la presencia de piretroides y organofosforados, dos compuestos que se encuentran en los productos de fumigación. También hubo una correlación entre los individuos más afectados por los síntomas y el número de fumigaciones que se realizaron en su residencia».
Al respecto, el Ministerio de Salud Pública de Cuba, de manera diáfana, respondió a una indagatoria del sitio digital Cubadebate que «Para combatir a los mosquitos se han respetado los protocolos establecidos internacionalmente, incluidas las normas de la OMS y OPS, y los procedimientos establecidos por los fabricantes de estos agentes químicos. No obstante, revisaremos el tema a tenor de las investigaciones que se están conduciendo».
Este es un elemento importante en cuanto a la pesquisa canadiense, además de su seriedad científica —bien alejada de teorías infundadas y politizadas sobre lo síntomas de salud reportados—, fue compartida con las autoridades cubanas, con los expertos cubanos, de manera preliminar, en un encuentro el pasado mes de julio, y además solicitaron realizar investigaciones conjuntas con Cuba para explorar sus hipótesis. Estos intercambios ya se han iniciado.
Sin entrar en el componente científico, que parece encaminado ahora por un camino serio y de colaboración en la búsqueda de causas y efectos, sí hay un componente bien esclarecido: el Gobierno de Estados Unidos, con su «síndrome de La Habana», ha mentido al mundo y su propósito es deliberado: desacreditar a Cuba y poner nuevos proyectiles a su estrategia política, la cual, en vano, intenta doblegar al pueblo y hacer trizas su independencia y soberanía.