Nuestro pueblo tiene en sus manos una nueva vía legal que busca desterrar el abuso y atropello que no pocos pillos ejercen para con sus semejantes en desiguales compraventas de por medio. Y es que los listados de los precios topados en varios productos y servicios se convierten en santa palabra en estos tiempos.
«Empezamos temprano, a las ocho de la mañana», dijeron. Eran casi las 11 y no habían comenzado. «Sí, claro, nos encargamos también de reparar», aseguraron, y todavía el muro lateral del balcón está a punto de caer. «Pintamos la fachada y los laterales, y las ventanas y las puertas», afirmaron, y además de que es más lo que falta que lo que ya está listo, sobrecoge ver las capas de pintura encima de la vetusta, sin raspar antes, sin lijar, sin preparar la superficie. Algunos vecinos no lo permitieron en sus espacios, y entonces es una certeza que «el edificio no quedará embellecido», exclamaron. ¿Acaso lo será después de que concluya la brigada?
Quizá una de las mejores señales de la Cuba de estos días sea el rescate del concepto de la decencia, tantas veces pisoteado u olvidado con los años de crisis económica.
La guagua, al mediodía de un viernes capitalino, es un hervidero de emociones, deseos contenidos y fluidos humanos que se comparten, sin querer, si uno se acerca demasiado a otro pasajero.
Las opiniones divergentes se difunden a montones en las redes sociales, páginas web y en la sabia tribuna de la calle, cuestión normal en esta pulsada en la que comerciantes tratan de justificar lo injustificable y el consumidor aplaude la medida que le revaloriza sus pesos.
Tal vez la palabra «manual» sea demasiado pretenciosa. A fin de cuentas, no es mi intención ofrecer una guía de instrucciones —no podría aunque quisiera—, sobre todo cuando se trata de un tema tan complejo como es el de la maternidad. Estas líneas son más bien una recopilación de historias, sencillas confesiones personales de una de las experiencias más importantes que puede vivir una mujer.
Hubiese querido que este texto no iniciara así, con palabras de dolor por la partida física de un hombre a imitar, de un profundo pensador. Como homenaje a él, a quien dedicamos la pasada edición del Seminario Juvenil de Estudios Martianos, fueron escritas estas palabras que ahora adquieren otra connotación. La muerte, nos advertía Martí, no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; y este hombre de carácter entero, Roberto Fernández Retamar, no murió.
La peculiar costumbre criolla de guardar o esconder alguna «tierrita» debajo de los colchones se nos devuelve por estos días en forma de pregunta, cuando algunos intentan responderse de dónde salieron los millones que hacen posible el ya disfrutado, por muchos, incremento salarial en Cuba.