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Atrapar al criminal

Las medidas punitivas y el asedio comercial, económico y financiero contra naciones vulnerables e «incómodas», hacen más abyecta la política de EE. UU. cuando la ciencia lucha contra la Covid-19

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Más grande que un templo es la verdad que la Cancillería venezolana volvió a usar este lunes como etiqueta en la red social Twitter: «Las sanciones son un crimen»…

A ello habría que agregar que se trata de un «exceso» todavía más alevoso cuando el mundo enfrenta la crisis global provocada por el nuevo coronavirus. Por tanto, la identidad del criminal cae como «la fruta madura» cuando se recuerda que el Gobierno de Estados Unidos es el único que bloquea.

Estamos ante una crisis social, política y económica causada por el impacto en la vida mundial de la Covid-19, que la actitud de la Casa Blanca está convirtiendo, además, en una crisis ética: algún día, alguna instancia internacional deberá juzgar… Aunque sea solo para que ese hipotético proceso judicial sirviera al mundo del futuro.

Pero la verdad que proclama ahora la cartera del Exterior de Venezuela no es solamente mayor que el más alto rascacielos neoyorkino sino certeza de Perogrullo que la administración de Donald Trump, además de ignorar, maniobra para aprovechar en favor de su política sucia, mientras se regodea en el carácter nauseabundo de una política que hace más de 60 años pretende rendir a los cubanos por necesidades, y que ahora, además, piensa hacerlos claudicar por su deseo de que falten los medicamentos y otros insumos que Cuba tiene para enfrentar la enfermedad gracias a su desarrollo científico, tecnológico y biofarmacéutico.

…Y gracias, también a la humanidad y la entereza de quienes no arrían banderas ante las amenazas: los denominados «terceros países» arrastrados e involucrados en una estrategia fallida y molesta que, sin embargo, no los intimida.

Ellos —Rusia, China…— están sobre el platillo de la balanza que busca del equilibrio, y constituyen la demostración de que el posible nuevo mundo no solo es realizable. El contexto actual también dejará ver todavía mejor, en breve, que ese mundo ya es imprescindible.

Prohibición de sus aerolíneas a volar a la Isla, desde antes que la pandemia hiciera detener todos los viajes; imposibilidad de que sus ciudadanos pudieran venir, alto a los tanqueros que pretendieran traer petróleo y, más recientemente, presiones sobre compañías relacionadas con la salud y pertenecientes a otras naciones, cuando estas han pretendido traer material médico contra la epidemia, son las más recientes muestras de una ojeriza que la Casa Blanca emprende con la saña de un cowboy tras una apuesta de póker.

Washington, que después del recrudecimiento del asedio a Cuba, y contabilizando los meses entre abril de 2018  y  marzo de 2019 sumó a su deuda con Cuba 4 343,6 millones de dólares, debe en total a la Isla, en 60 años de bloqueo, 138 843, 4 millones de dólares, que es lo que suman sus daños, a precios corrientes. A eso habría que añadir los millones adeudados en virtud de las agresiones directas y sus irreparables consecuencias en víctimas humanas, y perjuicios económicos.

Pero la saña del vaquero sigue desconociendo los llamados de personalidades —incluyendo a empresarios estadounidenses— e instituciones internacionales a cesar todos los bloqueos y castigos, al menos, mientras dure un contagio convertido en sombra sobre la vida de todos en el planeta.

Similar estrategia es implementada por Donald Trump contra Irán, uno de los países más afectados por el nuevo y terrible virus y, desde luego, es la misma espada afilada sobre Venezuela, nación a la que el Fondo Monetario Internacional —que recientemente ha hablado, junto al Banco Mundial, de «aliviar» la deuda a los países de bajos ingresos, presionado por el Grupo de los 20— negó a Caracas un crédito de su Fondo de Emergencia previsto, precisamente, para estas contingencias, solo por escuchar los dictados del emperador.

Solo desde agosto de 2015, cuando el expresidente Barack Obama declaró a Venezuela un «peligro» para su seguridad nacional, Washington ha decretado más de 350 medidas punitivas contra Caracas con daños que ascienden a 116 000 millones de dólares, incluyendo la congelación de activos en el extranjero equivalentes a otros tantos millones de billetes verdes, y sin contar la incautación de los fondos y las propiedades en Estados Unidos de la compañía energética venezolana Citgo.

Dean Baker, prestigioso economista estadounidense, ha reconocido que tales edictos merman la capacidad de Venezuela para adquirir financiamiento, insumos médicos y alimentos, y estimó que se trata de una política «desmesurada y flagrante contra el Derecho Internacional. Aún peor: ahora está alimentando la epidemia del coronavirus», denunció.

La administración Trump, que ha tenido el descaro de ofrecer dinero por «datos» que conduzcan a la detención de un presidente constitucional como Nicolás Maduro —como si no se supiera que gobierna desde el Palacio de Miraflores—, acusa al Jefe de Estado bolivariano de narcoterrorista, y envía los marines del Comando Sur en un presunto operativo «antinarcóticos», a patrullar las costas venezolanas.

Cualquiera que quiere ver y leer, sabría dónde está el real crimen, y para que se atrape al verdadero culpable clamaría como el protagonista de un simpático animado estadounidense, que se proyectaba mucho en mi infancia: «¡Atrapar al criminal!, ¡atrapar al criminal!».

Si la justicia internacional existiera, a Donald Trump le temblara su rala cabellera.

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