Las reiteradas devaluaciones, el aumento de la inflación, el estancamiento, el aumento del desempleo y las medidas de ajuste acordadas con el FMI explican el deterioro de la economía argentina bajo Macri. La pobreza afecta a 16 millones de personas y el aparato industrial nacional ya completa un período de 18 meses consecutivos de achicamiento. Autor: Página 12 Publicado: 07/12/2019 | 07:41 pm
Una decisión anunciada a priori materializa desde ya los propósitos que Alberto Fernández tiene en cartera para cuando sea investido presidente, dentro de dos días: Argentina no va a aceptar el último tramo de los escandalosos 56 000 millones de dólares que Mauricio Macri le pidió al Fondo Monetario Internacional, en lo que ha constituido el mayor crédito otorgado por esa institución en toda su historia. Tampoco negociará más créditos.
Será el suyo un mandato que nacerá bajo esa Espada de Damocles, porque el fuerte endeudamiento convenido por Macri todavía seguirá planeando, algún tiempo, sobre el país. Pero Fernández no permitirá que lo sobrevuelen los condicionamientos con que el Fondo maneja a los Gobiernos. No más recetas.
Eso es lo que ocurriría si el nuevo mandatario aceptara la posibilidad —esbozada recientemente por funcionarios del ente financiero— de firmar otro acuerdo para que el país reciba más dinero prestado que le «ayude» —dicen los funcionarios fondomonetaristas—, a pagar lo adeudado…
Fernández no lo hará. En las semanas transcurridas desde su elección ha reiterado la misma idea: el país no pagará mientras la economía no se reactive y crezca.
Con esa convicción, afrontó el primer diálogo con la nueva titular del FMI, Kristalina Georgieva, cuando esta le pidió, hace unos días, que aplicara políticas de «viabilidad fiscal» que permitan a la nación saldar las deudas contraídas por el mandatario saliente.
El presidente electo se quedó en «sus 13». Su ejecutivo, respondió Fernández, propondrá «un plan económico sustentable» y no habrá «más ajustes» fiscales.
No le queda, sin embargo, a Argentina, otra salida que pagar, probablemente mediante la renegociación.
El nuevo Gobierno —él también lo ha reiterado— no declarará a Argentina en default (cesación de pagos). Ello significaría que le cerraran todas las puertas crediticias y de los inversionistas y, además, hay compromisos contraídos con los tenedores privados de deuda. Pero el ejecutivo entrante también se niega a ajustar más los cinturones de la gente solo para favorecer, como ha hecho Mauricio Macri hasta hoy, el círculo eterno del endeudamiento.
De vuelta…
La coyuntura pareciera insólita en su dificultad, aunque no es inédita. Se asemeja demasiado a la de la Argentina del año 2003, cuando el fallecido expresidente Néstor Kirchner tomó el timón de un país igualmente endeudado; solo que tal vez con más fábricas cerradas y más hambrientos, y la nación era presa de una ebullición que sacó a las calles a la golpeada clase media, puso en boga los cacerolazos, y empujó a un presidente, Fernando de la Rúa, fuera de la Casa Rosada cuando, en el clímax de la imposibilidad de maniobrar, el ejecutivo se vio precisado a congelar el dinero de los ahorristas en los bancos y decretó el llamado «corralito financiero».
Aquellas movilizaciones espontáneas fueron el resultado de varios mandatos tan rabiosa y despiadadamente neoliberales como el que Macri ahora concluye. Él también ha sido repudiado en las calles por quienes vienen de vuelta de los mismos males, e incluso, por quienes no los vivieron antes pero los padecen ahora.
De algún modo, Macri también ha sido sacado de la casa de gobierno por el pueblo, solo que «por las buenas»: el resultado electoral que dio la victoria al Frente para Todos se debe, en buena medida, a la capacidad de aglutinar de sus principales protagonistas y a la fuerza del peronismo pero también —¡y mucho!— a ese rechazo popular que dio su voto de castigo a la gestión del saliente.
Si se acude a los números, puede que estos cuatro años le superen en depredación a los tiempos críticos de 1990 y principios de los 2000. Si, al llegar Kirchner, la deuda argentina rondaba los 170 000 millones de dólares, en junio pasado los débitos externos andaban por los 283 567 millones de dólares: 7 819 millones más que un trimestre atrás, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas citados en reportes argentinos. Esa cifra representa ¡el 80 por ciento del PIB! Casi lo mismo que el país produce, porque lleva tres años en recesión.
Los tiempos para el gabinete de Alberto Fernández se acortan si se toma en cuenta que para el cercano 2021 enfrentará vencimientos de pago de 38 000 millones de dólares de capital, y 16 000 millones en calidad de intereses.
Kirchner, en su momento, pagó de una vez al Fondo y renegoció con los tenedores privados de bonos, en transacciones que significaron importantes «quitas» de deuda a Argentina.
Ahora toca el tiempo de actuar a Alberto Fernández. ¿Cómo lo hará? ¿Cómo le será permitido hacerlo? Porque algún observador ha apuntado que los gendarmes del Fondo Monetario reaccionarán a la actitud de soberanía de Alberto Fernández, como le dicte Estados Unidos.
Diputados del partido Unidad Popular denunciaron ante los tribunales al mandatario saliente por haber endeudado al país por más de cien mil millones de dólares, y el hecho de que 86 000 millones de ellos, se hayan fugado.
Al presentar la denuncia, Claudio Lozano y Jonatan Baldiviezo lo acusaron por los delitos de incumplimiento de sus deberes de funcionario público y de abuso de autoridad, y estimaron que «si no suspendemos los pagos, la deuda puede ahogar la recuperación de la Argentina».
Otras deudas
El peso de la deuda externa contraída por Macri y la persecución del FMI no constituyen los únicos males contra los cuales el nuevo Gobierno deberá luchar, en el plano económico.
Un interesante artículo publicado en Página 12 por Alfredo Zaiat, apunta también las fuertes restricciones fiscales que se han debido implementar y estarán en su contra, como el control de cambio implementado ante las golpeadas reservas internacionales, enflaquecidas por la fuga de divisas; el debilitado escenario productivo y laboral, la caída del peso argentino frente al dólar (todavía anda en los 63 por uno) y las demandas de sectores gremiales y sociales muy golpeados por la crisis como los docentes, los científicos y los empleados estatales.
Fernández conoce dónde está el meollo para sacar adelante al país, y no cesa de trabajar con un equipo del Frente para Todos desde que los buenos porcentajes obtenidos por su candidatura, con Cristina como vicepresidenta, anunciaron que sería el nuevo jefe de Estado.
Se ha reunido con los gobernadores provinciales para pedirles su apoyo y demostrar también que gobernará escuchando y contando con ellos, y también ha conversado despacio con empresarios e industriales, igualmente golpeados por la crisis macrista, a quienes dio garantías de reactivación y pidió respaldo.
El nuevo Gobierno quiere devolver los salarios cercenados a los trabajadores y engordar un poco las adelgazadas pensiones de los jubilados; que no haya más necesidad de ollas comunes, mejorar el acceso a la educación y la salud… Y ha anunciado planes emergentes de corte social para paliar esa otra deuda macrista: la contraída con la sociedad.
La decisión de incorporar dos nuevas carteras al gabinete: Género y Equidad, y Hábitat y Vivienda, ilustra por dónde van sus derroteros, que también pueden palparse en el anunciado programa Argentina contra el hambre, y otros planes sociales que buscarán dotar de una canasta básica de alimentos a los hogares vulnerables, y garantizar agua potable…
Esas aspiraciones son señal de cuánto necesita la ciudadanía. Y del desempeño en la esfera económica dependerá mucho; allí se decide todo para Argentina hoy… o casi todo.