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Reto y comienzo desde una esquina habanera

Lo sucedido aquel 16 abril, en una esquina emblemática de nuestra capital, no solo fue una proclamación surgida al calor de la indignación popular o de la tristeza de cubanos que daban sepultura a las víctimas de bombardeos salvajes

Autor:

Juventud Rebelde

Lo sucedido aquel 16 abril, en una esquina emblemática de nuestra capital, no solo fue una proclamación surgida al calor de la indignación popular o de la tristeza de cubanos que daban sepultura a las víctimas de bombardeos salvajes. Fue comienzo, reto, atrevimiento tremendo.

El gravamen de la efeméride, con todas sus lecturas, ha acompañado a este país en los últimos 64 años, un tiempo en el que no ha faltado la discrepancia, porque mientras unos señalan que resultó una decisión apresurada, otros aseguran que el acontecimiento hubiera sucedido de cualquier forma, atendiendo a la espiral de radicalización que vivía el país.

Lo cierto es que, desde ese momento, con el surgimiento de un apellido a la Revolución iniciada en 1959, nacieron más piedras e intentos de zancadillas en la ruta de Cuba. Sobrevino, incluso, una meta que parecía utópica, esbozada por Fidel desde 23 y 12, en el corazón habanero: eliminar para siempre «la explotación del hombre por el hombre».

Como si ese gran objetivo no bastara, el líder expuso un reto todavía más colosal: el de construir una Revolución socialista y democrática, «de los humildes, con los humildes y para los humildes», por la que habría que dar hasta la vida.

Claro que vivimos un período muy distinto a aquel en que se avecinaba una invasión mercenaria, pero eso no debería llevarnos a eludir los análisis y las comparaciones, puesto que sería vital evaluar hasta qué punto los sueños de ayer se han cumplido o quebrantado.

¿Renunciamos al anhelo de 1961, que se enlaza con el deseo martiano de echar la suerte al lado de «los pobres de la tierra» o con el propio precepto del Maestro de construir una República con una base genuinamente popular? 

Lo peor, al respondernos, sería justificar los yerros que llevamos a cuestas, olvidando la contundente advertencia del propio Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana (17 de noviembre de 2005), vinculada con la ignorancia sobre la edificación de la nueva sociedad. 

«Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que
alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo», subrayó entonces con total claridad.

Resulta reconfortante saber que Cuba ha llegado hasta esta fecha salvada del anexionismo, una conquista grandiosa, que no debemos subvalorar, pero tamaña conquista tampoco ha de abrir las puertas de la conformidad, como tanto nos pasó.

El socialismo cubano, a 64 años de su proclamación, debe ser confrontación revolucionaria, desacuerdo, debate perenne, pluralidad, crítica y autocrítica, sensibilidad, democracia y libertad.

«El socialismo tiene que ser construcción propia y colectiva, realizaciones y hechos concretos, historia en presente, Martí en la cabecera de la nación, el concepto de Revolución sin abstracciones. Ha de ser verdad, sobre todas las cosas», como se escribió en este propio periódico hace 24 meses.

Con esa verdad tendríamos que subir siempre, sin cansarnos, la montaña que empezamos a escalar desde que Fidel sacudió a la nación con un discurso nacido en una esquina habanera aquel 16 de abril de 1961.

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