Existe un límite tangible entre las personas que se abstienen de tener sexo por voluntad propia, responsabilidad o vocación y la actitud de otros, que temen excesivamente a las prácticas sexuales
No cambio mi soledad por un poco de amor; por mucho amor quizá. Dulce María Loynaz
Cuenta un viejo profesor de Historia que el hombre no se hizo hombre con el trabajo, como esbozó Darwin, sino el día que sintió la necesidad en pleno acto sexual de voltear a su compañera para mirarle el rostro. Fue en ese instante que contempló el placer en su semejante y dio valor a una de las uniones más bellas que existe: el amor.
Sin embargo, la experiencia demuestra que tanto el hombre como la mujer pueden vivir sin actividad sexual un tiempo prolongado y renunciar a los innegables beneficios físicos y psicológicos que este acto les proporciona, sin que esa decisión constituya un riesgo para su salud.
El psicólogo Yunier Broche, profesor de la Universidad Central de Las Villas Marta Abreu, asegura que es muy difícil definir si una abstinencia es normal o no, porque pasa por el filtro de lo que considere normal o anormal la persona a la que interroguemos; un filtro que a su vez depende de la experiencia y los valores asumidos.
«Desde nuestra cultura occidental, quien opta por esa decisión es considerada una persona rara, que desentona, pero la abstinencia no es por sí misma rara ni constituye una enfermedad. Si quien se abstiene lo hace conscientemente y sin presión externa, no tiene porqué desarrollar ningún padecimiento mental.
«En cambio, se observa un deterioro en la capacidad relacional, la autoestima y la satisfacción vital cuando esa abstinencia responde a factores externos como la presión familiar o normas morales asumidas, pero no compartidas», precisa el entrevistado.
En ese sentido, el estudiante de Medicina Orestes Lorenzo expone: «Cuando en la primaria nos enseñan las funciones vitales no se incluye el sexo, pues aunque constituye el sostén reproductivo de las sociedades, no es necesario para la vida de los sujetos en particular. Por eso considero sano y muy personal la decisión de abstenerse el tiempo que cada quien desee».
Sin embargo, Raúl Alfaro, estudiante de Cibernética, no imagina su vida sin relaciones sexuales: «En estos tiempos es desacertado estar reprimiéndonos por normas que dictan determinadas instituciones. El ser humano es libre y el sexo sin lugar a dudas es placentero. De practicarse con responsabilidad no nos hace mejores o peores personas ni altera nuestro potencial delictivo», sonríe malicioso con sus últimas palabras.
En cambio, otro joven consultado asegura: «No soy un extraterrestre; estoy consciente de que el sexo existe y de que está en todos lados, sobre todo en los medios de comunicación. Pero se presta para suscitar instintos básicos del hombre como la violencia, de los cuales no quiero ser víctima, por eso procuro darle un mejor valor a esa palabra y a mi vida y asumo el sexo como una unión más de entrega que de placer».
Muchas razones propician la abstinencia sexual. Algunas son circunstancias que limitan temporalmente a la pareja y se asumen por solidaridad. Otras parten de la visión que tenemos del mundo y de nuestro lugar en él.
Al respecto, el profesor Broche comenta: «Las religiones contemplan la abstinencia dentro de sus doctrinas cuando tiene que ver con cánones morales. Algunas han instituido el celibato como expresión máxima de abstinencia, y muchas condenan incluso los pensamientos considerados impuros y por ende la masturbación».
Pero hoy no solo influyen razones de fe. También las campañas de prevención de ITS han matizado las últimas décadas. Encuestas internacionales han revelado que con el incremento de casos diagnosticados (sobre todo de VIH) aumenta también el número de personas que optan por abstenerse de practicar sexo fuera del matrimonio.
No obstante, aclara el especialista, existe un límite tangible entre el abstinente por voluntad, responsabilidad o vocación y la actitud de ciertos sujetos que temen excesivamente a las prácticas sexuales hasta con su pareja habitual, situación descrita en el ámbito psicológico como Trastorno por Aversión al Sexo.
«Esta dificultad se caracteriza fundamentalmente por la aversión y evitación del contacto genital. Las personas que lo padecen manifiestan miedo y ansiedad exagerados en la intimidad con otras personas y pueden llegar a vivir crisis de angustia y desmayos, o a desarrollar conductas evasivas en relación con la pareja, como acostarse temprano, fingir dolores, descuidar su aspecto personal…».
Tales casos demandan ayuda profesional para resolver su conflicto, aclarar sus miedos y dar un cauce lógico a su abstinencia.