El 30 de noviembre de 1956 Santiago de Cuba se levantó en armas en apoyo al desembarco del yate Granma, garantía con rumbo fijo de cumplir la promesa de Fidel: «en 1956 seremos libres o mártires», y aquel amanecer de coraje e impaciencias selló el compromiso de entrega de la urbe y sus hijos con la Revolución que nacía.
El carro patrullero llegó. La algarabía se escuchaba desde la calle, y al llegar la oficial al encuentro de los vecinos seguía aquel vociferando y alegando que «ella no podía entrar porque eso es allanamiento de morada». Fue necesario bajar los ánimos y explicarle a la oficial, cada cual, la razón del conflicto que ya superaba los decibeles elementales de una conversación pacífica y rozaba improperios y amenazas.
Aquella noche temblé de emoción y hasta de asombro. Tenía 24 abriles y no me pasaba por la mente que mis vecinos de Cautillo Merendero —muchos de los cuales me habían visto crecer— me nominaran públicamente como candidato a delegado del Poder Popular del municipio granmense de Jiguaní.
La narrativa puede unir a la astrología y la política, aunque no falten a quienes les parezcan mundos muy diferentes. Sus personajes y situaciones nos regalan parábolas que nos ayudan a decidir en los actos minúsculos y también en los de mayor significado, como el que los cubanos asistiremos este 27 de noviembre.
Hoy no se cumplen seis años de la muerte de Fidel. Hoy celebramos los seis primeros años de su sobrevida en la inmortalidad; que bien se ganó ese sitio guerreando por la justicia, por los abruptos y difíciles caminos de la emancipación, y convencido de que un mundo mejor es posible. Y de que una Cuba mejor es posible.
¿Qué es exactamente la belleza? ¿Dónde hallarla? ¿Resulta intocada por los años? En estos tiempos de Internet, de redes, de hipercomunicación global, algunas publicaciones empiezan a vender la juventud eterna como la meta, los años como un defecto a corregir, las arrugas como afrenta. Y por supuesto, asoman un mundo níveo, nácar, alba, como diría la poeta argentina Alfonsina Storni.
Volvió a sonar lo viejo que se renueva con más ahínco cada cierto lapso disparando la alarma sobre los desmanes en contra de la apetitosa carne roja vendida bajo el sello de la ilegalidad, inducida esta por su escasez o, más exactamente, casi extinción del comercio legal.
EL año 1974 podríamos calificarlo de épico en la historia de Cuba, como otros acontecimientos que forjaron la nacionalidad.
De vez en cuando la caída de un poste del tendido eléctrico hace pasar un susto en do mayor por las consecuencias que puede originar y, de inmediato, desencadena el «¡¿Cómo fue posible que no más así se cayera, sin ser azotado ni por un vientecito platanero?!». Y allá van las mil y una conjeturas.