Hay quien lo piensa y además lo quiere. Hay quien lo quiere y además trabaja para que suceda. Hay quien lo niega, pero en realidad lo quiere. Hay quien no lo piensa, no lo quiere y además hace todo lo posible para que no suceda. Es una adivinanza, que también es una verdad que siempre ha existido entre los cubanos de Miami. Estoy hablando de la eventualidad de una invasión del Gobierno de los Estados Unidos a Cuba. ¿Cómo se le puede llamar a alguien que nació en un país y viviendo en otro, pide abiertamente que su país de origen sea invadido por el de su adopción? ¿Y, cómo, al que viviendo en su país, lo desea? ¿Traidor? ¿Apátrida? ¿Miserable?
Fue con una grabadora de cinta rusa y con un micrófono. Mi vecino Keyler, que no llegaba a diez años, cantaba al tiempo que danzaba descomunalmente. Mi padre y el suyo eran fanáticos al intérprete de Thriller. Sus hijos, por supuesto, creían que aquellas imágenes de medianoche, en las que la fórmula kafkiana se convertía en ley soberana, era todo un símbolo, un momento para reverenciar a un ídolo.
Cierto estilo de hecho consumado, de entérate de lo que ya dispuse y boca abajo todo el mundo, sin preparación previa, se ha entronizado últimamente en algunos organismos e instituciones estatales, como una paradoja de la democracia socialista.
Existen desencuentros, asperezas por limar, pero la disposición al diálogo para el fomento de la confianza mutua se erige como premisa. La República Popular China y Taiwán, esa otra parte de su territorio, tienden puentes para su acercamiento. A fin de cuentas se trata del mismo pueblo.
El II Coloquio Internacional José Martí por una cultura de la naturaleza, evento que recién concluyó, nos dio la oportunidad —dicha grande— de establecer un diálogo sobre José Martí y la cultura de la naturaleza. El mismo formó parte de la trilogía de encuentros encaminados a dar a conocer y promover la inmensa sabiduría del Apóstol cubano, como parte del Proyecto José Martí de Solidaridad Mundial auspiciado por la UNESCO. Lo apreciamos como una necesidad imperiosa en el mundo actual.
Esta escena no es una invención. Uno de nosotros se parapetó detrás de la intransigencia, y dijo: Soy a mucha honra un extremista y no acepto nada que altere un tantico así aquello por lo cual he luchado. Los amigos nos miramos como preguntándonos si era buena o mala esa actitud. Y antes de que algún lector levante la mano, permítanme tratar de allegar una hipótesis no sobre el hecho de que exista una persona con inclinación a los extremos, sino que se ufane de rechazar el término medio.
Que el planeta fue puesto patas arriba por los intereses hegemónicos no solo resulta apreciable en la depredación ecológica, las guerras de conquista u otras congojas de la humanidad hoy.
El 18 de junio de 1940, el general francés Charles de Gaulle, que se había desgañitado intentando convencer a su Gobierno de mecanizar al ejército para enfrentar la creciente amenaza alemana, estaba en Londres, adonde había llegado más solo que la una. Esa noche, desde la BBC, lanzó una alocución para llamar a sus compatriotas a resistir a los ocupantes del suelo de Francia. Según historiadores, solo tres gatos —tal vez cuatro— pudieron escucharlo, pues en vastas zonas no había electricidad…
No importa cuánto tiempo pase. Las huellas de la guerra se resisten a desaparecer. Por la brutalidad con que Washington lanzó sobre la selva sur vietnamita casi 76 millones de litros del Agente Naranja y otros herbicidas, todavía hoy mueren o nacen deformes muchos seres humanos.
¡Dividir a Sudán! El viejo sueño norteamericano sigue en pie, y para ello están disponibles las arcas de Washington. Mucho, mucho money —nunca falta para las guerras y la desestabilización— corre por la canalita para invertir en la fragmentación de uno de los más extensos y ricos Estados africanos, y en la construcción de un nuevo satélite proestadounidense en la región.