La producción local de elementos de pisos debe lograr la calidad y variedad de antaño. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 21/09/2017 | 05:21 pm
Cuando el Adelantado Diego Velázquez llegó a Cuba para sojuzgar a sus indígenas y «conquistar» definitivamente el territorio, una de sus primeras tareas fue la de «sembrar» una serie de villas de Oriente a Occidente.
Todas se levantaron junto a ríos o afluentes que aseguraban el agua potable, o cerca de puertos para garantizar la comunicación marítima, pero también, en una quizá rudimentaria pero muy eficiente planificación física, en sitios cercanos a yacimientos de barro, arena y/o piedra caliza.
Esos fueron, desde tiempos inmemoriales, los materiales de construcción que, junto a la madera, se utilizaron por el hombre para edificar desde la más simple casa hasta portentos ingenieriles.
En ellas no se utilizó el concreto o las cabillas de acero, pero tampoco precisaron que se trajeran los materiales, en la mayoría de los casos, de largas distancias, pues se hicieron preferentemente con los recursos «locales».
Si los edificadores del Fuerte Matachín, hoy Museo Municipal de Baracoa, lo hubieran hecho en nuestros días, quizá deberían esperar, como hace la planta de prefabricado de allí, por el cemento que le llega desde el lejano Santiago de Cuba.
La fábrica, como tiene los hornos parados, debe moler el clínker que viene en barco desde su similar de Cienfuegos, le agrega yeso procedente de Punta Alegre, en Morón, Ciego de Ávila, y luego lo transporta en camiones silos por la empinada carretera de La Farola.
Así, ingredientes como el cemento o el acero, que sirven para erigir las paredes de muchas casas que se levantan en la primera villa de Cuba, deben viajar centenares de kilómetros antes de llegar a su destino final, mientras se desprecian recursos todavía existentes como el barro que sirvió para techar a la primogénita de nuestras villas o la piedra que sostiene a las antiguas fortalezas que la custodian.
Sin cal ni canto
La producción local de materiales de la construcción todavía sigue siendo una asignatura pendiente para la mayoría de los municipios y pueblos cubanos, en gran parte porque se perdió o disminuyó la que existía.
En el siglo XIX, por ejemplo, los más de mil ingenios existentes tenían su propia calera, donde se producía la cal para precipitar el azúcar pero que también servía como base para fabricar pintura.
Los antiguos centros productores del dulce poseían además su tejar, donde se hacían los ladrillos, losas y hasta baldosas. Lo anterior indica que, incluso antes de plantar la caña, quien iba a construir un ingenio, primero se aseguraba que cerca hubiera barro y piedra caliza.
Pero no hay que ir tan lejos. Un estudio del año 1962 sobre la producción de materiales, recogido en los documentos actuales de la Comisión de Industria y Construcciones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, refleja que entonces existían en todo el país 136 canteras de piedra.
Para esa fecha también había unas 92 areneras, 52 caleras, 264 tejares, 179 fábricas de mosaico y 112 de bloques de hormigón, y numerosas localidades tenían más de uno de estos centros, muchos de pequeñas producciones, pero que se diferenciaban por su calidad o la cercanía a la zona donde eran utilizados.
Lamentablemente hoy se ha perdido en gran parte esta práctica de construir con lo que se tiene al lado, explica el Doctor en Ciencias Juan de las Cuevas Toraya, asesor de la Comisión de Industria y Construcciones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
El profesor, que de sus 78 años posiblemente le ha dedicado la mayoría a estar entre picos y palas, asegura que uno de los principales errores fue unificar los precios a nivel de país de los materiales.
Así consta en un estudio realizado en agosto de 2011 por el Grupo Nacional de Producción Local y Venta de Materiales de la Construcción, del Ministerio de la Construcción (Micons), el cual asegura que «al nacionalizarse los centros de producción y ponerle precios fijos a los materiales a nivel nacional, la transportación dejó de integrar el costo del producto, lo que llevó a la aberración de que se proyectara con bloques de hormigón donde históricamente se había construido con ladrillos, o se utilizara arena artificial trasladándola cien kilómetros cuando se contaba con arena de río a dos o tres kilómetros de la obra».
Si además se tiene en cuenta que el precio del petróleo ha ido creciendo paulatinamente, se comprenderá el por qué la Asamblea Nacional del Poder Popular y los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, aprobados en el VI Congreso del Partido, prestan especial atención al aseguramiento de los programas de la vivienda a nivel municipal, a partir de las materias primas existentes en cada lugar.
No obstante, se trata de un proyecto que recién ahora comienza a despegar, pues como expresó a JR Alain González García, viceministro de la Construcción, si bien para este año la industria nacional de materiales tiene un plan de venta a la población de 2 300 millones de pesos, la local apenas llega a los cien millones, fundamentalmente en áridos, bloques, ladrillos y elementos de barro.
Lo más lamentable de todo es que en la mayoría de los casos, como sucede con los áridos, muchas veces se traen desde distancias superiores a los cien kilómetros, mientras que yacimientos menores, pero suficientes para satisfacer las necesidades de pequeños pueblos y hasta municipios enteros, permanecen sin explotar por falta de recursos o no conocerse su existencia.
No se trata de una exageración. Ejemplos existen a lo largo de todo el país, como sucede en Corralillo, al norte de Villa Clara, que busca la arena y la piedra de sus construcciones en la cantera de El Purio, a 103 kilómetros, mientras permanece cerrada la de Pedro Lamote, a solo cuatro kilómetros de la localidad, la cual podría satisfacer una demanda local y evitar el costo de transportar los materiales desde muy lejos, asegura el profesor Juan de las Cuevas.
Otro de los factores que atenta contra la producción en los territorios es la ausencia de información geológica de muchos municipios, como reconoce el Grupo Nacional encargado del tema, lo cual no significa que no existan allí materias primas, ya que puede deberse simplemente a que nunca se solicitó investigar la zona, o a que las reservas sean pequeñas para justificar una gran explotación.
La piedra no puede ser sorda
Si utilizar los recursos locales para producir materiales todavía avanza muy lentamente, a eso habría que agregarle que, en general, en el territorio nacional dejan de aprovecharse muchas potencialidades.
Resulta inentendible, por ejemplo, que una entidad con posibilidades reales de producir piezas prefabricadas para viviendas no pueda concretar sus propósitos porque otro organismo —el Micons— no le haya transportado el cemento.
Así le ha sucedido con cierta frecuencia a la Empresa Provincial de Construcción y Mantenimiento Constructivo de Granma, que ha visto afectados sus planes por esa realidad, según expone su directora María Esther Rodríguez Silva.
Un ejemplo es el caso de las viviendas conocidas como Sandino, que dependen de elementos prefabricados. En el año solo se han construido siete, de 83 previstas en la provincia. Y de poco más de un cuarto de millón de bloques, se habían concretado 165 000.
Esa agrupación debe elaborar además, entre otros renglones, bloques, mosaicos, columnas, cal, losas de techo, ladrillos y tubos de barros para conexiones hidráulicas, tarea en la cual existen problemas organizativos y de planificación que no se supeditan al cemento, reconoció la propia Directora.
Para Michel Tejeda, vicepresidente en funciones del Consejo de Administración Provincial (CAP), en Granma «deberían hacerse mucho más cosas a partir de las potencialidades locales».
Pero la industria local no alimentaria deja de explotar todas sus capacidades para hacer elementos a partir del plástico (cajas eléctricas, tubos, conexiones); tampoco aprovecha la recortería para emplearla en bisagras, persianas o rejas.
«Falta comunicación entre los organismos capacitados para producir localmente», reconoce el Vicepresidente del CAP en Granma. Y admite que en este acápite también se requiere unidad, coherencia, disciplina y mucha sensibilidad.
Polvo en el viento
No aprovechar el entorno para solucionar problemas es ya de por sí una falta de previsión, y peor es ni siquiera pensar en alternativas para lograr que esto sea posible, o subestimar, por desconocimiento o acomodo, las enormes potencialidades que existen a nivel local.
En Sancti Spíritus, una de las primeras siete villas levantadas en Cuba, parece pasar lo uno y lo otro. Las producciones locales de materiales de la construcción representan un porcentaje bajo para suplir las necesidades de la población y presentar sus productos en las tiendas del Ministerio de Comercio Interior (Mincin), pues desde el año pasado se realizaron los planes de producción y venta, basados en su mayoría en la Industria de Materiales de la Construcción, y teniendo muy poco en cuenta la producción territorial.
No obstante, asegura Noel Carballo González, vicepresidente de la Asamblea Provincial encargado del tema, se busca paulatinamente fortalecer el principio de la autonomía local en la producción de los cuatro elementos genéricos: pared, piso, techo y áridos.
La ausencia de molinos provoca incumplimientos en la trituración de piedras y una serie de productos —como la celosía y el tubo de barro que también se producen localmente— han sido desplazados en el gusto popular —entre otras razones por sus precios— por los elementos de plástico, por lo que tan solo por este concepto duermen en las tiendas 18 000 tubos de barro.
Otros, como las tejas Tevi, tienen una existencia de 4 000 en toda la provincia y su producción está casi detenida porque apenas se venden, ya que son costosas y deben acompañarse de viguetas y plaquetas, también producidas localmente. Por estos motivos, alega el Vicepresidente, se están priorizando las producciones de mayor demanda.
Las industrias locales de materiales de la construcción están diseminadas por los municipios espirituanos. Con estas pequeñas empresas municipales se produce casi todo tipo de materiales, excepto áridos, que poseen escasas representaciones de molinos para producir gravillas y polvo de piedra.
Trinidad constituye uno de los municipios punteros en la producción de tejas, sobre todo la francesa, que posee gran demanda para la conservación de los techos coloniales. Fomento, con la fábrica de mangueras plásticas, resulta puntero en las producciones de este tipo. Sancti Spíritus se destaca en los elementos de pared, sobre todo bloques y ladrillos, y en las tejas criollas.
Curiosamente varias empresas agropecuarias diversifican sus producciones y fabrican elementos de pared con considerables ventas, que elevan los ingresos de la empresa, como la Empresa Pecuaria Sancti Spíritus, con un plan de 42 000 ladrillos de barro al año, y la Obdulio Morales con 36 000 bloques.
Noel Carballo, vicepresidente de la Asamblea Provincial, agrega que todas estas producciones se incorporan a la red provincial de tiendas y suplen en alguna medida las carencias que todavía existen.
Agua de tinajones
En Camagüey, la Tierra de los Tinajones, hoy se revitaliza la tradición alfarera que nació desde la fundación de esta villa —Patrimonio Cultural de la Humanidad— para convivir con ella en la actualidad.
Con la tierra arcillosa, materia prima por excelencia de los agramontinos, se produjeron en sus tejares millones de tejas, ladrillos, rasillas, bovedillas… durante los años 80 hasta principio de los 90, cuando casi desapareció esa producción.
Por eso no es casual que dentro de las transformaciones económicas que se experimentan aquí esté el uso de la cerámica.
«La ciudad tiene que rescatar esta tradición», comentó Yoel Agüero Basulto, especialista en Balance Constructivo de la delegación provincial del Ministerio de la Construcción. No obstante, subrayó, se necesita de mayor ingenio, seriedad y cambio de pensamiento en los actores locales.
«La Industria de Materiales de la Construcción del Poder Popular, aunque exhibe 400 000 pesos vendidos por encima de igual etapa del año anterior de su plan mercantil, transita por problemas tecnológicos que limitan su progreso», refirió Leonardo Fernández Jiménez, director de la entidad.
El funcionario precisó que hay que mejorar no solo las condiciones productivas de los trabajadores, que se expresan actualmente en la introducción de mejoras tecnológicas en los hornos, que permitirán quemar mayor cantidad de bloques y ladrillos, que aún no llega al millón de unidades fabricadas, sino que también habrá que incidir en la preparación del personal y los sistemas de pagos, porque la fuerza de trabajo que se capacita emigra por esta causa, acotó.
Para Elizabeth Suárez Álvarez, directora de Aseguramiento y Transporte en la Industria de Materiales de la Construcción del Poder Popular, también hay que ganar en el respeto a los estudios de factibilidad, para lograr el funcionamiento correcto de las nuevas instalaciones productivas y con el cuidado medioambiental. Igualmente hay que trabajar en la recuperación urgente de las industrias que se deterioraron durante la década de los 90, como es el caso de los tejares agramontinos.
María del Carmen Tía Rodríguez, jefa del Departamento Comercial de la Industria de Materiales de la Construcción del Poder Popular, consideró importante fortalecer la cultura del uso de los elementos del barro en los procesos inversionistas del territorio y en el país.
Actualmente existen inversiones que no incluyen en sus proyectos preconstructivos el uso de estos elementos. Esta contradicción influye en la comercialización de algunos productos cerámicos, como las tuberías hidráulicas de barro, aseguró.
Barro mojado
Solo con recorrer las calles de Calabazar, especialmente en su parte más antigua, uno comprende el valor que tuvieron los tejares para esta localidad al sur de la capital, donde apenas sobreviven las producciones del otrora Complejo Industrial René Bedia, de la empresa Promat, del Poder Popular de La Habana.
En naves semiderruidas, con máquinas rescatadas del paso de los años, sus trabajadores se esfuerzan por producir ladrillos, tejas y tubos de cerámica, a pesar de que estos últimos permanecen en los almacenes, porque sus precios, así como el fácil uso del plástico, han hecho que la población se decida por este último.
También están guardados sin hallarle salida todavía unos 80 000 ladrillos, o lo que es igual, las paredes de unas 20 casas, que inicialmente estaban destinados a la población, pero que al cambiar el Mincin su precio en las tiendas, Promat debe buscar venderlos ahora a las propias entidades del Poder Popular, pues su costo de producción fue más alto que el precio de venta actual.
No obstante, ellos perseveran en hacer también bloques, baldosas, mesetas de granito o lavaderos, a pesar de carecer de moldes suficientes, o en seguir soñando con que se utilicen alguna vez las tazas, columnas y paneles de prefabricados de las casas Sandino, que actualmente no tienen salida en los mercados.
En este caso, según explica el director de Promat, Daniel Dávila, el Mincin comercializa los módulos completos de vivienda a más de 30 000 pesos, con lo cual el consumidor está obligado a comprar todas las piezas de conjunto, aunque solo quiera utilizar unas pocas para cualquier obra constructiva.
Aquí los ladrillos, tan demandados en el mercado, también son un ejemplo de la mala utilización de recursos locales. Muchas veces han debido esperar por el barro que les suministran desde una lejana cantera en Pinar del Río, aunque en las cercanas localidades de El Rincón y el Cano también existe este recurso, en menores cantidades, pero igualmente útiles.
A su vez, aunque la capital cubana no tiene grandes yacimientos en su centro, sí cuenta con la fuente de áridos que son los derrumbes, de los cuales poco se aprovecha por carecer de una planta clasificadora y estar parado el molino del Husillo, que antiguamente trituraba estos útiles desechos, y el cual está previsto poner nuevamente en marcha.
Kilómetros áridos
Si los gobiernos territoriales recién han comenzado a apostar por las producciones locales, todavía es importante que se imponga un cambio radical de mentalidad, no ya en la producción, sino hasta en el diseño de los proyectos.
El Doctor Juan de las Cuevas recordaba las bellas construcciones con techos a base de ladrillos que se hicieron en los primeros años de la Revolución, entre ellas el Instituto Superior de Arte, y el lamentable abandono de esta práctica que tanto acero y cemento pudiera ahorrar.
Actualmente se vuelven a rescatar como «experimentos» prácticas constructivas utilizando los recursos extraídos del entorno.
Igualmente parece olvidarse que estudios interesantes realizados por el Grupo Asesor para las Construcciones, de la Asamblea Nacional del Poder Popular, indican que el precio promedio de un metro cúbico de árido, calculando el combustible necesario para trasladarlo, puede llegar casi a los 14 dólares si se desplaza unos cien kilómetros, con lo cual se encarece extraordinariamente su producción.
¿Por qué no acudir entonces más a las pequeñas producciones locales? ¿Bastarán para ello los 3 600 equipos ligeros que tiene pensado fabricar hasta el 2016 el Micons junto a la Industria Sideromecánica? ¿Por qué se sigue desaprovechando un recurso que en cambio utilizan otros para hacer negocios?
Según el profesor Juan de las Cuevas Toraya, el 70 por ciento del grueso de los materiales que se requiere para levantar una vivienda —piedra, arena, mosaicos, ladrillos, cantos o cal— está al alcance de la mano en el 84 por ciento de los municipios cubanos.
O sea, la mayor parte de las tan necesarias casas están en la tierra que nos rodea. Solo hace falta extraerlas de ella.