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Qué sola Déborah en Sola

Déborah Socarrás (Calle Mario Herrero Toscano No. 55, entre Oscar Rodríguez y Martí, Sola, Sierra de Cubitas, Camagüey) nos trae hoy una de esas historias del absurdo donde se empalman la indisciplina institucional y la incivilidad: hace seis años construyeron frente a su casa, y a no más de ocho metros, una tarima de concreto… ¡en medio de la calle principal del pueblo! Sí, no es un delirio de fantasía, sino la cruda realidad.

La «atravesada» tarima obstruye la circulación de los carros, sobre todo de los vehículos pesados los cuales, al no tener suficiente espacio para transitar, suben a las aceras de ambos lados (¿Quién iba a decir esto, caballeros?). El artefacto invasivo es rechazado por casi todos los pobladores, según Déborah; porque ahora la calle está echada a perder, y se convierte en una laguna cuando llueve.

Si esos inconvenientes afectan a quienes transitan, mucho más los sufren quienes conviven con el disparate urbanístico, por el uso que se le da a la tarima, la cual pertenece a Cultura y también la aprovecha Comercio, para vender cerveza de termos, y hasta particulares que quieran trasnochar y escuchar un poco de música.

«Y aquí viene el problema mayor —apunta—, el ruido excesivo que provocan esos equipos, sobre todo en carnavales, semanas de cultura, y días festivos; además de ser en extremo alta la música, desde temprano en la mañana y hasta altas horas de la noche o de la madrugada».

El rosario de molestias sigue, pues la tarima está en el centro del pueblo; y en sus alrededores, además de viviendas, hay oficinas, tiendas, una sala de lectura, una sucursal del Banco de Crédito y Comercio (BANDEC) y un parque.

Como si fuera poco, en Sola no hay baños públicos, y en los días que ponen el termo de cerveza, los sitios para orinar son los portales, patios, detrás de la tarima y cualquier otro lugar cercano. En carnavales improvisan baños sobre la hierba de la esquina. Cuando se repleta el sitio, lo trasladan, «y así, según la lectora, ese lugar se convierte en algo realmente insoportable».

Manifiesta Déborah que ha sido mucho lo que han pasado en seis años de quejas, comenzando por los planteamientos en las reuniones en la circunscripción. ¿Y cuál ha sido la respuesta de Cultura? Que eso de ahí no lo van a quitar. Y cuando se quejan, principalmente a Cultura, resulta que «molestan».

Sin embargo, asegura Déborah, en Sola hay una plaza que siempre se usó para ese tipo de fiestas, donde se venden bebidas alcohólicas. La misma tiene baños e instalaciones para vender diversos productos. Es amplia y más alejada de las viviendas. «Creemos que esta plaza puede usarse para las actividades que dan en la tarima —señala—, pero es solo nuestra opinión, no la de Cultura ni del Gobierno de Sierra de Cubitas».

Afirma la señora que tiene un niño de seis años, y desde que nació está expuesto a ese ruido; al igual que otros pequeños del vecindario. Ella revela que tiene un oído afectado por un extraño zumbido hace tres años, y el médico la alertó sobre el daño que el ruido puede estar provocándoles  a ella y a un vecino, sordo de un oído y con el otro perjudicado.

Déborah está muy alarmada y no sabe qué hacer. Parece que en Sola, y en las autoridades municipales, hay oídos sordos y cegueras para la disciplina y el orden urbanísticos. Parece que allí no hay respeto.

Fase deprimente

Lo que fuera el edificio de aires moriscos Las Ursulinas, en Egido 509, entre Sol y Muralla, La Habana Vieja, hace 15 años es una comunidad de tránsito o albergue, en la cual hoy residen seis familias con problemas de vivienda. Y están allí «en una fase deprimente», según denuncian tres vecinas del mismo: Odalys Águila, Belkis Delisle y Ana Iris Barrientos.

Refieren que los baños —que son de uso colectivo— se encuentran tupidos hace tres años. También deben salir a la calle a conseguir agua para sus necesidades; además de que las divisiones entre las habitaciones tienen comején. Conocimiento de esta situación tienen las direcciones de Albergue municipal y provincial, y el Gobierno Municipal de La Habana Vieja.

En medio de tantas necesidades habitacionales en la capital, al menos quienes viven en esas condiciones transitorias merecen algún paliativo. ¿Es tan difícil destupir y adecentar esos baños, y garantizarles al menos el agua que necesitan para vivir?

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