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En la casa de Enrique lo último que se pierde es el humor

Como parte de las celebraciones por el centenario de Enrique Núñez Rodríguez, el próximo martes 16 de mayo, a las 10 y 30 de la mañana, tendrá lugar un panel sobre su vida y obra en la Biblioteca Nacional

Autor:

Magda Resik Aguirre

Los trabajadores que peinan canas en la casona de 17 y H, en el Vedado capitalino, recuerdan al hombre bonachón, de sonrisa invariable, cuyas buenas maneras e hilarantes comentarios despertaban una profunda simpatía. Al vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) Enrique Núñez Rodríguez se le sigue queriendo en estos predios: un cubano notable, pero un cubano del pueblo que nunca olvidó sus orígenes en tierras villaclareñas, en un sitio nombrado Quemado de Güines.

«Es un ídolo en Quemado» —testimonia Luis Morlote Rivas, presidente de la organización, quien se refirió al modo en el cual los quemadenses celebran por estos días los cien años de vida de su escritor. «Núñez estaba consciente de que para defender la cubanía, la patria, se debe empezar por el pedacito donde uno llegó al mundo y creció. Cada quemadense quería tener la gracia y la suerte de tocar a Enrique».

Su amigo Elson Concepción lo describe como «una gente querida, de humor, de carcajadas, pero de trabajo siempre. Para mí fue una persona extraordinaria». Y su hija Nesy confiesa que revisando por estos días los archivos de su padre entendió las razones por las cuales fue investido como Héroe del trabajo de la República de Cuba. Nunca dejó de escribir, de idear proyectos, de concebir programas de televisión, obras de teatro, artículos periodísticos…

Abel Prieto Jiménez, entonces presidente de la Uneac, nos contó sobre el «aura limpia y luminosa» del artista, que con su sola presencia aportaba una solución en las más difíciles circunstancias. A pesar de haber nacido en 1923, hizo «una amistad con él tan cercana, tan íntima, verdaderamente excepcional en personas de generaciones distantes. Se acercó enormemente a mí y yo intensamente a él. Nos contamos nuestras vidas respectivas. Compartimos confidencias y tragos».

Desde 1987 hasta 2002 Núñez publicó una crónica semanal en el periódico Juventud Rebelde. Fue «el vecino de los bajos»  del premio nobel de Literatura Gabriel García Márquez, pero invariablemente los lectores esperaban su propuesta dominical: «La palabra de Enrique tocó el corazón de este pueblo de una manera muy particular —expresó Abel Prieto. La gente lo paraba en todas partes del país para sugerirle el tema de una crónica y ofrecerle un respaldo en su tarea memoriosa y extraordinaria. Enrique nos enseñó que no se puede ser patriota en abstracto. Las crónicas de Enrique hacían que la gente se sintiera reconciliada con las peores circunstancias. Tenía una conexión con la cultura popular cubana tan especial, tan única, que aportó a nuestro equipo de trabajo esa visión tan necesaria».

El Presidente de la Casa de las Américas se pregunta “qué hubiera escrito ahora Enrique, en medio de la marea de banalidad neocolonial que nos contamina, entre reality shows que circulan de mano en mano, chismes de la farándula, bombillitos navideños y tenderos con gorros de Santa Claus. «¡Qué falta nos haría, hoy por hoy, un cronista como Enrique!».

El periodista, escritor y vicepresidente de la Uneac, Pedro de la Hoz, también tiene vivos recuerdos de la presencia de Núñez en la Uneac: «Esta es la casa de Enrique». Nos habló de su admiración por las cualidades del cronista excepcional. «Le entraba suave al tema, con una prosa sencilla e ingeniosa a la vez, con pleno dominio del gancho que atrapa a los lectores —explicó De la Hoz. No hacía alarde del conocimiento del asunto a abordar ni de los recursos estilísticos de que se valía para la comunicación eficaz. Diríase que le gustaba ir al grano, pero ese grano se hallaba sazonado muchas veces por más de una sorpresa».

Y muchas veces esa sorpresa nos hacía reír a carcajadas. Por ese modo tan cubano y divertido de hablar sobre nosotros mismos «cuando se anunciaba a Enrique en la Asamblea Nacional del Poder Popular, porque iba a hacer uso de la palabra como diputado, se formaba un murmullo de expectación porque la gente deseaba escucharlo, con su gracia personal». Según Tubal Páez, presidente de honor de la Unión de Periodistas de Cuba, Núñez «tenía la certeza de que hay verdades que solo se pueden entender desde el humor y lo genuinamente cubano».

Entró «con 70 años en la Asamblea Nacional, donde presidió el grupo parlamentario de amistad Cuba-Italia y fue vicepresidente de la comisión de Cultura. Al morir seguía siendo diputado. Trabajó muy seriamente en su función política —aseguró Tubal. Fue electo por un municipio muy populoso donde
gozaba de la simpatía de muchos y decía jocosamente, aludiendo a épocas pasadas, antes del triunfo de la Revolución, que no había tenido que pagar un voto».

Esas bocanadas de humor fluían en lo cotidiano con facilidad, constantemente, como si se tratara de un surtidor de chistes. Kike Quiñones, quien nos regaló la simpática estampa Yo conozco a la Fornés, escrita por Núñez en 1971, para que la interpretara el inigualable declamador Luis Carbonell, considera que Enrique defendió con gran acierto el teatro vernáculo cubano. De tal suerte que la «vernacularidad» fue un sello distintivo hasta de sus crónicas.

Como un seguidor y agente de estímulo de la nueva generación de humoristas le recuerda Jorge Alberto Piñero (JAPE), quien se considera su discípulo. Debemos recordar siempre el papel de Enrique cuando «iniciamos la idea de fundar el Centro Promotor del Humor». Estaba seguro del papel determinante y constructivo del humor en la sociedad.

La música, otra de las pasiones de Núñez, fue el preciado aporte de la gran Beatriz Márquez para conformar un clima de evocación. Al escucharse los acordes de Una rosa de Francia, obra antológica de Rodrigo Prats, el poeta y escritor Miguel Barnet, presidente de honor de la Uneac, hasta se animó a cantar. En él caló honda la filosofía de Enrique, quien nos demostró que «lo último que se pierde es la esperanza, pero también lo último que se pierde es el humor».

Cuando los aplausos sellaron la evocación, recordé las palabras de Eusebio Leal Spengler en la reinauguración del Teatro Martí, a 130 años de la reapertura del «coliseo de las cien puertas», donde tantas veces su amigo contribuyó a la prosperidad de la tradición teatral vernácula. Repasé las imágenes del telón de proscenio en el cual se rinde culto a Eduardo Robreño y Enrique Núñez Rodríguez, y escuché por otra vez la voz inconfundible del Historiador de la Ciudad de La Habana:

«…ellos viven en mi memoria y en nuestra memoria. Con ellos, en medio de un teatro destruido y condenado a desaparecer, celebramos aquí, entre ruinas, el primer centenario (del teatro) en 1984. Enrique, a quien recuerdo en nuestro último diálogo, ya enfermo, me dijo que quizá le sobreviviría a Robreño “que era inmortal” y que él estaría seguramente el día que habría de llegar. Ese día es este y, sin embargo, ellos no están; pero forman parte de la historia inmaterial, de la gloria cultural de nuestra patria». 

Homenaje el martes en la Biblioteca Nacional

Como parte de las celebraciones por el centenario de Enrique Núñez Rodríguez, el próximo martes 16 de mayo, a las 10 y 30 de la mañana, tendrá lugar un panel sobre su vida y obra en el teatro Hart, de la Biblioteca Nacional. Entre los invitados al conversatorio sobre Enrique se encuentran Arleen Rodríguez Derivet, Laidi Fernández de Juan, Duanys Hernández, Kike Quiñones, Tin Cremata, Abel Prieto y la profesora Isabel Cristina López.

Allí se prevé también la proyección de un fragmento de Conflictos, popular programa humorístico televisivo, así como el acompañamiento musical de Niurka González, flautista, y de Malva Rodríguez, pianista.    

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