Las elecciones municipales del próximo 26 de mayo serán, por ahora, la última piedra en el rumbo de la irreversibilidad del chavismo. Autor: José M. Correa Publicado: 21/09/2017 | 05:29 pm
CARACAS.— No es el tema de estos días. Lo que ocupa los titulares y la atención de la opinión pública local e internacional cuando de Venezuela se habla, es la recuperación del presidente Hugo Chávez. Un balance sobre lo que ocurre aquí, empero, no puede pasar por alto las elecciones municipales pactadas para el próximo 26 de mayo.
Quienes piensen que esos comicios son una «nadería» para que la opinión pública internacional le dé seguimiento o que lo que acontezca en los municipios de Venezuela ya es un asunto pura y netamente doméstico, se equivocan.
Este evento, en el que se renovarán o ratificarán alcaldías y concejalías en las 24 entidades del país, incluido el Distrito Capital, finiquitará el actual ciclo de la República Bolivariana en su camino hacia el socialismo y la consolidación revolucionaria.
Los venezolanos poseen un vasto esquema de inclusión y democracia participativa y protagónica, como el Poder Popular, que baja y se asienta en los Consejos Comunales. Sin embargo, las jurisdicciones tradicionales siguen jugando el mismo rol social, económico y cultural que ocupan en cualquier otro lugar del mundo. Son parte de la construcción del imaginario colectivo y la configuración política nacional.
Necesaria es la irreversibilidad
El chavismo ya constituye, en lo político, hegemonía. Mas no basta. Debe garantizar la irreversibilidad del proyecto de país que se han otorgado las grandes mayorías. Y esta también se asegura en las bases. En el día a día de su gente.
Las municipales serán así, y por ahora, la última piedra en el rumbo de la irreversibilidad del chavismo.
Uno de los conceptos mejor elaborado sobre qué cosa es el Chavismo lo exponía recientemente Jesse Chacón, presidente del Grupo de Investigación Social Siglo XXI (GIS-XXI), en un análisis sobre los comicios regionales del 16 de diciembre.
Los resultados de esas elecciones, donde los socialistas se levantaron con 20 de las 23 gobernaciones, demostraron —explicaba Chacón— que el chavismo existe más allá de la figura política del presidente Hugo Chávez.
Este se ha construido —señalaba— en torno a él, «pero tiene una serie de valores que van más allá: como la primacía de lo popular, la participación política como herramienta de transformación social, la construcción del socialismo y unos referentes simbólicos que se van aglutinando alrededor de esta nueva identidad política que se llama chavismo».
Las elecciones presidenciales del 7 de octubre y los comicios regionales del 16 de diciembre los ganó Chávez. Nadie lo duda. Pero junto a él estuvo el «trabajo de hormiguita» del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y las organizaciones políticas aliadas en el Gran Polo Patriótico (GPP). Y también las comunidades, a cuya cabeza marcharon buena parte de los alcaldes y alcaldesas chavistas.
Puede afirmarse entonces que si bien Chávez ejerce una influencia inmanente en las mayorías (es el líder indiscutible), el consenso en torno a él y al programa de nación que simboliza también se genera, compulsa y fortalece en las bases.
Pasión y razón
Los municipios son claves en la arquitectura de la nueva nación que se han dado a sí mismas las mayorías populares venezolanas. De los 335 en que está organizada la república, 265 son dirigidos hoy por alcaldes o alcaldesas bolivarianos.
¿Y cómo serán las elecciones del 26 de mayo? Lo primero que hay que entender es que a medida que estas van «descendiendo»: de las presidenciales a las regionales y de ahí a las municipales, la emotividad y la pasión van dando paso a lo racional, según coinciden los mejores centros de estudios locales, articulados, por cierto, dentro de las firmas encuestadoras.
Así sucedió en los comicios estaduales, cuando los bolivarianos se llevaron el 87 por ciento de las gobernaciones. Y fue a pesar de que en algunos estados chavistas quienes ejercían el mando perdieron apoyo por críticas a su gestión. El PSUV debió allí proponer a otras figuras, y el electorado votó por ellas —tanto por las nuevas como las «revalidadas».
Por qué el voto fue socialista, porque sus candidatos eran portaestandartes de un sólido programa de gobierno nacional y, por tanto, la mejor alternativa a los problemas, anhelos y proyectos regionales pendientes, por comenzar o potenciales.
La tendencia de lo emotivo hacia lo racional se agudizará más aún en las alcaldías. Las principales dificultades acumuladas en barrios y parroquias y la capacidad gerencial para resolverlas que demuestren quienes se promuevan a las municipales decidirán la tendencia del voto.
A cinco meses de las municipales, ningún centro de estudio, líder de opinión o encuestadora ha emitido un pronóstico sobre lo que acontecerá —al menos hasta donde yo conozca.
No obstante, hay fuertes indicios para vaticinar. El primero, la holgadísima victoria de Chávez en las presidenciales. El segundo, el apabullante triunfo revolucionario en las estaduales. Y el tercero, la conversión del aún joven PSUV en la organización política hegemónica nacional, regional y local.
Por la tercera al hilo
Partido por partido, las sumatorias generales de los comicios regionales revelaron que el PSUV es acreedor del 50 por ciento del electorado. La hegemonía se sopesa más al saber que el ultraderechista Primero Justicia acumuló nacionalmente 8,47 por ciento de los votos y su par Un Nuevo Tiempo: tres; en tanto, los opositores tradicionales: Acción Democrática (AD), se agenció 6,11 por ciento; y COPEI, 2,64.
En mi criterio, por tercera vez al hilo —y en menos de un año— el chavismo dispone de las condiciones para anotarse otra victoria contundente. Volverá a marcar el rasero el carisma de Chávez (su herencia práctica y conceptual), pesará la solidez del proyecto y la madurez que ha alcanzado la Revolución, pero quien llevará el «mazo» será el PSUV.
A pesar de su juventud —reitero—, el Partido Socialista Unido de Venezuela ha demostrado en este año electoral su ascendencia y capacidad organizativa y movilizadora. Y lo ha hecho, incluso, pese a las ausencias físicas a que se ha visto obligado su Presidente (o tal vez más obligado por eso).
Y como digo una cosa, también pongo otra: el PSUV tampoco es dechado de virtudes. A lo interno habrá de sortear más de un «pero»... Es pronosticable que en las elecciones municipales el rojo sea aún más fuerte, mas su magnitud dependerá de la unidad, disciplina, habilidad, capacidad de maniobra... que demuestren los socialistas a todos los niveles.
El salto o el vacío
Venezuela entró en otro período de Revolución. La frontera histórica está claramente marcada: el triunfo de Chávez en las presidenciales del 7 de octubre, las victorias de sus candidatos en las regionales del 16 de diciembre, y la pronosticable supremacía que lograrán los bolivarianos en las municipales del 26 de mayo.
Estas cierran el ciclo. El nuevo no será el más difícil. Afirmarlo sería olvidar lo que han protagonizado el pueblo venezolano y su líder en los últimos 14 años. Las duras pruebas que han debido sortear. Sin embargo, el proyecto, como programa socialista, ahora sí se las juega el todo por el todo.
De 1999 a hoy, considero que aquí lo que ha transcurrido es una revolución democrático-popular: pacífica, profundamente humanista, solidaria, inclusiva. «Socialismo» era un concepto simbólico; ya dejó de serlo. Constituye el nuevo estadio, no una propuesta. Es el salto o, si no se logra, el vacío.
El eje de esta nueva etapa histórica es el llamado Plan de la Patria 2013-2019, una plataforma programática que el líder bolivariano presentó al Consejo Nacional Electoral como matriz de su nuevo mandato, y que se ha debatido y enriquecido por las mayorías populares —e, incluso, por algunos partidos opositores— en los últimos meses.
Revolución a la paz inasible
En 14 años de Revolución, Venezuela va por 17 elecciones y referendos de diversa índole. Seguirán. Los comicios aquí son el nunca acabar. Como bromeó una vez Lula da Silva y recuerda el Jefe de Estado local: «Cuando en Venezuela no hay elecciones, Chávez las inventa», decía más o menos el brasileño.
El Plan de la Patria abarca un sexenio. No será período de «paz». En dos años y un poquito, la Revolución Bolivariana y la derecha local y mundial volverán a la arena a camisa quitada, cuando en 2015 se desarrollen las legislativas nacionales.
Serán comicios cruciales. Como demuestra la historia regional reciente (Honduras y Paraguay), en el fuero pacífico de estas democracias burguesas occidentales los parlamentos nacionales son hoy la quinta columna para «reencarrilar» a los países de la región que se han levantado —con mayor o menor energía— contra el neoliberalismo.
En Honduras y Paraguay coincidieron la conspiración de los poderes hegemónicos globales y casualidades históricas (¿errores?). El modelo de desestabilización resultó. Como fue exitoso, la reacción mundial intentará replicarlo de nuevo.
Venezuela no será necesariamente la próxima víctima. En un bienio y poco, pueden pasar muchas cosas aquí o en cualquier otro país disidente. No obstante, la Revolución Bolivariana es el «nido». O al menos es lo que piensan los poderes mundiales.
La derecha global es tozuda y paciente. No descansará. Su gente es muy aplicada, inteligente y perseverante.
El período presidencial en Venezuela es de seis años; los poderes regionales cubren un cuatrienio, igual que los municipales. El chavismo, empero, no tiene un sexenio para abrirse pleno y sin contratiempos hacia el socialismo. Apenas dispone de dos años y unos días para asegurar que el rumbo continúe.
En mi criterio, la victoria apabullante de la Revolución Bolivariana en las municipales del 26 de mayo está cantada. Mas la hegemonía política no basta. Necesario es la irreversibilidad. Y esta se logra en todos y cada uno de los escenarios: político, social, económico, ideológico, cultural, global.
El período que ahora se abre ya fue signado por Chávez con la sentencia «eficiencia o nada». La Revolución Bolivariana deberá trabajar en los años sucesivos como una maquinaria perfecta. Y ya esta no es solo un líder, está constituida por todo un pueblo. Es responsabilidad de las grandes mayorías.