A.A.: Mantengo una relación de dos años, pero no tengo todavía la seguridad de ser feliz. Lo quiero, lo odio, lo celo, y no lo puedo dejar. No sé qué me pasa. No es mi primera relación, sí mi primera pesadilla. No encuentro una salida porque él me exige y me cela. No lo dejo porque soy loca o estoy obsesionada. Tengo 27 años.
Son muchas las parejas que establecen un vínculo más allá del placer y las fantasías del amor. Las pesadillas dejan ver lo que queremos ignorar. Desde el amor, la otra persona deviene ese ser anhelado, poseedor de lo que nos falta, digno de nuestra confianza. Su correspondencia nos hace sentir también especiales y dignos, así se genera un circuito entre «te amo, me amas y me hago amar», o «te deseo, me deseas y me hago desear».
Ante cualquier desilusión o quiebre de límites se pasa del «te amo» al «te odio», del «te contemplo» al «te vigilo», y se llega a los circuitos inquietantes que hacen del sueño una pesadilla. Así se va del cuidado al celo, de poseer a devorar, del placer al displacer, y se mantiene el lazo con esa persona, para obtener satisfacción en la vida.
En esos círculos viciosos se pueden mantener eternamente. Salir de ellos implica perder algo de las satisfacciones que obtienen cuando devenimos «dignos» de vigilia o «poseemos» a alguien que sucumbe a celar el más leve de nuestros movimientos. A veces se prefiere ser objeto de celo y odio antes que de ignorancia. Localizar ese punto de locura y obsesión puede requerir ayuda profesional, porque es difícil creer que sostenemos esos mecanismos para obtener satisfacción a costa del displacer. No siempre hay que dejar a la pareja. A veces basta encontrar otros modos de relacionarnos.