No va a sobrevivir, dijeron a lo bajo, para que el niño que todo lo escuchaba, no escuchara. Y el niño insistió tanto en ver a su madre, que no pudieron negárselo. En la distancia, detrás de la cerca, detrás del cristal, apenas atinó a ver un pedazo del rostro y una mano envuelta en gasas, alzada sabe Dios cómo.
Las medidas sobre Cuba, anunciadas por la Casa Blanca este lunes, fueron recibidas con un suspiro de alivio y una ceja levantada. La Cancillería cubana reaccionó con siete palabras justas: «un paso limitado en la dirección correcta». Es la primera noticia en cinco años que llega desde Estados Unidos que no cancele viajes, corte remesas, sancione un hotel, incluya al país en una lista espuria o se invente un cuento, como el de unas imposibles armas sónicas que atacaron selectivamente a diplomáticos estadounidenses en La Habana.
Quedarse al margen de una revolución tecnológica deviene prácticamente un suicidio y la única respuesta inteligente consiste en remar hacia la conquista de su cima.
«¡Prepárate!», me dijeron. «No podrás resolver en un día, me aseguraron. A ellos les gusta complicar las cosas y se demoran en atenderte… ¡prepárate!», me advirtieron. «Pero yo hice la solicitud vía online, así que imagino que sea más rápido», expliqué. Carcajada abierta. «Si casi no dan abasto con el trato directo, imagínate cómo será por la vía online. Allá tú».
Mientras no tiene rostros, la muerte es lo que le pasa a otros, una desgracia que duele en la fibra que nos emparenta con el resto de la especie, que nos recuerda la insoportable levedad del ser. Y nada más. Carga penas, pero no necesariamente entraña duelo.
Una señora informa cifras frente a las cámaras y detrás, en planos secundarios, dos bomberos remueven pedazos de piedra y escombro. La gente alumbra con los flashes de sus móviles la escena, mientras en las fotos quedan para siempre los intensivistas que socorren y avivan un sitio que huele a muerte.
La palabra prioridad salió a relucir una y otra vez para recalcar la trascendencia de su aplicación sobre la base de seleccionar siempre la variante más beneficiosa en que se va invertir, ante la disyuntiva de la escasez de recursos.
He perdido la cuenta, pero sé que en los últimos 20 años he escrito al menos dos docenas de trabajos periodísticos sobre las ofensas públicas en nuestros escenarios deportivos, un fenómeno que nos poncha a menudo los sueños vinculados a una nación enteramente culta.
Mi amigo Rodolfo se ha acogido a la jubilación. No estaba conminado a hacerlo porque, en honor a la verdad, tiene una salud de hierro y una lucidez envidiable en sus 69 febreros vividos. Pero la tentación fue irresistible: «Aprovecha, el retiro ahora lo calculan por lo que ganaste el año pasado», lo embullaron parientes, amigos, vecinos, colegas y cuanta persona supo de su edad. Así que decidió decir «hasta aquí llegué» y ya tiene hasta tarjeta magnética para cobrar.
Una especie de leyenda urbana insiste en la mala suerte del Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez: el avión, el tornado y ahora el hotel Saratoga, afirman y no falta en el cortejo quien le agregue a las «marcas en su cinto» hasta el azote de un virus que se convirtió en pandemia —¡término que ya le presupone al SARS-CoV-2 un alcance planetario, más allá de nuestra cayería!— aunque él, conduciéndonos, haya podido conjurarlo como pocos colegas suyos en el mundo.