El ejemplo de los estudiantes de Medicina es inspiración para los jóvenes de la actualidad. Autor: Maykel Espinosa/Archivo Publicado: 26/11/2024 | 11:16 pm
La historia no olvida a sus más sobresalientes hijos, aquellos que en la gloria y el afán vencedor lograron salir triunfadores, como tampoco olvida a quienes fueron víctimas de una sanción de odio y crueldad. Entonces, digamos que la historia no olvida nada.
Hace 153 años, cuando la vena más sangrienta del colonialismo español hacía de las suyas, ocho jóvenes fueron condenados a muerte, incluyendo a tres escogidos al azar, símbolo máximo de la injusticia. El mayor no pasaba de los 20 y el más joven apenas tenía 16 años. Eran alumnos de Medicina, acusados de profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón.
La selección de los penalizados se hizo de forma arbitraria. Supuestamente cuatro jugaban con el carro donde eran transportados los cadáveres en el cementerio de Espada, un adolescente había arrancado una flor y, de los restantes, uno de ellos ni siquiera se encontraba en La Habana el día del incidente.
La ira y el horror se apoderaron de las calles cubanas aquel 27 de noviembre de 1871, mientras la represión más violenta del Cuerpo de Voluntarios Españoles mostraba la peor de sus caras. Aunque habrá quien diga: su verdadera cara, y no lo juzgaría.
No en vano, nuestro Martí, en su discurso Los Pinos Nuevos, pronunciado 20 años más tarde en la mismísima entraña del monstruo, expresó: «Del semillero de las tumbas levántase impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal, orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos: la muerte da jefe, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!».
En esta tierra el homenaje es una especie de ritual que se extiende desde las aulas hasta la inocencia de un juego pueril en las calles libres. Por eso, cada año se les evoca perenne con la tradicional marcha desde la escalinata de la Universidad de La Habana hasta el monumento que los recuerda en la Punta, del malecón capitalino.
El desconocimiento, así como el olvido, quizá pretenda absorber algunos referentes, pero la historia aguarda siempre un espacio para sus hijos nobles y valientes.
No existe motivo para pasar la página, ni para desvirtuarnos con una idea ajena a lo ya sucedido. Solo hay hombres que viajan en el tiempo y se hacen inmortales por su silencio: el mismo silencio cómplice que fue roto a tiros por el quebranto brutal de la muerte a sus espaldas.