Si desde hace más de un siglo los cubanos proclamamos a Carlos Manuel de Céspedes como Padre de la Patria, la maternidad le corresponde a Mariana Grajales. Aquella gran mujer no trascendió solo por parir una camada de héroes.También porque los formó para luchar por la libertad de Cuba.
Confesemos que resulta, al menos chocante o contradictorio, cuando algunos hablan del 11 de julio del pasado año en tono de «celebración».
Fina García Marruz la describió como la escena más hermosa del mundo en su libro Créditos de Charlot. Es esa en que la florista descubre al vagabundo detrás del cristal, sin sospechar que es él justamente quien se ha sacrificado para que le devuelvan la visión. Hay risas… mas cuando toca su mano, su vida da un salto. The end. Es 1931. La cinta, protagonizada y dirigida por Charles Chaplin, se llama Luces de la ciudad.
En octubre de 1968, durante una entrevista con el escritor y periodista Ambrosio Fornet, a Raúl Roa García le preguntaron quién era el héroe olvidado de su generación, el mayor talento frustrado, el más imaginativo, el más completo hombre de acción, el mayor farsante y el tipo más simpático.
El texto que vamos a comentar aquí es muy conocido, y ha sido citado en muchos artículos, pero aun así es bueno recordarlo una vez más, porque más del 80 por ciento de la actual población cubana no había nacido cuando se escribió.
¿Qué revelan tres simples tazas de café a diferentes precios, cuyo consumo moderado tiene propiedades y beneficios para nuestra salud, además del genuino placer que resulta tomarlo?
La tarde del domingo 30 de junio de 1957 entró en la historia de la mano de la osadía, la impaciencia de la persecución, el compromiso alto, la sangre imberbe.
Delante de mí, en la mesa, un raro sombrero. No, no era un sombrero, pero lo parecía. Era más bien una esfera con alas de sombrero. Un objeto raro, de madera. No se quedaba quieto. Era como un tentempié, ya sabemos, que busca equilibrarse.
¿Cuánto sabe un pinareño de ciclones? ¿Cuántos trucos conocerá para que un viento fuerte no le lleve su techo endeble? ¿Cuánto sabrá de solidaridad, de recuperación, de echar adelante con los suyos y sus vecinos?
No sé si el excelso Adalberto Álvarez, que en gloria siempre esté, hubiera compuesto hoy aquel son, cuyo contagioso estribillo hizo bailar a Cuba entera hasta convertirse en un clásico: «Quiero ir a Bayamo de noche, a pasear por el parque en un coche».