Fina García Marruz la describió como la escena más hermosa del mundo en su libro Créditos de Charlot. Es esa en que la florista descubre al vagabundo detrás del cristal, sin sospechar que es él justamente quien se ha sacrificado para que le devuelvan la visión. Hay risas… mas cuando toca su mano, su vida da un salto. The end. Es 1931. La cinta, protagonizada y dirigida por Charles Chaplin, se llama Luces de la ciudad.
No basta asomarse al cristal, no basta detenerse en la cáscara.
«Licht!, mehr licht!/¡Luz!, ¡más luz!». Tales fueron las palabras de Goethe, el de Fausto, el de Los sufrimientos del joven Werther, el legendario. Dicen que el escritor germano estaba a las puertas de la muerte, pero en cualquier caso conservaba suficiente lucidez. ¿Era un grito antes de que cayera el telón, o acaso la gran metáfora de su existencia, rezumada en tres palabras?
A veces tengo ganas de ser Goethe. Las sombras jamás descansan.
En días recientes, he subido, he bajado las escaleras de Ediciones La Luz en la calle Maceo 121 altos, muy cerca del parque Calixto García, en la Ciudad de los Parques, en Holguín. Fue mucho el desearlo y al fin cumplirlo. Esa editorial tiene el nombre bien puesto: ellos iluminan. Y si los libros son hermosos, es porque esa familia que encabeza el poeta Luis Yuseff, es hermosa.
Dulce María Loynaz definió, con la altura de su lírica, a ciertos seres que creen que los demás orbitan a su alrededor: «Hay gente que, si pudiera, arrancaría los rayos de la luna, para amarrarse los zapatos». Martí escribía lapidariamente en La Opinión Nacional de Caracas: «Los dientes no hincan en la luz».
La mitología egipcia representaba el ciclo del día y de la noche, el amanecer y la puesta, el viaje del astro rey de este a oeste, como una barca solar conducida por Ra y defendida por Seth. Renacía siempre, en el enfrentamiento permanentemente de la luz con las tinieblas, con el caos, con la serpiente Apofis.
Siempre hay Apofis que atajar.
Toda una centuria se conoce como el Siglo de las Luces. El siglo XVIII significó una conmoción intelectual en Europa y más allá, que cerró con el sacudimiento de la Revolución Francesa. Se emergía de la larga noche del oscurantismo, se entraba en la ciencia y la razón. Sin embargo, cuando los fanatismos regresan, las tinieblas se ciernen sobre el mundo, las razones se tuercen.
Tómese en metros, kilómetros, segundos, en espacio y en tiempo: la luz viaja a una velocidad casi inimaginable. Las distancias planetarias son insondables, por eso la unidad de longitud usada es el año luz, es decir la distancia que recorre la luz en un año: 9 460 730 472 580,8 km. ¿Pudo leer semejante cifra?
No hemos puesto los pies en otro planeta (todavía), pero nos urge mejorar el que habitamos; el barrio en primer lugar, que es nuestro pedazo de Tierra. No podremos alcanzar la velocidad de la luz, pero es menester alcanzar otras: la luz del discernimiento, la luz de la previsión, la luz de la diversidad, la luz de la eficiencia, la luz de la verdad, la luz.