Si Marco Polo, harto de imperiales comodidades en los remotos dominios del Gran Khan, arribara próximamente a su Venecia natal, el primer sonido que escucharía al poner pie en tierra sería un metálico ¡crash!, al pisar... ¡una lata de Coca Cola! Sí, porque al alcalde local, Máximo Cacciari, se le ha ocurrido firmar un contrato con dicha transnacional para instalar unas 60 máquinas expendedoras del refresco en la hermosa ciudad del Adriático.
Tenía un oído afinadísimo. Algunos dirían que de tuberculoso. Lo cierto es que el ruido monótono y ensordecedor que producía la afilada cuchilla de la vieja batidora al desintegrar el hielo y mezclarlo con la fruta de estación, la leche y el azúcar, le hacía gritar invariable a la finada Malvina: «¡Voy en esa!». Entonces mi madre, que como parte de sus preparativos siempre colocaba cerca el vaso que portaría aquella bebida irresistible, con una sonrisa ra-diante lo llenaba para que yo se lo en-tregara a la vecina de toda una vida, todavía sudoroso.
Era una música de carnaval a plena mañana. El reguetón se enseñoreaba con sus retumbes y unas parejitas movían las caderas con ritmos electrizantes. Sonrientes, llevaban las manos arriba y se agachaban siguiéndole el sentido a la letra.
Lleva nombre de monarca mi amigo y colega Luis Sexto, un hombre tan diminuto en poderes y soberbias terrenales, como emperador de espíritu y pensamiento. Su único cetro es esa obra profesional que ha levantado como cumbre de dignidad, con devoción de labriego: ese vergel de crónicas, artículos, comentarios y reportajes, del cual podrían acopiarse ejemplares para cualquier ramillete de lo más exquisito del periodismo cubano de todos los tiempos; y como antídoto contra las malas hierbas que afean el huerto de la información, el juicio y las emociones.
Recientemente hemos conmemorado, por primera ocasión, la publicación en 1891, en el periódico El Partido Liberal de Ciudad México, del texto martiano que lleva por nombre Nuestra América. Al efecto se organizó un evento en Mérida, Yucatán, tierra bien conocida y visitada por el Apóstol en sus años de estancia en el país azteca.
De una visita del entonces presidente de EE.UU., George W. Bush, a Israel, a principios de 2008, guardo una imagen curiosa: cuando el peligroso sujeto terminó su insípido discurso sobre paz y bla bla bla en Oriente Medio (letanía idéntica a la que cada inquilino de la Casa Blanca repite hace decenas de años), los líderes de las fuerzas políticas israelíes, y antes que ellos el primer ministro Ehud Olmert, se pusieron de pie para estrecharle la mano.
Por esas cosas raras que tiene la vida, lo intuí. Recuerdo la primera ocasión cuando llegó a la clase con la cartera diminuta que, hasta hoy, le cuelga de una tira hasta el ombligo y nadie sabe lo que guarda.
La cuenta no es nueva: la vengo oyendo, incluso sacando, desde hace más de 15 años. Cuántos países existen en el nuestro. Geográficamente, uno; la unidad territorial es una de las prerrogativas de la nación. Pero a partir de lo físico la suma o la resta se complican ofreciendo más de un resultado.
Se trata de una orquídea hermafrodit...
Un lector, enterado por mi comentario sobre la crisis económica en Gran Bretaña, de que también dedicaría un texto a la situación en Alemania, me preguntó si pudiera decir algo bueno.