Lleva nombre de monarca mi amigo y colega Luis Sexto, un hombre tan diminuto en poderes y soberbias terrenales, como emperador de espíritu y pensamiento. Su único cetro es esa obra profesional que ha levantado como cumbre de dignidad, con devoción de labriego: ese vergel de crónicas, artículos, comentarios y reportajes, del cual podrían acopiarse ejemplares para cualquier ramillete de lo más exquisito del periodismo cubano de todos los tiempos; y como antídoto contra las malas hierbas que afean el huerto de la información, el juicio y las emociones.
Un ilustre jurado ha hecho justicia al conferirle el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de toda la vida, al peregrinaje incesante de Luis por el alma y el rostro de los cubanos, por sus alegrías y tristezas, por sus certidumbres y pálpitos. Un premio adjudicado hace mucho por los lectores, sobre todo esos sensibles y difíciles lectores que aparecen en cualquier rincón del país.
«Coloquiando» cada viernes con los cubanos en estas páginas de Juventud Rebelde, Sexto destila en los moldes de la finura y elegancia —hijas de una vasta cultura libresca y vital— el elixir de sus honestos criterios acerca de lo humano y lo divino; pero, sobre todo, de lo que atañe a las grandezas y torpezas de nuestra sociedad, de sus luces y penumbras.
En un periodismo tan difícil como el de la Isla, presidido por ideas muy nobles pero limitado por muchas mediaciones y obstáculos, Luis ha llegado a erigirse en una voz muy personal, alzada con singular talento para la emoción, el argumento y hasta la polémica; siempre desde una lealtad revolucionaria a toda prueba, que nada tiene que ver con el servicio rutinario y segundón de utilero de la política y amanuense de las instituciones.
En esa cuerda entre corazón y cerebro, esa orgánica vibración biunívoca entre sentimiento depurado y juicio limpio y filoso, radica el compromiso profesional de Luis con los destinos del país, con su presente y pasado. Desde la observación acuciosa de un adelantado del pelotón de reconocimiento: no por consecuente, menos dialéctico para, con los pies bien puestos en la tierra, y husmeando la falsía, identificar las acechanzas y trampas en el camino hacia el porvenir.
Maestro por partida triple, así con mayúscula: con una monumental obra periodística, que hace ya tiempo va sedimentándose en sabios libros de la creación y para la docencia, esa en la cual lleva años depositando su semilla en las aulas de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, en cuanta cátedra se le convoque, en cuanta redacción se le solicite. Un púlpito itinerante del mejor periodismo a lo largo y ancho del país.
De Luis, muchos hemos bebido; no de su habitual tacañería para ciertas humedades y otros goces, sino de su integralidad como profesional, para seguir porfiando por un periodismo más pleno y fecundo en la Cuba socialista: compromiso y con promesas.
Ahora que el nombre del más grande periodista cubano hierve de honor en el corazón de cronista de Luis, sus eternos deudores también queremos compartir la dicha que nos pertenece. Porque en Sexto un lúcido jurado premia, como una señal luminosa, a ese periodismo que tanto necesitamos para mirarnos al espejo como nación, y conocernos. El periodismo que nos levante la autoestima y la dignidad, haciendo descender a los avernos nuestras fealdades y mediocridades.
No se si sería sexto o undécimo; pero no temo a afirmar, ni a que me excomulguen por absoluto, cuando aseguro que en la lista de monarcas del periodismo cubano, allí quedará Luis coloquiando con la Historia, con su frugal dieta de goces mundanos. Lo digo hoy, precisamente cuando se cumplen cien años del nacimiento del insuperable Enrique de la Osa, ese que arde de arrestos en la sangre de tintas que corre por las venas de Sexto.