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China abre las puertas a América Latina... y la región se abre a ella

La extensión de los lazos de la segunda economía del mundo con «la periferia» resulta una contribución crucial a la consolidación del mundo multipolar al que China aspira

Autor:

Marina Menéndez Quintero

EL presidente colombiano Gustavo Petro es el mandatario latinoamericano que más recientemente incorporó a su país a las iniciativas chinas de la Franja y la Ruta de la Seda, lo que hizo durante una visita oficial que propició su presencia, como presidente pro témpore de la Celac, en la 7ma. cita ministerial entre la Comunidad Latinoamericana y Caribeña y la nación asiática luego de recorrer, no sin cierto cansancio —confesó el propio mandatario— la majestuosa Muralla China.

La adhesión la dio a conocer acompañada de aseveraciones que bien puede asumir una región amenazada por los afanes de reconquista y extemporánea expansión que exhibe la administración de Donald Trump, y en puja por sacar a China de ella.

Tanto América Latina como su país, dijo Petro, son «libres, soberanos, independientes».

La aclaración tuvo lugar luego de que, en vísperas de su viaje, el enviado especial de EE. UU. para la región, Mauricio Claver-Carone, lanzara a Colombia una velada amenaza cuando comentó que «el acercamiento» de Petro con China sería «una gran oportunidad para las rosas de Ecuador y el café de Centroamérica», una ironía para advertir que Washington podría dejar de comprarle esos renglones a Colombia.

Claro que en la Casa Blanca siguen intranquilos con esta incrementada presencia del comercio chino en el hemisferio, pese a la guerra tecnológica y comercial que Estados Unidos ha impuesto al Gigante asiático desde el anterior mandato de Donald Trump, y que no ha logrado achicar a la nación asiática.

Descontando a Panamá, que fue la primera en sumarse pero cuyo ejecutivo encabezado por José Raúl Mulino ha sucumbido a las presiones estadounidenses, Colombia es desde ahora el país latinoamericano y caribeño número 22 que se incorpora a esos proyectos chinos.

Ello significará el trazado de otro trayecto marítimo para la Nueva Ruta de la Seda, que remeda la que antaño conectó al otrora Imperio con el mundo, y que ya tiene caminos desbrozados en el mar para comunicarse con naciones como Ecuador, que ya cuenta con la travesía Guayaquil-Shanghái, y Nicaragua, que ha conectado su puerto de Corinto con el de Tianjing.

La iniciativa también ha propiciado acuerdos de cooperación para crear infraestructura portuaria y ferrocarrilera que economice y viabilice el comercio con naciones entre las que se cuentan Perú, Argentina, México, Chile y Brasil, aunque también se reportan avances en el área centroamericana y caribeña.

Descuellan entre los proyectos binacionales el del megapuerto peruano de Chancay, financiado por empresas chinas y que beneficiará el comercio con toda Sudamérica, y el corredor ferroviario Brasil-Perú, destinado a fortalecer las exportaciones de materias primas hacia el Gigante de Asia.

Visto desde la geopolítica, Beijing también consigue así la apertura de rutas no tradicionales como las que atraviesan el Atlántico, y consolida a Latinoamérica como pilar estratégico que haga frente a la pretendida hegemonía estadounidense.

Cifras no oficiales aseguran que el intercambio con el país sudamericano más extenso va de puntero, con una balanza anual entre Beijing y Brasilia que llegaría ya a los 130 000 millones de dólares.

Ello ha beneficiado lazos de intercambio y cooperación que condujeron el año pasado a una balanza con toda la región ascendente a los 500 000 millones de dólares, cifra ofrecida por el presidente chino Xi Jinping durante la recién concluida cita de cancilleres del Foro China-Celac.

La apertura por Beijing de un crédito ascendente a más de 9 200 millones de dólares para que sus empresarios inviertan en nuestra región, principalmente en proyectos de infraestructura, energía y minería; la concesión de más de 3 000 becas para la formación de jóvenes latinoamericanos y caribeños, así como el financiamientos de proyectos sociales en nuestros países, forman parte de los cinco programas de cooperación anunciados por Xi para los próximos años.

Pero lo importante no está solo en el vínculo comercial con China, que se abre caminos en todo el sur global bajo la filosofía de «ganar-ganar» y los «beneficios compartidos», donde ambas partes se tratan como iguales sin hegemonías ni subordinaciones, que es la tónica de las «invitaciones» de Estados Unidos.

Ya lo dijo Petro: Colombia tiene derecho a establecer relaciones de beneficio mutuo con China.

Por sobre ello, la extensión de los lazos de la segunda economía del mundo con «la periferia» resulta una contribución crucial a la consolidación del mundo multipolar al que China aspira, como Rusia: su socia en los Brics, grupo que tira del tren en reversa de la unipolaridad.    

De los culíes hasta hoy

Pero no es nueva esa presencia china en América Latina que tanto disgusta a Washington, al ver «usurpado» el que consideró su traspatio.

En circunstancias totalmente distintas, muchas naciones latinoamericanas y caribeñas fueron fuente de empleo y abrigo para oleadas de inmigrantes de la lejana nación que llegaron a estos confines, en los siglos XIX y XX.

El puertorriqueño Fortunato Vizcarrondo, pone en verso lo que es común en nuestras islas caribeñas cuando pregunta en uno de sus poemas «Y tu abuela, ¿dónde está?», en alusión a la extendida presencia de África entre los ancestros que, junto a otras culturas, conforman el ajiaco de nuestra identidad, identificado por Don Fernando Ortiz.

Pero no pocos tenemos también un abuelo chino quien, como los inmigrantes españoles de las centurias posteriores a la terrible esclavitud, buscaron en América una vida mejor, soñaron con hacer algún dinero para volver a su patria, y conformaron en Cuba —y en otras naciones latinoamericanas y caribeñas— una familia que fue, a la postre, lo único que pudieron dejar como herencia cuando sus huesos fueron a dar con la tierra. Su huella quedó en la culinaria y en otros aspectos de la cultura nacional que, por eso, es crisol de nacionalidades.

Para su llegada a Latinoamérica y Cuba —las oleadas iniciales salieron en el siglo XVII y se quedaron mayormente en Asia—, el antiguo Imperio chino había perdido su esplendor y caído, y la República naciente heredó un país sumido en la pobreza que no podía garantizar un tazón de arroz para cada uno de sus habitantes. Decenas de miles de sus pobladores vinieron hasta el otro lado del mundo en busca de oportunidades.

En la Latinoamérica continental su presencia se hizo fuerte en Perú, México y Brasil, mientras que en el Caribe destacó la profusión de su llegada a Trinidad y Tobago, República Dominicana, Panamá y Cuba.

Es una historia triste. Los llamados culíes trabajaron por salarios de hambre en condiciones de semiesclavitud, y la muerte de muchos de ellos demostró que su físico no era el apropiado para soportar las atrocidades cometidas contra los africanos, una vez que la trata de negros se abolió, y los esclavistas buscaron sustitutos para los campos de caña en los recién llegados desde Asia.

Pero esta China que vuelve a América Latina y el Caribe hoy, es otra: la de un pueblo que por esfuerzo propio y bajo el sistema de un socialismo adaptado a sus condiciones y necesidades —como recomendó actuar Xi Jinping a los asistentes al Foro China-Celac— logró acabar con el hambre, crecer, desarrollarse, y convertir a su país en una gran nación que hoy tiende la mano al sur global al tiempo que amplía su radio de influencia. Eso es lo que desata las furias del decadente Imperio norteño.

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