Irina Pantoja Rodríguez es una mujer que, como otras, puede pasar desapercibida entre la multitud que camina por la calle capitalina de Carlos III, o en la cola de un agromercado, o en una reunión de padres en la escuela de su hijo, o en su barrio, o en la terminal de ómnibus cuando va a comprar un pasaje para viajar a la tierra que tanto extraña.
Cuando en la década de los 80 el grupo de rock chileno Nadie presentó la canción La moda mata, quizá no pocas personas la tildaron de excéntrica, exagerada, absurda… No obstante, el paso del tiempo les confirmó a esos músicos que no estaban totalmente equivocados y que algunos cánones de belleza y gustos han ocasionado a lo largo de los años que varias generaciones «lentamente van cayendo/ a formar parte de nada».
A los cubanos nadie nos puede venir con cuentos chinos. Y mucho menos asustarnos con fabulaciones ni con cataclismos. Todas, las verdes y las maduras, las hemos vivido en carne propia. Hemos pasado el Niágara en bicicleta. Sin embargo, sobrevivimos. Con golpes de timón hemos capeado el temporal. Y aquí estamos.
EL infarto, hace hoy justamente seis años, tenía que ser masivo. Este hombre siempre arrastraba multitudes, así que un infarto a secas, un miocardio a solas, hubiera sido para él un final poco creíble. En el último minuto de su vida a Lucius Walker le falló el órgano que más usaba; entonces, de algún modo fue la suya, esa muerte a los 80 que tanto nos dolió, un deceso previsible.
Lucía estrena mañana la primera aula de su vida, e inicia una impredecible aventura rumbo al saber. Lleva días mirándose al espejo con el uniforme escolar, en una nerviosa pasarela hacia lo desconocido. Se pregunta cómo será su primera maestra, qué niño le tocará al lado en el prescolar. Un cosquilleo le sube al pecho, y suda de incertidumbres.
Húmedo y caluroso, es el noveno mes del año. Anuncia el rápido descenso hacia los días finales que nos harán algo más viejos. Es también una etapa de permanente recomienzo. Regresamos de vacaciones y los escolares inician un nuevo curso. Hay que preparar uniformes, forrar libros, y libretas. Hay que rescatar el hábito de levantarse temprano. Para quienes pasan de nivel, se produce un temblor de expectativa. Tendrán otros maestros, conocerán a nuevos compañeros. Afrontarán un grado mayor de exigencia. Por lo menos, así debería ser.
Odio la siesta, odio esa pausa vespertina, esa duermevela. Era así en mis primeros años y eso no ha cambiado. En casa de mi abuelo Cucho, el silencio era palabra de oro. Solo quedaba el breve paréntesis del juego de damas entre él y mami Otilia; pero cuando mis ojillos empezaban a prenderse en el sobrevuelo de las fichas, llegaba la hora de la siesta. Inexorable y lenta.
No por demasiado íntimo, este asunto deja de ser público. Y adquiere tal carácter aunque el pudor pueda asomarse, debido a que es necesario conversar sobre ese imprescindible artículo: las almohadillas sanitarias femeninas y la urgencia de revisar sus modos de comercialización.
Imposibilitada de lograr sus fines de otro modo, la oposición mal agrupada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) apuesta este 1ro. de septiembre a una violencia que constituye el desafío más inmediato para los bolivarianos.
Tenía ganas de irse y de quedarse. Desde el patio los gallos miraron cómo recogía todo, hasta las sábanas de la cama, esa que aparece cargada de obsequios en el centro de las fotos de su primer cumpleaños.