Primero fue mi exvecina Carmen. Estaba preparando el almuerzo, confundió el pomo de vinagre con uno de hipoclorito y esparció el desinfectante sobre la ensalada. Peor aún: se la comió.
Nadie se explica cómo la anciana no percibió y rechazó el penetrante líquido. El caso es que al poco rato la respiración comenzó a dificultársele. Con los aires de coronavirus que corren y como ya hay un caso confirmado en Guantánamo, fue a parar a una institución médica.
«Ya estoy bien, solo fue el susto, pero imagínate, mija, es que aquí todo huele a hipoclorito, los envases se parecen y los dos estaban encima de la meseta de la cocina», me dijo ella cuando me interesé por su salud.
«¡Y menos mal que esto es Cuba! Me atendieron muy bien, durante casi cuatro días, sin importar que ya soy una vieja», acotó, y luego me comentó el triste panorama que hoy sufren personas de su edad en países donde el coronavirus, literalmente, está acabando.
Aunque al final Carmen solo pasó un gran susto, alrededor de ella hubo un poco más de esas tensiones que vivimos y que aumentan a medida que se informan oficialmente nuevos casos de contagio de la COVID-19 en territorio nacional. Tensiones y movimientos de familiares y amigos fuera de casa, con el consiguiente contacto con otras personas.
Todo ello puede evitarse si tenemos la precaución de ubicar cada cosa en su lugar e identificarla. Esa es la lección de esta historia, en circunstancias en que nuestro Gobierno revolucionario despliega una estrategia de enfrentamiento que se tornaría mucho menos compleja y dramática si todos actuamos responsablemente desde nuestras casas.
Si cumplimos las medidas orientadas y somos consecuentes, pero sin exagerar. Y lo del exceso no lo digo solo por este episodio, sino por otro hecho que, aunque anecdótico, también deja enseñanzas.
Después del mal rato con mi anciana amiga, ahora me hacen saber que todos los integrantes de otra familia muy cercana a la mía sufrieron una reacción adversa en la piel y en las vías respiratorias por el uso de una sustancia química que, pregonada por un vendedor ambulante como «cloro puro y barato», compraron en su vecindad.
Con el mencionado líquido empaparon alfombras, cortinas, frazadas de piso, ventanas, puertas y casi todas las superficies de la casa… Y fueron a parar a una institución médica.
Por suerte, no pasó nada más allá del susto inicial, el corre corre y pequeñas y superficiales lesiones en las manos, sin graves consecuencias a la salud, pero igual, se pudo evitar.
Generalmente, los vendedores ambulantes renvasan ese producto, que vaya usted a saber de dónde lo sacan, y no conocen qué concentración de cloro contiene lo que ofrecen. Mucho menos confesarían su procedencia o los usos recomendados.
Así, es un riesgo optar por ese tipo de oferta y no adquirir, por ejemplo, el hipoclorito de sodio en las farmacias comunitarias o en los puntos habilitados en la actual contingencia, donde te facilitan toda la información necesaria en ese sentido y, además, su efectividad para realizar una limpieza profunda está validada.
Las autoridades sanitarias del país han insistido en que, para el lavado de manos, si posees hipoclorito con una concentración al uno por ciento, a un litro de agua se le deben agregar cien mililitros (unas diez cucharadas soperas o tres onzas de biberón), y si es al cinco por ciento, agrega 20 mililitros (solo dos cucharadas soperas).
En otro pomo, bien identificado, prepara la mezcla para desinfectar superficies, acción que se debe realizar al menos una vez por día. En ese caso cuando el hipoclorito está concentrado al uno por ciento, al litro de agua se le agregan 400 mililitros de hipoclorito de sodio (equivalente a dos biberones), y si es al cinco por ciento, solo agregas cien mililitros (diez cucharadas soperas o tres onzas de biberón).
Está bien extremar las medidas higiénicas, pero hay que seguir al pie de la letra las indicaciones, porque cualquier descuido o exageración puede complicarnos y complicar a los demás. En este caso es cuestión de llegar, pero no pasarse.