Existen desencuentros, asperezas por limar, pero la disposición al diálogo para el fomento de la confianza mutua se erige como premisa. La República Popular China y Taiwán, esa otra parte de su territorio, tienden puentes para su acercamiento. A fin de cuentas se trata del mismo pueblo.
El más reciente paso en ese camino, no exento de obstáculos y reticencias —a muchos no les convienen las buenas relaciones a ambos lados del Estrecho de Taiwán— es el Acuerdo Marco de Cooperación Económica (ECFA, en inglés). La implementación del convenio —ya en su fase final, luego de tres rondas de debates entre expertos— beneficiará el intercambio económico y debe conducir al acercamiento mutuamente ventajoso para las dos economías.
Tiene previsto, por ejemplo, la reducción de aranceles a la exportación de 539 categorías de productos taiwaneses y a la importación de 267 renglones provenientes de China. Mientras, algunos expertos calculan que la alianza creará alrededor de 260 000 puestos de trabajo en la isla y añadirá 1,7 puntos porcentuales al producto interno bruto de Taiwán.
Según Jia Qinglin, presidente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPCh), el pacto económico, que debe formalizarse el martes próximo, generará nuevas oportunidades de negocios entre el territorio continental y Taiwán. Esencialmente, se trata de un momento histórico, luego de más de seis décadas de desencuentros.
Aunque desde que, en 2008, el partido del Kuomintang (KMT), encabezado por el presidente Ma Ying-jeou, asumió el poder, se experimentó una distensión notable en las relaciones, los ocho años anteriores de Gobierno proseparatista de Chen Shui-bian, habían hecho mucho daño. Por eso el reto para las autoridades de ambas partes era doble en aquel entonces. Ahora, este acuerdo marco resume muchos de los esfuerzos de todo este tiempo.
Es cierto que todavía queda mucho por hacer; a fin de cuentas no es posible poner fin de un plumazo a más de medio siglo de diferencias. La paz duradera es la meta, por más que no sea conveniente para los separatistas internos y para quienes —desde más lejos— perderían privilegios en la zona.
Por ejemplo, no fue EE.UU., "el gran protector", el que tendió puentes a la economía de Taiwán en medio de la crisis económica. Estaba demasiado ocupado en salvarse a sí mismo.
Fue China la que estuvo ahí para ayudar a sobrellevar la debacle económica, a partir de los intercambios comerciales. No se puede olvidar que Beijing ni siquiera sufrió los efectos de una recesión —apenas una desaceleración económica— y, a estas alturas, ha superado en lo fundamental los efectos del descalabro mundial.
No es casualidad que, según el portal Asiared, los intercambios comerciales chino-taiwaneses, solo de enero a abril de este año, ascendieran a 44 260 millones de dólares, lo que supone un incremento del 67,9 por ciento respecto a 2009. Con el nuevo acuerdo, estos deberán fortalecerse.
Por otra parte, a medida que se adelantaba en el acuerdo económico, el Gobierno de Ma Ying-jeou también logró la normalización de las comunicaciones marítimas, aéreas y postales, bloqueadas desde la huida de los nacionalistas chinos de Chiang Kai-shek a Taiwán, luego de la proclamación de la República Popular en 1949. Con todo, el trabajo es complejo, porque todavía queda un largo trecho.
El proceso debe ser irreversible. No importa la alharaca de los detractores —los que se han beneficiado con las hostilidades—, ni cómo sea interpretado desde el exterior, ni las nuevas estrategias para intentar dinamitarlo.
La apuesta es seria por el provecho mutuo. Por primera vez se acortan las distancias.