A pesar de su limitada disponibilidad en las entrañas del planeta, para los seres humanos existe un recurso más preciado y necesario que el petróleo: el agua. La cuestión es sencillísima: se vive con ella o se perece. Si faltara algún día este líquido desprovisto de olor y de color, todas las formas de vida estarían condenadas a morir.
Los científicos intentan conjurar tamaña amenaza en los laboratorios con el hallazgo de alguna sustancia alternativa capaz de reemplazar a esa fórmula compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Sin embargo, por mucho entusiasmo y perseverancia que han puesto en el empeño, las probetas no han ofrecido resultados alentadores.
Aunque el colapso de las reservas globales de agua potable no parece todavía inminente, comienza a inquietar la sostenida merma de sus niveles. Eso ha llevado a presumir que en el futuro podrían desatarse guerras por su control análogas a las provocadas por el petróleo. Ya se sospecha que cierta potencia imperialista anda en esos pasos.
El primer caso conocido de un conflicto bélico por causa del agua data de 4 500 años atrás, cuando los ejércitos de dos ciudades de Mesopotamia, en el actual Iraq, se enfrentaron por agenciarse el derecho de usar los ríos Tigris y Éufrates. Se entiende así que la palabra rivalidad provenga del latín rivus, que significa río.
La escasez, el aumento de su demanda y su repartición poco equitativa provocan que hoy más de 50 países de los cinco continentes afronten el riesgo de guerras por el agua. Hay redes hidrográficas compartidas por dos o más Estados cuyo uso suele culminar violentamente. El río Nilo desparrama su curso por diez países africanos. Y en Sudamérica, ocho naciones tienen derechos sobre la cuenca amazónica, depositaria del 16 por ciento de las reservas de agua dulce del planeta.
Según los expertos, el agua global asciende hoy a 1 386 000 000 de kilómetros cúbicos. De esa cifra, el 96,5 por ciento es salada y procede del océano mundial. Solo un 2,26 por ciento es potable, pero por ahora es imposible explotarla por estar congelada en los casquetes polares o guarecida a grandes profundidades. Estos números indican que apenas el 0,24 por ciento es agua dulce accesible al hombre. El guarismo incluye imperativos domésticos e importantes cuotas para regadíos agrícolas y el accionar de las industrias.
La mayor parte del agua del mar procede del primer diluvio universal, cuando el vapor de la atmósfera se condensó y cayó durante 60 000 años en forma de lluvia sobre la Tierra. Así nacieron las charcas y lagos. Unos 500 millones de años después, las precipitaciones crearon los océanos. Es tal su volumen total que si el agua de todos ellos se repartiera, cada terrícola recibiría 416 386 millones de litros. De agua dulce, en cambio, serían solo 151 413 000.
Los ríos clasifican entre los grandes suministradores de agua dulce. El Amazonas mantiene un canal de más de 200 kilómetros en el Océano Atlántico, frente a las costas de Brasil. Cada segundo esta enorme corriente descarga en el mar 203 900 metros cúbicos de agua, equivalente a la quinta parte de la entregada en igual tiempo por todos los ríos al océano mundial. El agua drenada por sus más de mil afluentes es tan grande como la superficie de Estados Unidos.
Uno de los retos que afronta el porvenir del agua dulce es la sequía, con sus efectos devastadores. Esa escasez se perfila como algo que pondrá en riesgo no solo la posibilidad de seguir habitando en ciertas zonas del planeta, sino también la estabilidad social y política del mundo. El problema se ha agudizado por razones complementarias, tales como el consumo cada vez mayor de una población creciente, la industrialización, la tala indiscriminada de bosques y la sobreexplotación de lagos, ríos y mantos freáticos.
La cumbre global sobre cambio climático en Copenhague tenía varios temas en su agenda. Uno de los prioritarios era la situación del agua y asegurar que la población tenga acceso igualitario a este vital elemento durante las próximas décadas. El resultado de esta cita deja al respecto varias preguntas sin respuesta, pero tarde o temprano el mundo habrá de mirar nuevamente a ellas.