Con la llegada del tercer milenio y los planes que para la centuria XXI hizo la administración de George W. Bush, hay quienes se han buscado el ambiguo oficio de celestinas del imperio, y disfrutan haciendo el papel de alcahuetes, por eso acaba de saltar a la palestra el ex presidente polaco Alexander Kwasniewski, con una propuesta para Cuba.
Su oferta trae el tufillo de trabajo a costa de los 80 millones de dólares que Washington ha destinado al fomento de la subversión contra Cuba que denomina «cambios» o «transición».
Así que este señor de allende los mares propone una «mesa redonda» de ciertas «figuras internacionales», las que supuestamente viajarían a nuestro país en mayo del próximo año para debatir sobre «el futuro de Cuba». Con esto, Kwasniewski hace gala de su experiencia, porque en 1989 formó parte de las conversaciones de «mesa redonda» entre el gobierno de Polonia y el sindicato Solidaridad que enterraron el llamado socialismo europeo en aquel país. Ahora anda en busca de segundones para tan alevosa idea, sin tomar en cuenta que nunca segundas partes fueron buenas.
La propuesta del faldero coincide con otra arremetida desde el propio Washington. Haciéndose el magnánimo, el secretario de Estado adjunto para América Latina, Thomas Shannon, también utilizó a otra mesa con comején como soporte de afrentas. «Sigue sobre la mesa», dijo, un posible «levantamiento del embargo» —y dale con la insistencia de no llamarlo por su nombre: bloqueo— «si el Gobierno cubano realizase una apertura política y una transición a la democracia».
Y como les encanta cocinarse en su propia salsa para hablar de la situación en Cuba utilizó el término «inestable» y la frase descriptiva de «una encrucijada entre la esperanza y el miedo».
Si esto es lo que ya le están informando los agentitos que responderán al nuevo encargado de la CIA para Cuba y Venezuela, el asunto se les va a atorar como trago de agua fría en el camino viejo, diría mi abuela.
Aunque hay que admitir que este Shannon reconoce que en La Habana «no parecen indicar un gran interés» en su generoso ofrecimiento de «transición», esa sigue siendo la apuesta del bushiano, al punto de que en sus buenos oficios no tomó en cuenta a la oficina CIA de Jack Patrick Maher o «Jack el Destripador», e hizo un llamado nada menos que al presidente Hugo Chávez para que «juegue un papel útil e importante en el futuro de Cuba» asociándose a su «exitosa transición democrática».
Esto se parecería mucho a cualquier show humorístico de pacotilla si no fuera porque tanta «generosidad» tiene cordón umbilical con un cierto capítulo secreto en el Plan de Bush, el cual hiede a guerra sucia.
Si a alguien le caben dudas, remítase a la entrevista que el diario barcelonés La Vanguardia recién acaba de realizarle al terrorista Orlando Bosch (perdón, al exiliado anticastrista, que por algo Bush padre le dio perdón presidencial a sus culpas y pecados, y uno de ellos fue la voladura en pleno vuelo de un avión de Cubana de Aviación, ejecutada precisamente cuando H.W. Bush era director de la CIA).
Por cierto, entre sus «hazañas» también estuvo el intento de hundir un mercante polaco en el puerto de Miami, en 1968, pero eso no es tema que interese al señor Kwasniewski porque debe considerar y coincidir con Bosch en que si eran «comunistas» lo tendrían bien merecido.
Pero volviendo a la entrevista, luego de regodearse en un sinnúmero de acciones terroristas, de lamentar frustrados magnicidios, de confirmar no pocos hechos criminales en los que están incluidos algunos de la autoría de su compinche Luis Posada Carriles —quien ahora, como corresponde, espera el perdón de Bush, el hijo—, y de aseverar que «hay que conseguir mercenarios» para seguir esa guerra, Orlando Bosch responde esta última pregunta del periodista:
«—¿Volvería a hacer lo que ha hecho? —Todo lo habría hecho igual. O el doble. El doble de lo que hice».
También nosotros tenemos derecho a hacernos una pregunta: ¿Es ese el «momento de esperanza» en las pesadillas que nos quieren imponer Jack, Shannon y Kwasniewski? Si así es, más les vale componer sus propias casas y dejar en paz la soberana independencia de la ajena.