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La transparencia de los tramposos Trump y Netanyahu

Como en un matrimonio por interés, sin temor a mostrar sus aspiraciones materiales, el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Israel intercambiaron gestos y palabras que revelan una alianza que trasciende las relaciones entre gobiernos

Autor:

Leonel Nodal

Sin tapujos ni antifaces, Donald Trump y Benjamín Netanyahu, acaban de hacer pública una impúdica relación que burla normas, leyes y principios éticos universalmente aceptados.

Como en un matrimonio por interés, sin temor a mostrar sus aspiraciones materiales, el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Israel intercambiaron gestos y palabras que revelan una alianza que trasciende las relaciones entre gobiernos.

Con la mayor desfachatez, Trump le ofrece a su socio Netanyahu el reconocimiento de EE.UU. a la soberanía de Israel sobre las alturas del Golán sirio, un regalito que puede inclinar a su favor la votación de los israelíes en las elecciones del próximo 9 de abril.

«Después de 52 años, ha llegado el momento de que Estados Unidos reconozca la plena soberanía de Israel sobre los Altos del Golán, que son de una importancia crucial desde el punto de vista estratégico y de seguridad para Israel y para la estabilidad regional», escribió Trump en la dedicatoria, trasmitía vía Twitter. 

Si de algo no podrá acusarse a Trump es de falta de transparencia. Sin el menor recato, el mandatario republicano adopta al pie de la letra la política sionista  del despojo y la colonización de los territorios árabes ocupados en la llamada Guerra de los Seis Días, de junio de 1967.

El actual jefe de la Casa Blanca borra de un plumazo el compromiso de Washington con la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, que ordena la retirada de Israel a las fronteras previas al estallido de la guerra.

Las  alturas del Golán se extienden sobre un territorio de extraordinaria importancia estratégica, que domina las fronteras de Israel con Siria, Líbano y Jordania.

Lejos de garantizar «la estabilidad regional», pretexto utilizado para torcer la política mantenida hasta ahora por todos los gobiernos precedentes, la fórmula  tramposa  del presidente de Estados Unidos oculta un sucio rejuego de intercambio de influencias.

El anuncio de la nueva controversial postura de Trump, el  pasado jueves, antecede en pocos días la visita que hará Netanyahu a Washington a partir del 25 de marzo, para exhibirse junto al mandatario, en el mejor acto electoral para consumo de votantes israelíes y financistas sionistas de su campaña residentes en Estados Unidos.

A esos mismos multimillonarios donantes de fondos del lobby judío sionista en Washington apunta Trump, para que lo tomen en cuenta en los comicios de 2020, a los que ya dedica cada uno de sus actos y gestos.

El aspirante a la reelección presidencial se anota un tanto bien visible con el influyente electorado de los evangélicos estadounidenses, quienes defienden a Israel por razones religiosas y también mueven cuantiosos recursos financieros y proselitistas.

La respuesta del premier israelí y líder del partido Likud, que  colecta votos con la confiscación de tierras árabes y su entrega a colonos judíos sionistas,  no pudo ser más notoria.

«En un momento en el que Irán busca utilizar Siria como plataforma para destruir a Israel, Trump valientemente reconoce la soberanía israelí en los Altos del Golán. ¡Gracias presidente Trump!», respondió Netanyahu.

Y como colofón, el gobierno de Jerusalén llamará Donald Trump a la estación de tren del Muro de las Lamentaciones.

El parlamento israelí proclamó el lunes 14 de diciembre de 1982 la anexión  de las alturas del Golán, un territorio de Siria de 1 800 kilómetros cuadrados, que ocupaba militarmente desde la guerra de los Seis Días en 1967. Nadie ha reconocido la soberanía israelí sobre ese territorio.

Más de 20 000 israelíes viven en una treintena de asentamientos levantados en el Golán, un territorio que incluso a ojos del Tribunal Supremo de Israel se encuentra en un estado de «ocupación beligerante».

El reconocimiento de la soberanía israelí sobre las alturas del Golán por parte de Trump solo tiene –por ahora- un valor político-propagandístico, ni siquiera viene apoyado por un acto ejecutivo, como una directiva presidencial.

Se trata de un desafío a la comunidad internacional, al sector académico que vela por la jurisprudencia y la legalidad de los actos de gobierno, porque tiende a sentar un precedente inaceptable, como es legitimar un acto de fuerza, de conquista militar.

Trump amenaza con prolongar la inestabilidad y el conflicto en Siria y su entorno. En la práctica se trata de una postura chantajista ante el gobierno y el pueblo sirio,  al que niega su derecho a la soberanía sobre una porción de su territorio dentro de fronteras reconocidas. Trump patea el tablero mundial y le atribuye a Estados Unidos la potestad de fijar las fronteras y límites de cualquier país.

La estrategia intervencionista del equipo asesor de Trump que hoy se enseñorea en la Casa Blanca procura extender el conflicto sirio, con la intervención directa de Israel, tras el fracaso de su injerencia militar con el pretexto de combatir al grupo terrorista Estado Islámico.

El  salvavidas político electoral que el excéntrico ocupante de la Casa Blanca lanza a su amigo Netanyahu ilustra la intimidad política que lo une al político israelí, quien está imputado por corrupción y afronta una poderosa coalición que resume el cansancio con la política del Likud, en el plano interno y externo.

Por otra parte, el mandatario norteamericano da otro  paso más en el camino de negar la existencia de Palestina y confinar a los palestinos a la condición eterna de pueblo sin identidad, extranjeros en su propia tierra, asilados y residentes sin ciudadanía propia en otros estados árabes.

Su iniciativa se suma a la estrategia que prefigura el llmado Trato del Siglo para resolver el conflicto árabe-israelí, mediante la imposición de actos de fuerza, como el traslado de la embajada de Estados Unidos en Israel a Jerusalén, equivalente al  reconocimiento de la Ciudad Santa como capital del estado sionista.

Otro tanto implica la supresión de toda la ayuda oficial de Estados Unidos a la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, con lo cual pretende enviar el mensaje de que ese problema no existe más. Así también borra el reclamo palestino de su derecho al retorno a sus tierras usurpadas.

La Administración Trump también ha dejado de designar a Gaza y Cisjordania como «territorios ocupados».

La semana pasada, en un informe anual sobre derechos humanos, el Departamento de Estado ya envió señales al referirse a los Altos del Golán, Gaza y Cisjordania como «territorios bajo control de Israel» y no «territorios ocupados», que es la denominación tradicional.

El gesto tiene consecuencias prácticas porque el derecho internacional prohíbe la anexión de tierras en los territorios ocupados, la destrucción de propiedad y la transferencia de población desde el poder ocupante al ocupado.

 Al borrar esa designación, Washington esencialmente está dando carta blanca a la demolición de casas o la expansión de los asentamientos en el menguante territorio palestino.

La derecha israelí ha visto el gesto de  Trump como una suerte de autorización para la anexión de Cisjordania, a la que los sionistas llaman en los medios de difusión Judea y Samaria.

El trasiego de influencias de Trump y Netanyahu caracteriza un estilo semejante al que practicara el ex mandatario argentino Saúl Menem  en sus íntimos vínculos con Washington, a los que sin el menor pudor llamaba «relaciones carnales». Más claro, ni el agua.

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