Netanyahu, Obama y Abbas. Autor: EPA Publicado: 21/09/2017 | 05:37 pm
Resulta muy difícil, y sería un acto de desconocimiento, creer que las conversaciones de paz entre israelíes y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que el Gobierno estadounidense de Barack Obama trata de impulsar con tanto empeño, llegarán a puerto seguro y, sobre todo, que sean justas.
Esta semana se reunieron en Washington los negociadores de ambas partes, encabezadas por la israelí Tzipi Livni (ministra de Justicia) y el palestino Saeb Erekat, quienes, con el concurso de diplomáticos estadounidenses, buscaron establecer las bases sobre las cuales se reanudarían las conversaciones para encontrar un acuerdo de paz, después de 22 años de infructuosas negociaciones aprovechadas por el Gobierno sionista para consolidar su colonización.
La cita en Washington llegó después de seis visitas, en tan solo cinco meses de diplomacia silenciosa, del secretario de Estado norteamericano, John F. Kerry, por el Oriente Medio —su predecesora Hillary Clinton hizo cinco visitas en cuatro años—, en las que se les exigió más a los palestinos que a los israelíes para crear un ambiente favorable al diálogo.
Tras varios encuentros con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, el jefe de la diplomacia estadounidense no pudo garantizarle al presidente de la ANP, Mahmoud Abbas, que los socios de la Casa Blanca detendrán la construcción de asentamientos judíos en los territorios usurpados a los palestinos, razón por la que fracasaron anteriores intentos de acercamiento.
De hecho, el panorama lo ensombrecen los trascendidos del diario Maariv sobre negociaciones secretas entre Netanyahu y su ministro de Vivienda, Uri Ariel, del partido ultraderechista Hogar Judío, que contemplan el compromiso del Primer Ministro sionista de aprobar la construcción de 5 500 moradas en los asentamientos a cambio de que esa agrupación política aceptara la liberación de 104 presos palestinos y no se saliera de la coalición gubernamental.
Según fuentes no identificadas por el rotativo, la edificación se aprobará en los próximos meses y se levantará, principalmente, en Jerusalén Este y en los grandes bloques de asentamientos, que Israel entiende que quedarían bajo su soberanía como resultado de cualquier acuerdo de paz, contrario a lo que exige, con total justeza, la parte palestina.
Kerry solo le aseguró a Abbas que podría arrancarle a Netanyahu algunas «concesiones» como la retirada de parte de los terrenos bajo el control militar y de los colonos sionistas en Cisjordania, además de la liberación de los fondos fiscales que Israel retiene a la ANP desde que Naciones Unidas la reconoció como Estado en noviembre pasado. También le trasladó el compromiso de Washington y Tel Aviv de que no se implementaría nuevamente ese castigo.
A cambio, le pidió al Presidente de la ANP su compromiso de no emprender en organismos internacionales lo que la Casa Blanca y Tel Aviv denominan «medidas unilaterales», durante un período de al menos ocho semanas. Con este pedido, Kerry quiere asegurarse que la ANP no dé pasos como el de noviembre pasado, cuando los palestinos solicitaron a la Asamblea General, con éxito, el ingreso como Estado observador no miembro de Naciones Unidas. Kerry quiere evitar que los representantes palestinos acudan ante la Corte Penal Internacional para denunciar los crímenes contra la humanidad cometidos por Israel durante más de 40 años de colonización.
Con este trigo se llegó a los contactos de la semana pasada entre los negociadores israelíes y palestinos, pensados por la diplomacia estadounidense para que ambas partes diseñen la agenda que debatirán en los próximos nueve meses para llegar a un acuerdo de paz. Una agenda que hasta el momento permanece oculta, gracias a la petición de Kerry, quien prefiere que sus maniobras permanezcan en silencio para evitar, dice, el fracaso.
No obstante, de acuerdo con la historia y evolución del conflicto y los nudos que lo han atravesado, es presumible que durante las negociaciones directas y formales, se aborden asuntos tan ríspidos y polémicos como la delimitación de las fronteras de lo que serían los dos Estados, la seguridad, la división de Jerusalén, los asentamientos israelíes y el derecho de retorno de los refugiados palestinos.
Son temas sobre los cuales se avizoran discusiones enconadas que pudieran no llevar a acuerdo alguno, teniendo en cuenta las posiciones encontradas, el ambiente de desconfianza, la negativa de Israel a ofrecer a los palestinos una salida justa, la continuidad de la construcción de asentamientos judíos, y la mediación de un actor para nada neutral que sostiene relaciones estratégicas históricas con Tel Aviv.
Aunque según lo pactado en Washington la semana pasada, solo Kerry puede referirse públicamente a los términos y avances de las negociaciones, y el Secretario de Estado se vanaglorió de haber acercado posiciones entre los contrincantes durante sus cinco meses de trabajo intenso dedicado a encontrar una salida al enquistado conflicto. Algunas declaraciones emitidas por los representantes de la ANP e Israel revelan cuán distantes están ambas partes tanto en torno a asuntos técnicos y de procedimiento, como en los criterios que defienden sobre temas cardinales.
Abbas aseguró que no aceptará la presencia de una fuerza de seguridad israelí en su país después de un acuerdo final, ni siquiera en la frontera con Jordania, para controlar un posible flujo de armas. Tampoco quiere ceder Jerusalén oriental, la que sería la capital de Palestina. «Si debiera hacerse un cambio, por pequeño que sea, de territorios, se podría discutir», dijo.
Yasser Abed Rabbo, un funcionario de alto rango de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Mahmoud Abbas, defendió el tema de las fronteras —que correspondería se basaran en las líneas existentes antes de 1967— como el primero que «debe ser resuelto», en contra de la demanda de Israel de que todos los asuntos, incluyendo los refugiados y Jerusalén, sean abordados simultáneamente.
Para cuestionar las demandas palestinas, y como señal de lo dura que se revela la negociación, la representante israelí Tzipi Livni aseguró: «No podemos permitirnos ser ingenuos», y advirtió que será «realista». Y ya sabemos lo que eso significa: Israel, una vez más, irá contra la razón de la Historia, y cualquier acuerdo perjudicará necesariamente a los palestinos, que bastantes concesiones ya han hecho desde que Tel Aviv juega a las negociaciones de paz.
Quienes le ponen el ritmo a Bibi
No se puede desconocer tampoco que la mayoría dentro del Gobierno israelí ni siquiera quiere escuchar hablar de la solución de los dos Estados que defienden la comunidad internacional —incluido Estados Unidos como mediador— y la ANP, y que «Bibi» Netanyahu aceptó tardíamente en su discurso, el 14 de junio de 2009, en la Universidad de Bar-Ilan. Sin embargo, el acompañamiento del Primer Ministro a esta posición está condicionado por restricciones que los palestinos consideran inaceptables, como el despliegue de una fuerza de seguridad israelí en sus territorios.
Entre los más reacios se encuentran los ministros del ala dura del Likud, el partido de Netanyahu y de Hogar Judío.
Netanyahu la tuvo bien difícil en ese Consejo de ministros cuando se votó el tema de los prisioneros palestinos. En su contra estuvieron los jefes de carteras de Hogar Judío —partido que cuenta con 12 diputados sobre 120 en la Knesett o Parlamento—, una parte de los ministros del Likud y de Israel Beiteinu, la formación ultranacionalista del ex canciller Avigdor Lieberman, partidario de expulsar a los árabes-israelíes, a quienes tilda de desleales a Tel Aviv.
Hubo posturas tan extremistas como la del titular de Economía, Naftalí Bennett, líder en la comunidad de colonos de Cisjordania, quien reveló su faceta de asesino: «A los terroristas hay que matarles, no liberarles». «Yo mismo he matado a muchos árabes en mi vida, y no hay problema en eso».
Otros ministros del Likud se abstuvieron, mientras que el de Defensa, el halcón Moshé Yaalon, votó a favor pero con reticencias, pues considera que Netanyahu debe ser intransigente en la seguridad y exigir la presencia militar israelí en el valle del Jordán, lo que hasta el momento rechazan los negociadores palestinos.
Dentro del gabinete de Bibi, Yaloon está entre quienes piensan que el conflicto con los palestinos es uno de los asuntos en los que Israel debiera rechazar la presión estadounidense. «A mí no me asustan los americanos», dijo en una ocasión.
Entre los partidos indiferentes, pero que apuestan al fracaso de las conversaciones, se encuentra el centroderechista Yes Atid (Hay Futuro), dirigido por el ministro de Finanzas, Yair Lapid, para quien el proceso de paz no es una prioridad.
¿Otra vez el juego de distracción?
Más claro, ni el agua. Bibi no podrá ir en contra de buena parte de sus ministros, por lo que Livni no llevará en su agenda de negociadora nada que arremeta contra estos intereses y que pueda crear una crisis dentro del gabinete.
Es muy probable que el acuerdo de paz que busca Netanyahu no tenga nada que ver con lo que quieren los palestinos, y el equipo negociador israelí se limite a aspectos de seguridad militar y económica como desea la coalición gubernamental en Tel Aviv, mientras que la ANP va por la formación y el reconocimiento del Estado palestino.
Con estas diferencias, resulta muy difícil que se llegue a un acuerdo. Para que este se encauce tiene que existir, necesariamente, una confluencia de objetivos, lo que no ocurre en este caso.
Pareciera que si la ANP e Israel se vieron las caras en Washington fue más gracias a la presión del presidente estadounidense Barack Obama y a su Secretario de Estado.
Tel Aviv también pudiera estar apostando a mostrar su «buena voluntad» de querer la verdadera paz, y a que las divisiones palestinas atenten contra el proceso.
El Movimiento de resistencia islámica (Hamas), que gobierna en la Franja de Gaza, duda de las intenciones sionistas y asegura que los términos en que se plantean las negociaciones socavan la causa palestina, por tanto ven la decisión de Abbas de participar en el proceso como un paso unilateral.
Israel puede apelar a su escepticismo sobre la capacidad del Presidente de la ANP para garantizar el compromiso por parte de Hamas y enterrar las negociaciones o lo que de ellas resulte. No fue mi culpa, se excusará Bibi, especialista en no hacer lo que dice.