No sé si es porque nací en una isla inconcebiblemente desprovista de pescado, como plato natural, sobre la mesa. No sé si es porque ahora ando por otra, de paso, donde el mar está a la mano (como las nostalgias por la mía), pero lo cierto es que soy una red de pobre hilo que salgo a navegar, siempre que puedo, por los engañosos y mágicos mares de la información en busca de las mejores presas que me alimenten el espíritu y me hagan ver que eso es la vida: preparar cada noche con dedicación los avíos, como lo hacía Santiago, el personaje de Hemingway, para salir a la mañana siguiente dispuestos a atrapar al gran pez.
Al parecer existe entre nosotros alguna especie de doctor Hannibal Lecter tropicalizado. Es un tipo de «malo» muy especial; tan repugnante y peligroso como el protagonista de la famosa novela, convertida por el cine norteamericano en el taquillero filme El silencio de los corderos.
Dos personas dialogan exaltadas. Una arguye que le «hierve la sangre» cada vez que pasa por una esquina y ve a varios muchachos sentados largo tiempo, conversando y riéndose de todo el que pasa.
Los datos son de la Patrulla Fronteriza de EE.UU., comprometida a cumplir su misión de contener el flujo migratorio, algo que se les hace imposible a ojos vista, pero obliga a quienes están dispuestos a encontrar su «sueño dorado» a buscar un paso por lugares cada vez más apartados y de peligrosidad multiplicada.
Un lector me ha preguntado si alguna vez escribiré de las cosas positivas de Cuba. Y le respondo: Sumo ya 35 años de ejercicio del periodismo, y todo ese tiempo he estado defendiendo, sumado a mi pueblo, los valores de la Revolución. ¿Alguien que me conozca me ha leído u oído en otra función?
Casi 750 cadáveres, muchos de ellos con signos de tortura, aparecieron en Bagdad el pasado mes. El dato lo trae un reporte de The Washington Post, que achaca la carnicería a «rivalidades sectarias» entre sunnitas y chiitas. Aunque no explica por qué, antes del 20 de marzo de 2003, jamás de esa «enemistad» manó tanta sangre en un mes.
La vida, que enlaza etapas como letras un scrabble, me ha conducido por efecto de un infeliz incidente ciclístico a esa cama de convaleciente donde por lo general el dolido tiene a su lado la radio compañera; y así me hizo rememorar mi primera juventud de onda corta, larga y FM.
He aguantado muchas calumnias y odio desde que Casey fue muerto, y especialmente desde que me convertí en el llamado «rostro» del movimiento estadounidense contra la guerra. Especialmente desde que renuncié a cualquier nexo con el Partido Demócrata, he sido basureada en los «blogs liberales» como Democratic Underground. Ser tildada de «puta figurona» o que me dijeran «largo» son algunos de los más suaves apelativos que recibí.
El ratón explora sigiloso los estantes. Cuando el gato lo descubre, se esconde en una estrechez que su enemigo no puede vencer. Súbitamente, se desliza y corre veloz hacia su cueva. No logró llegar hasta el saco de granos. Pero su enemigo tampoco pudo atraparlo. Hasta el próximo intento estarán vigilándose mutuamente. Ninguno gana. Ni pierde.
Las redes alternativas están heridas de muerte y no lo saben. Algunas se han volatilizado, otras siguen extendiéndose con más o menos suerte, la mayoría ni siquiera ha nacido. Al margen de los movimientos sociales que se articulan en internet y que rara vez meditan sobre el espacio que les ha permitido asociaciones e interacciones imposibles antes de la era digital, están terminados los planos de la gran burbuja en la que nos meterán a todos. Los ejes de esta burbuja ya han comenzado a levantarse ante nuestros ojos, con mínimas y disgregadas resistencias.