Todavía los recuerdos de la infancia me persiguen a todas partes. A pesar de los problemas, fui feliz porque tenía una familia grande y unida.
Aquellos niños estaban irremediablemente sumidos en el aburrimiento: «Ya vimos todas las películas que copiamos en la computadora, no tenemos discos con animados nuevos, la televisión tiene los mismos muñes y esos juegos ya los hemos ganado “una pila de veces”».
Hace pocos días vino al mundo Sofía, una hermosa niña que nació con cerca de 3 800 gramos. En este goce tuvieron que ver los cuidados perinatales, sobre todo cuando en una de las primeras consultas se disparó la alarma de un posible retardo del peso: todavía es fácil recordar la ansiedad de la abuela Cándida que, con su siglo de vida y gran claridad de mente, estaba muy preocupada porque le naciera una biznieta «enclenque».
Moralmente hablando, ¿se puede brindar un buen servicio cometiendo una ilegalidad? ¿Podría aceptarse como bueno el desempeño de una entidad cuando se adulteran los precios y el producto, y así sus empleados obtienen mayores dividendos a costa de esa célula básica de la economía que es el cliente?
La noticia por estos días en Cuba, la más reciente alegría entre muchos problemas, es el aumento de salarios para más de 440 000 trabajadores del sistema de salud anunciado por el Consejo de Ministros.
Me cuesta creerlo. La distancia creció entre mi mejor amigo y yo. Hasta hace unos días, nos separaban unos cuantos kilómetros de un municipio a otro y los acortábamos a diario, una o varias veces, gracias al genial invento de Graham Bell.
Fue un encuentro tan dinámico y emotivo, que cruzó el tiempo como un meteoro. Se habló de medicina, de historia, de la familia, los valores... del Che. Se habló de heroísmo sin el lenguaje que a veces desgasta esa palabra.
La mayoría de los choferes conducen con las manos puestas en el timón. Son los normales. En cambio, otros, cuya cuantía es inaccesible, manejan con una mano sobre el claxon. Son los sub… es decir los subarrendatarios del aire. Digamos para no ofender. ¿Para qué calificarlos? Mejor sería tratar de esclarecer qué puede justificar esa afición a creer que el claxon es como un sistema de frenado manual o una palanca para cambios de velocidad.
Cuando recibí la infausta noticia del fallecimiento de la compañera y hermana Melba Hernández, pasaron velozmente por mis recuerdos los numerosos momentos en que —desde hace años— compartimos tristezas y alegrías a lo largo de esta epopeya inmortal que es la Revolución Cubana, cuyo episodio central fue el 1ro. de enero de 1959, que tuvo como germen glorioso al 26 de julio de 1953, la acción donde Melba —en unión de Haydée Santamaría— ostentó la gloriosa representación femenina; nunca se borraron en ellas las huellas del Moncada.
En realidad no pensaba volver a escribir sobre Venezuela, pero la campaña mediática que se libra sobre ese país en Miami y en Washington, merece que escriba otro comentario sobre tal componenda.