Cuando recibí la infausta noticia del fallecimiento de la compañera y hermana Melba Hernández, pasaron velozmente por mis recuerdos los numerosos momentos en que —desde hace años— compartimos tristezas y alegrías a lo largo de esta epopeya inmortal que es la Revolución Cubana, cuyo episodio central fue el 1ro. de enero de 1959, que tuvo como germen glorioso al 26 de julio de 1953, la acción donde Melba —en unión de Haydée Santamaría— ostentó la gloriosa representación femenina; nunca se borraron en ellas las huellas del Moncada.
Coincidentemente acabamos de celebrar el Día Internacional de la Mujer y el Congreso de nuestra Federación, la querida organización de las mujeres cubanas fundada por Vilma, y que tanto debe para su inspiración y múltiples luchas a miles de mujeres como Melba, Celia y Haydée, entre las precursoras.
Es que el proceso revolucionario cubano, tanto en su etapa de lucha insurreccional como de construcción socialista, ha tenido a la mujer como participante insustituible de primera fila, vanguardia en el combate y, sobre todo, vanguardia en el silencioso heroísmo cotidiano que significan la atención a los hijos, el hogar y la familia, sin descuidar las cada vez mayores responsabilidades adquiridas y ganadas en todos los frentes de trabajo, donde hoy su presencia y actitud no son solo destacadas, sino también decisivas.
Entre las legítimas herederas de Mariana Grajales —Madre de la Patria—, Melba fue ejemplo y así lo demostró desde sus días juveniles, cuando logró formarse como abogada, a pesar de su humilde origen. Surgida de una casa de padres ejemplares y patrióticos, fue educada en las ideas de justicia y dignidad que ella supo defender, primero desde su profesión, y después al riesgo de su propia vida en todas las tareas que la Revolución le asignó en las diferentes etapas.
En esa trayectoria, y en la incesante búsqueda de un camino que se correspondiera con aquel pensamiento rebelde que le acompañaba, conoció a Fidel por mediación de quienes eran ya sus hermanos del alma: Abel y Haydée Santamaría.
En entrevista que concedió al diario Granma, Melba describió —posiblemente por única vez— ese momento excepcional y decisivo de su vida: «Nos habló de la situación de la Patria, que había que organizarse para derrocar a Batista, pero en esa larga conversación nos dijo también que la Revolución no solo era eso, que la Revolución conllevaba hacer muchas cosas más, que nosotros teníamos que luchar por una transformación del país, y nos lo dijo desde el primer momento. Fidel habla y apasiona… Hablaba ayer como habla hoy. Siempre he dicho que aquel Fidel que yo conocí en el año 52 es el mismo de hoy; como es natural, es un Fidel en desarrollo, la vida está en movimiento, pero no hay ninguna diferencia».
En la rica historia de la Revolución Cubana habrá que reservar siempre un capítulo a la activa participación de la mujer en los diversos aspectos de la dura lucha emancipadora, derribando discriminaciones, prejuicios y obstáculos, que tuvieron un momento culminante con la creación por Fidel del pelotón femenino Mariana Grajales, del Ejército Rebelde.
En ese recuento y más allá, entre las heroínas y precursoras de esa lucha, Melba Hernández ocupará un sitial de honor porque en todos los momentos de su vida revolucionaria asumió el lugar del sacrificio y el riesgo, del ejemplo y la firmeza, de la lealtad a Fidel y a Raúl y el seguimiento de sus enseñanzas. Su vida y su ejemplo no fueron en vano; en el reciente Congreso de la FMC vimos alzándose decidida una nutrida representación de las mujeres cubanas —en nombre de más de cuatro millones de federadas— y confirmamos que entre ellas hay también muchas Melba, la heroína, la precursora.