Todavía los recuerdos de la infancia me persiguen a todas partes. A pesar de los problemas, fui feliz porque tenía una familia grande y unida.
Pensaba en ello mientras recordaba que en el artículo 35 de la Constitución de la República de Cuba, el Estado reconoce en la familia la célula fundamental de la sociedad. Esta es la base en la cual se construyen los sueños que nos acompañan a lo largo de la vida. Pero, ¿qué sucede cuando la familia se olvida de lo que es realmente importante? ¿Qué sucede cuando sus integrantes, en un intento desesperado por alcanzar bienes materiales, se olvidan del lazo que los une?
He sido testigo de desencuentros familiares causados por la disputa de herencias, testamentos y bienes… He visto cómo en no pocos de esos casos las relaciones entre sus miembros se deterioran, y estos se alejan y se pierden en un mundo de miserias humanas que provocan el comienzo de una dolorosa separación. Un texto antiquísimo advierte que «los enemigos del hombre son sus propios familiares». Yo no puedo conformarme con esa triste y dolorosa afirmación.
Tengo fe en el mejoramiento humano. Creo en el olor a familia, en los lazos inseparables que nos abre la naturaleza para toda la vida y en la sensación de pertenencia que deja el hogar a su paso. Me cuesta trabajo creer en personas avariciosas o aprovechadas, en aquellos que solo piensan en sí mismos y en su bienestar.
He presenciado el egoísmo de quienes creen tener todos los derechos y al parecer nunca han tenido deberes. Me he horrorizado ante el comportamiento de aquellos que son partícipes de las injusticias y que aguardan el momento exacto para atacar a quienes una vez los ayudaron, y a quienes son su familia.
No todos los seres humanos son iguales —eso ya es un consuelo—, y la familia también se construye en el camino con aquellas personas que se tornan indispensables en nuestras vidas. A pesar de los problemas económicos, si el hombre entendiera que no todo tiene que ver con el dinero y se esforzara por ayudar más y exigir menos, por amar más y odiar menos, por callar más y mentir menos, y por dejar dentro de la caja de Pandora todos aquellos sentimientos mezquinos que sacan a la luz los peores defectos de los seres humanos, de seguro sería un poco más feliz.
A las familias las afectan problemas cotidianos que se presentan y muchas veces las trascienden: pero además, en ocasiones son víctimas de sí mismas, porque se olvidan de pensar en familia, de hablar en familia y de ser una familia.
Los bienes materiales se gastan, las casas se derrumban, el dinero se acaba; pero solo el amor es capaz de perdurar para siempre. Sembrar amor, esa es la misión de la familia.