El pecho de cualquiera trepida al saber que el hombre de La Edad de Oro llamó a Collazo, luego, «mi muy estimado amigo» Autor: Adán Iglesias Publicado: 12/05/2025 | 10:32 pm
Fueron días de «pleito», de controversia, de molestia punzante en la vida de Martí. Un comandante del Ejército Libertador, ofendía públicamente a Pepe, lo tildaba de cobarde, aunque utilizando otros términos.
Los agravios aparecían en el periódico habanero La Lucha, el 6 de enero de 1892, salidos de la pluma de Enrique Collazo Tejada (1848-1921), quien había salido en defensa de Ramón Roa, otro que había peleado en la Guerra Grande.
Collazo le decía indignado a José Julián que «no cumplió con los deberes de cubano cuando Cuba clamaba por el esfuerzo de todos sus hijos (...) prefirió continuar primero sus estudios en Madrid, casarse luego en México, ejercer en La Habana su profesión de abogado, solicitar más tarde, como representante del Partido Liberal, un asiento en el Congreso de los Diputados (...)prefirió servir a la Madre Patria (...) en vez de empuñar un rifle...».
Fue, incluso, más duro en la misiva, firmada también por los oficiales mambises José María Aguirre, Francisco Aguirre y Manuel Rodríguez: «Aún le dura el miedo de antaño». Como si fuera poco agregaba: «Haga usted discursos; hable cuanto quiera (...) Sepa usted, señor Martí, que (...) no rebajamos nuestra condición adulando a un pueblo incrédulo para arrancarle sus ahorros».
El cierre es un ataque fuerte: «Si de nuevo llegase la hora del sacrificio, tal vez no podríamos estrechar la mano de usted en la manigua de Cuba; seguramente porque entonces continuará usted dando lecciones de patriotismo en la emigración, a la sombra de la bandera americana».
Estas ofensas, como explicó Pedro Pablo Rodríguez en su artículo La
polémica de José Martí con Enrique Collazo, habían surgido a raíz de un discurso del Maestro, pronunciado en Tampa, el 26 de noviembre de 1891, en el que se refería al libro A pie y descalzo, del teniente coronel independentista Ramón Roa, un texto donde se «contaban las vicisitudes de la epopeya de 1868 a 1878».
Como sentenció Luis Toledo Sande en Cubaperiodistas (2024) «en aquella polémica —instigaciones por medio— se acusó a Martí de lanzar dudas sobre los militares mambises del 68 que permanecían en Cuba, no en la emigración, desde donde él fraguaba la unidad necesaria»; pero el Apóstol cultivaba una sin abstracción, para dejar claro que su crítica de 1891 estaba dirigida a un caso específico, «que propalaba el miedo a la guerra cuando urgía prepararla».
El historiador Gabriel Cartaya expresó hace diez años en Tampa sobre la polémica entre Martí y Collazo que «tal vez considerar a Roa “gente impura” y condenarlo por cobrar un salario del Gobierno español en Cuba, no fue un acto de sensatez política en el momento en que son requeridas todas las fuerzas para la unificación de un movimiento...».
Al margen de ese presunto error, el Apóstol no se quedó con los brazos cruzados y el 12 de enero de 1892 le respondió al comandante mambí en larga carta publicada en dos periódicos de la emigración: «el que peleó en la revolución es santo para mí».
Y con su verbo excelso señaló: «Jamás, Sr. Collazo, fui el hombre que Vd. pinta. Jamás preferí mi bienestar a mi obligación (...) Queme Vd. la lengua, Sr. Collazo, a quien le haya dicho que serví yo “a la madre patria”. Queme Vd. la lengua a quien le haya dicho que serví en algún modo, o pedí puesto alguno, al Partido Liberal».
Luego replicó: «Creo, Sr. Collazo, que he dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura de su amor, cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchas veces fortuna y honores. Creo que no me falta el valor necesario para morir en su defensa».
El final de Martí es más que magistral: «Vivo tristemente de un trabajo obscuro, porque renuncié hace poco, en obsequio de mi patria, a mi mayor bie-
nestar. Y es frío este rincón, y poco propicio para visitas. Pero no habrá que esperar a la manigua, Sr. Collazo, para darnos las manos; sino que tendré vivo placer en recibir de Vd. una visita inmediata, en el plazo y país que le parezcan convenientes».
Lo verdaderamente cautivante en esta historia es que, al final, meses antes de iniciar la guerra necesaria, Martí y Collazo se abrazaron en Nueva York. Ya el Maestro había felicitado al mambí por su libro Desde Yara hasta el Zanjón.
Juntos firmaron la orden del alzamiento para reiniciar la lucha armada y partieron a Santo Domingo con el propósito de llegar a la Cuba que tanto amaban, aunque el oficial libertador, por diversas razones, no viajó con Martí, sino meses más tarde.
El pecho de cualquiera trepida al saber que el hombre de La Edad de Oro llamó a Collazo, luego, «mi muy estimado amigo»; y que cinco años después de la muerte del más universal de los cubanos Collazo aseguró en su libro Cuba independiente (1900) que Martí fue «hombre notable y de condiciones excepcionales y poco comunes», que concluyó sus días «como héroe y soldado, cayendo en medio del combate».