La noticia por estos días en Cuba, la más reciente alegría entre muchos problemas, es el aumento de salarios para más de 440 000 trabajadores del sistema de salud anunciado por el Consejo de Ministros.
Que la bendigan tantos compatriotas que no engrosarán sus bolsillos y sobreviven con un salario estatal, aún inamovible y erosionado en su poder adquisitivo, refuerza la esperanza de que, con el proceso de actualización del modelo económico, la invertida pirámide social llegue a enderezarse y a tomar su rumbo lógico, dejando atrás tantas distorsiones.
El incremento salarial a médicos y demás trabajadores de la salud pública es un acto de justicia con un sector de la sociedad cubana sumamente impactado por estos años de crisis, y que, sin embargo, para mantener una de las conquistas de la Revolución no ha dejado de prestar sus servicios fielmente, con suma dignidad y entereza en las más difíciles condiciones.
Pero también la medida es posible, y se corresponde con el peso que ya tienen los profesionales de la Salud en la exportación de servicios profesionales, hoy por hoy la primera fuente de ingresos de divisas frescas a la economía cubana. Por ello, aumentan también los pagos en divisas a quienes cumplen misiones en el exterior, al tiempo que quienes quedan supliendo acá en el país, verán también una luz en sus ingresos nacionales.
No pasa inadvertido el que, por primera vez y sin secretismos, se haya sincerado públicamente la cifra planeada de ingresos para 2014 por exportación de servicios de salud: más de 8 200 millones de CUC, el 64 por ciento del total de servicios en el exterior. Eso explica la posibilidad del aumento salarial, en medio de una difícil situación económica para el país.
La gente aplaude esta rociadura estimulante a nuestros galenos y demás laborantes de la salud, en un país donde siempre el médico ha sido un ilustre personaje. Y, por supuesto, la gente será mucho más exigente con la calidad de esos servicios.
Con la decisión el cubano mira a sus bolsillos y se pregunta cuándo llegará la mejora para nuestros sacrificados maestros que moldean el alma nacional, a nuestros ingenieros, economistas, contadores y demás profesionales; a la fuerza calificada y el pensamiento, a nuestros tenaces trabajadores que no emigraron al sector emergente y permanecen en sus puestos, sin apenas estímulos para la excelencia y la productividad.
En tal sentido fue transparente y de una cruda sinceridad, el anuncio del Presidente cubano Raúl Castro, en el recién concluido XX Congreso Obrero, de que por ahora es imposible realizar una reforma general de salarios en el país, con aumentos que no estén fundamentados en crecimientos correspondientes de la productividad y la oferta de bienes y servicios disponible, so pena de generar una espiral inflacionaria de consecuencias fatales y aún peores para el bolsillo promedio.
Raúl también sentenció que el principio esencial para distribuir riqueza es primero crearla. «Y para hacerlo, precisó, tenemos que elevar sostenidamente la eficiencia y la productividad».
Pese a ello, lo que sí puede ir avanzando, y creando las condiciones para comenzar a rescatar la Ley de Distribución Socialista (sobre todo aquello de a cada cual según su trabajo), son los cambios graduales que urge la anquilosada empresa estatal en la esfera productiva, de manera que le eliminen tantas trabas y le den facultades para, con el resultado de su gestión, aplicar sistemas de pago estimulantes de la calidad y la productividad. También coadyuvará el proceso de eliminación de la dualidad monetaria y cambiaria, que ya arrancó, y a la larga eliminará muchos problemas, distorsiones y estratificaciones que ha traído al país. Los resultados de tales cambios no se verán de ahora para ahorita.
Más que aumentos de salarios que pueden a la larga desaparecer con procesos inflacionarios imprevistos, la economía cubana necesita sobre todo instaurar, irreversiblemente, allí donde sea posible, el pago por resultados, como palanca de estímulo rigurosa de la eficiencia y la eficacia. Un salario móvil sin acechos ni techos, que garantice cada vez más nuevos valores creados.
De ahí que los pasos que vienen dándose en la transformación del modelo económico haya que ajustarlos muy finamente, como mecanismo de relojería. La economía cubana necesita con urgencia crecer mucho más, a tasas mayores de las que ha experimentado en estos últimos años. Requiere crear muchos más nuevos valores, disminuir considerablemente el fardo de las importaciones, principalmente de alimentos que no hemos sido capaces de garantizar. Requiere resolver los viejos problemas de la producción, circulación, distribución y consumo de los productos agrícolas.
Y ante tantos cercos y bloqueos, la única manera de repartir más es producir más y con calidad, dejar atrás y bien lejos los dogmas de que el carácter social de la propiedad solo se logra con la estatización de la gestión. Sumar la gestión no estatal a las estrategias de captación de divisas, actualizar mecanismos más ágiles y favorecedores para la inversión extranjera, con la nueva Ley que al respecto debe aprobarse.
Por eso las transformaciones generadas a la luz de los Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución —y las que faltan, las más importantes— requieren una conducción de las políticas ágil, flexible e integradora, que se esmere en desatar nudos, limpiar obstáculos, aniquilar la resistencia contrarrevolucionaria del burocratismo y asumir nuevas realidades con audacia y sensatez al propio tiempo. Con los pies bien puestos sobre la tierra, una economía socialista más democrática. Sobre todo, con la filosofía de que cualquier mejoría debe tener su fundamento en la realidad. Así como el cercano aumento salarial al personal de la salud.