Los sindicatos cubanos están ahora «negociando». Lo anunciaron múltiples medios de prensa por estos días, y en un país donde la palabra «negociar» tuvo su toque satánico, parecería que algún diablillo se coló en las entrañas de la representación obrera.
Todavía lo recuerdo entrando a casa con los ojos más azules, más brillantes que de costumbre. Me contó del homenaje al centenario de Pablo Neruda, de las ideas para hacer de la fecha un acontecimiento en Cuba. Después de lanzado el concurso Veinte ocurrencias de amor y una declaración desesperada en su columna semanal de JR, Guillermo Cabrera Álvarez (mi GG) vivió jornadas de buzón repleto por la acogida de sus lectores.
Recientemente atrapó mi atención una joven que cruzaba una calle céntrica de La Habana. Ella llevaba de la mano derecha a una pequeña niña con uniforme escolar y sin pañoleta; seguramente era una alumna de prescolar.
No sé si son alucinaciones estivales. O si es que, en la exaltación de estos tiempos, caí en el nocivo síndrome de la comparación, culpable a veces de ciertas imprecisiones.
Los recuerdo sonando en las tardes de fines de semana en el viejo RCA Victor de papá. En aquellos soportes de vinilo que nunca se rayaron ni cogieron hongos, escuchaba una y otra vez: «Toma chocolate, paga lo que debes», de ese legendario tema El Bodeguero, que cuando niña me hacía bailar hasta el cansancio en una coreografía del círculo infantil.
Desde los tiempos de la Guerra de Independencia, han estado armoniosamente volando por los cielos de Estados Unidos tanto palomas como halcones. Por desgracia, estos últimos siempre han sido más numerosos que las nobles palomas. Las guerras han sido una constante en la historia de este país. Tantas han sido, que se parecen por su número a aquellas que en su época sufrió el Imperio Romano.
La noticia es sin dudas de las más importantes en las últimas horas: enviará Cuba a África 165 colaboradores para enfrentar el ébola. El grupo está constituido por 62 médicos y 103 enfermeros, quienes po-seen más de 15 años de experiencia profesional, según informó el ministro cubano de Salud Pública, Roberto Morales Ojeda, en conferencia de prensa conjunta con la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan.
No nos conocemos todavía. Desde Cristóbal Colón empezaron a edificarse las leyendas sobre América. Era un sitio donde sobrevivían las amazonas —mujeres de pelo en pecho—, donde había caníbales y donde se ocultaba —mito recurrente y fascinante— El Dorado. Fue el imán que atrajo aventureros hasta que fueron llegando los científicos, nuevos descubridores de una naturaleza pródiga y desconocida. Más tarde, acudieron arqueólogos, etnólogos, para revelar la grandeza de una civilización soterrada, el carácter de las culturas primigenias y el singular mestizaje de inmigrantes —voluntarios e involuntarios— llegados de todos los continentes. Los escritores nacidos en esta orilla del Atlántico y del Pacífico volvieron la mirada hacia adentro. De tanto ajiaco surgieron ritmos musicales que invadieron el mundo. Siempre hemos tentado la codicia de las grandes potencias y, ahora, cuando se agotan los bienes de la tierra, guardamos enormes reservas de minerales, de suelos feraces y de agua.
Como Pablo de la Torriente Brau bromeaba sobre el museo que guardaría la lengua de su hermano Raúl Roa, ahora mismo en la Universidad de La Habana, en el gremio de los historiadores cubanos y en aulas dentro y fuera de Cuba debe estarse discutiendo en qué sitio patrimonial se colocará la espada con la que el profesor Oscar Loyola cortaba el aire a su paso.
Una de las expresiones más populares en la tribuna de la calle asegura que todo es «más de lo mismo», y es utilizada para sugerir desparpajo. O lo que es igual, los problemas de siempre, entronizados hasta el tuétano.