En el corazón de cada cubano, como en una leyenda cherokee, puede estar desatándose ahora mismo una batalla terrible entre dos lobos.
Aunque por su origen pareciera muy distante de nuestros conflictos existenciales, el relato, de las conocidas como «Cinco tribus civilizadas», puede describir esa desgarradora pelea interna en el alma, el corazón y la mente de los que, además de habitarlas por simple casualidad geográfica, amamos este singular conjunto de islas.
Para aquellos pueblos originales ambos animales simbolizaban dos fuerzas opuestas: el uno el mal, que incluye, el odio, la ira y hasta la tristeza, entre otros graves sentimientos como la envidia, la avaricia, la arrogancia, la sensación de inferioridad y el ego; mientras, el otro representa la bondad, la alegría, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la compasión y la paz.
Se trata de la confrontación de dos poderosas y decisivas fuerzas espirituales, casi místicas, que ya sabemos muy bien que, además de decidir la suerte personal, lo hacen también con la familiar, la social, la nacional y la mundial.
Si somos honestos con la realidad de la situación que enfrentamos, reconoceremos que no es fácil el triunfo en Cuba del segundo de los lobos en este momento, que muchos equiparan —no sin razones suficientes— con otro «período especial»; aunque al menos habría que convenir que para nada podríamos ponerle aquel apellido del anterior, al que beatíficamente agregamos: «en tiempos de paz».
Este país está bajo la crudeza mezquina de una guerra híbrida —la renovación oportunista y cobarde por Joe Biden este mismo viernes de la llamada Ley de Comercio con el enemigo lo demuestra con creces—, que incluye la comunicacional. Esta última dedicada frenéticamente a azuzar al lobo malévolo en la disputa interna de cada ciudadano sometido a un combinado abrumador de crisis y carencias.
Basta apreciar el entusiasmo con que los aliados de la primera de las fieras se ceban en las redes con los toques de calderos y otros inusitados desentonos para una Cuba en Revolución. Mientras la nación busca reponerse de tantos azotes, además de las abrumadoras zancadillas externas y las corrosivas internas que las agravan, otros se dedican frenéticamente a la combustión de la desesperanza, el desespero, la irritación, la venganza y el odio.
Los enemigos históricos e histriónicos de nuestra nación albergan la esperanza de acabar de volver al pueblo cubano contra sí mismo, arrebatándole, al fin, lo único que nunca le ha faltado entre numerosos dones: su sentido de la dignidad y de la resistencia.
Los que analistas en redes resumen en etiquetas, con ese tantra del siglo XXI de alinear en numerales y tendencias todo lo generoso o siniestro de este mundo, en realidad se trata de planes y maquinarias muy bien afinadas, desde las catacumbas de la derecha trasnacional, con orquestación a lo Made in USA. En nuestro caso con el propósito de pulverizar en la peor de las decepciones una de las más inspiradoras utopías del mundo.
Pero es perfectamente entendible que lo anterior no sea tan claro para el ciudadano que se levanta, no pocas veces sin haber podido conciliar el sueño en medio de los apagones, a una pelea tan diaria como cruda y extendida por la subsistencia personal y la de la familia. En situaciones así, nubladas por la confusión, incluyendo las mediáticamente inducidas, no resulta nada fácil apagar el aullido descorazonador del primer lobo.
Los enemigos del país coligen que este semeja una gran represa, sobre la que ellos agregaron —y por la firma de este viernes del mandatario yanqui pretenden seguir haciéndolo— muchas aguas tan procelosas como putrefactas. De nuestro lado, fogueados entre graves tempestades, debemos tener conciencia de que estas solo pueden contenerse con los más rápidos y apropiados aliviaderos. Todo cuanto agregue mayor presión de nuestra parte a los diques bien plantados de la dignidad nacional es un favor especial para las garras del lobo malvado.
Como en la leyenda, la pregunta pendiente en el archipiélago es idéntica a la que el joven cherokee le hace a su abuelo: ¿cuál de los dos lobos ganará la batalla? Determinar al vencedor entre ambas fieras internas no es siquiera tan sencillo como ocurre en el relato prevaleciente, cuando el anciano afirma: «Ganará el que tu elijas alimentar»… Sin embargo, se debe ser capaz de guiar a ambos por el buen sendero.
Desde la espiritualidad y la ética extraordinaria de José Martí, quien coincidentemente consideraba que todo hombre lleva en sí una fiera dormida, hay otra respuesta a la altura del sabio aborigen. El Apóstol agregaba que el hombre es una fiera admirable, porque le es dado llevar las riendas de sí mismo, que solo pueden tomarse de la educación y la cultura, forjadoras de la voluntad, del carácter y el temple de cada individuo, y en consecuencia de las naciones.
El martiano pueblo de Cuba, en su azarosa como sacrificada y estoica escalada histórica, ofrece pruebas tan suficientes como encomiables de cómo puede hacerse triunfar la idea del bien, que en esta tierra encontró siempre su único cauce en la Revolución —si es verdadera—, como certeramente apostilló el Che Guevara en su carta de despedida a Fidel.
Esa es la Revolución que ahora mismo se bate sin descanso ni consuelo, no contra un único y maléfico lobo, sino contra toda una manada.