Hemos visto irse el 2021, como dice el poeta, entre el espanto y la ternura. En tal lapso, que ha estado ralentizado y herido por la epidemia de la COVID-19, «vida» ha sido la palabra más bella; aunque «sobreviviente» ha marcado tendencias y todos sabemos lo que significa estar aquí haciendo el cuento, con el corazón lleno de cicatrices por la pérdida de tantos seres amados.
Como desde Cuba el año ha sido rotundamente barroco —hecho de claroscuros, quise decir—, también hemos visto con orgullo el modo en que tanta inteligencia y sensibilidad cultivadas en Revolución salvaron Isla adentro la vida de tantos, en oleadas de inmunización que garantizaron nuestras defensas —porque ya sabemos que la respuesta masiva ante el devastador coronavirus no ha sido a golpe de enfermarnos masivamente, sino a pinchazo limpio, levantando «los muros» de cada uno de nosotros, incluidos los niños, con vacunas de factura nacional y nacidas en tiempo récord.
Lo anterior quiere decir que la palabra «ciencia» fue otra de las que engrosó la lista de luminosidades, al tiempo que del lado oscuro —junto con la muerte, la guerra asimétrica y la consiguiente violencia sufrida como nunca antes en suelo propio— el término «bloqueo» desplegó sobre los sueños nuestros su manto atroz e ilustró, como yo no recuerdo antes, de qué modo funciona el cerco económico, financiero y comercial que se nos hace: funciona vaciándonos los anaqueles, negándonos los objetos del bienestar, prohibiéndonos el acceso al medicamento salvador, a los sabores, colores y pequeñas fiestas del día a día.
En medio de la vorágine, bailando como tan magníficamente sabemos hacer debajo de la lluvia o contra el viento, Cuba siguió dando pasos firmes en organizar sus potencialidades, en seguir diseñando, desde la ciencia, cada ámbito de la gran casa. Puede que algunos no vean ese esfuerzo, pero hay una pregunta que obliga a pensar y que más de una vez he escuchado a la dirección del país plantearse: ¿Dónde estaríamos —inmersos en este mundo de caos, de abismos y de múltiples pandemias—, cuánto más abajo o detrás de no ser por nuestros científicos, por nuestros pensadores y trabajadores de todas las edades, y por ese empeño de pensar y proyectar sin descanso el país deseado, con la consiguiente determinación de resistir desde la creación?
Sin caer en alardes, atenta a todo cuanto se ha ido diseñando sociedad adentro, me atrevo a decir que, como en otros momentos difíciles, Cuba se prepara incluso para lo que todavía no vemos ni tocamos. Muchas veces va calladamente, porque mantenerse o ascender son suertes no ruidosas mientras que las caídas suelen dar tirones muy fuertes y llenos de estridencias. Cuando de pronto un bien nos falta, la carencia es un grito que no se hace esperar.
Lo que por fortuna se desprende de este 2021 que parecía venir manso y ha sido un desafío gigantesco es que, entre otras certezas, no habrá mejor regalo que el que nos sepamos hacer nosotros mismos; no habrá recetas numéricas que funcionen si en lo profundo de todo cuanto se diseñe no está la capacidad de hacer, de producir el bienestar deseado; no avanzaremos mucho si no somos audaces, si no desmantelamos —lógica mediante— toda traba que frene el emprendimiento, si no damos el principal combate en ese campo de batalla que es la conducta, allí donde se moviliza la voluntad en una dirección o en otra.
Habiendo librado tanta batalla, teniendo en nuestro haber tanta victoria, y en nuestra visión la claridad, nos merecemos un 2022 de firme y sostenido ascenso, de posibilidad sanadora. El tramo que ahora viene debe ser el de seguir rearmándonos la vida; el de poner en práctica todo aprendizaje; y el de sumar horizontes mientras con los pies y con las manos ganamos cada palmo de la realidad.
En estas horas las palabras «heroico» y «esperanza» se visten de largo, también como sellos de tendencia. El primer término es para nombrar a cada cubano que resiste y persiste en sus anhelos, que dice «voy a mí» con un manojo de puros sueños mientras no se duerme ni se entretiene en preguntar por el monumento que tanto merece; y la «esperanza» sigue intacta, está de moda como en su instante primigenio, por una sencilla e invencible razón: es la materia de la cual hemos probado —con particular denuedo en estos momentos— estar dichosamente hechos, y rehechos; construidos y rearmados; y así, optimista y sucesivamente…, hasta donde la vista se pierde en el tiempo.