ME plagio el título a «mí mismo»; y no ya frente al espejo, como un popular personaje humorístico televisivo, sino frente a las emergentes redes sociales, esas nuevas cofradías o «solares» de la comunicación, hasta donde me sumergí agitado por los inesperados y recientes anuncios gubernamentales en Cuba.
Complace comprobar que mientras hasta cierta sicología social se había resignado a que este no era el momento para cambios largamente postergados —como tan ineludibles y esperados—, la dirección de nuestro Estado no se dejara llevar por la corriente, porque, a juzgar por los sucesos, parecería que esta peculiar «tierrahabitante» de los mares caribeños estaría condenada a no vivir nunca su «momento adecuado».
Tantos años de crisis incubaron entre los cubanos una sicología de la sobrevivencia, de la trinchera, o de la áspera y digna resistencia. Entre tantas necesidades por satisfacer y problemas por resolver, parecería que el tiempo no alcanza para levantar la vista. De la anterior manera, como ya fundamenté en algún momento, la vida nacional ha estado decidiéndose en una carrera corta, de velocidad, en la que el horizonte es el ahora.
Esa galopada existencial nos escamoteó, en muchos casos, el sentido de la perspectiva. Es como si hubiésemos estado, como país, en el mismo trance de una fábula del escritor brasileño Paulo Coelho, que ya he recordado en este espacio. Enredados en el tortuoso sendero de la sobrevivencia, que alguna vez nos abrimos, resulta difícil avizorar otro horizonte.
Lo curioso es que en medio de ese desgano —recuerdo que alecciona la obra—, el viejo y sabio bosque se reía, al ver como los hombres tienen la tendencia a seguir el camino que ya está abierto, sin preguntarse si esa es la mejor elección.
Aquella moraleja viene muy bien para graficarnos las disyuntivas ante las que estamos plantados en este archipiélago, si es que queremos dejar, definitivamente atrás, la forma en que la tiranía de las circunstancias decidió sobre nosotros, nos impuso nuestros sinsentidos, curvas, retrocesos y remontadas, como en la obra del reconocido escritor brasileño. No fuimos hasta ahora el país que quisimos ser, sino el que las circunstancias nos impusieron.
La anterior es una de las razones de que, aunque todavía se desconocen pormenores, todo indica que desde el pasado 27 de junio estamos frente a uno de los más interesantes sacudones económicos de los últimos años, porque sin desplazar la inercia y la desmovilización por nuevos y atrevidos incentivos es muy difícil superar los severos rastros de años de deformaciones estructurales y de crisis continuada, que nos estamos proponiendo superar desde el 6to. Congreso del Partido.
La caída del modelo de «socialismo real», con sus consecuencias sobre Cuba, junto con los zarandeos de la política imperial estadounidense nos obliga a deslindarnos sin remedio de los caminos trillados. Y la única manera de reinventar ese camino es proponernos superar esta larga y desgastante etapa de administración de la crisis, para comenzar a gobernar el desarrollo, para lo cual el tiempo no es una variable cualquiera.
Como es bien conocido, este proyecto de sanación nacional llega tras numerosos años de resistencias y deterioros y, en consecuencia, debemos movernos en una cuerda mágica de velocidades: ni tan rápido que nos conduzca a un accidente fatal, ni tan lento que nos aleje de la meta. Hay que ser tan prudentes como atrevidos sobre el acelerador.
Basta mencionar, por ejemplo, entre las bendiciones del conjunto de medidas anunciadas, el desgastante y desmovilizador costo que representó no haber movido durante tantos años el salario en sectores que, si bien no producen bienes materiales, sí generan bienes sociales, espirituales y simbólicos extraordinarios.
Recordemos que análisis y decisiones de estos años fueron reveladores de que en diversos aspectos proyectados en la transformación campean las dilaciones, al amparo del burocratismo y de esa sombra paralizante que Raúl ha definido como la «vieja mentalidad», más allá de los graves impedimentos externos que confluyen sobre nuestro proyecto de país.
Por supuesto, que esas resistencias y vieja mentalidad sería el peor servicio que le brindemos a la esperanza, que no es una palabra cualquiera en el vocabulario político, mucho menos en la práctica revolucionaria. Ese vocablo tiene un significado ya de por sí desafiante en el diccionario, cuánto más no lo tendrá en los registros sentimentales de la compleja vida humana y, por supuesto, de la cubana.
Los momentos de crisis son los que exigen las mejores y más atrevidas decisiones, para que la esperanza y la fe, esas delicadísimas damas espirituales, sean sacudidas también como ocurrió esta semana.