A la prensa le corresponde estar más pegada que nunca a los acontecimientos de la época en que la información rueda vertiginosa día y noche por las redes sociales, muchísimas veces hasta inventada y en otras ocasiones desvirtuando el hecho real con meras estupideces que comparten, de manera consciente o despistada, una legión de internautas.
Es la única vía para atajar el maremoto de boberías que muchos echan a rodar por conveniencia para confundir a los ilusos y crear un aspaviento en las redes sociales, que le ha dado voz a cada personaje que le ronca el merequetén.
Obvio, tampoco la función de la prensa resulta estar pendiente de los chismes, de los disparates, de las calumnias, desaguisados e inventos, piezas medulares de esas redes. Pero siempre resulta bueno tirarles una ojeada perspicaz.
Lo que se requiere en las circunstancias actuales es que el periodista tenga lo más expedito posible, el caudal de datos necesarios para ejercer su encargo social, que pasa, más allá del análisis agudo de los acontecimientos, por la oportuna información.
Tampoco voy propiamente, por si acaso alguien lo olfateó en esos párrafos de arriba, al trillado tema de los avatares entre las fuentes de información y la prensa, cuestión más vieja que Matusalén, todavía sin un horizonte despejado cabalmente.
Esa demora de muchas entidades en ofrecer información, a espaldas de su obligación pública, por ironías de la vida lo vino a resolver en cierta medida Internet por la sencilla razón de que cualquiera con su celular retrata, filma y describe cualquier hecho aciago o, simplemente, un tumulto en una cola a lo que le cuelgan los mil y un demonios.
En otras palabras: si ocurre un accidente, un incendio, se cae un edificio, desarticulan una red de malhechores o le cae un trueno a cualquiera, de inmediato alguien va para la red de redes sin tener que investigar con nadie y son descritos los trances como se le ocurra al que lo cuelga en el ciberespacio.
La contrapartida para fijar con exactitud lo sucedido la posee la prensa, que debe actuar con prontitud, empezando por sus páginas web, pero a la fuente que le corresponde explicar y detallar lo acontecido no debe dormirse en los laureles.
Esa práctica de moverse rápido tras el hecho tiene sello internacional. Basta que ocurra una desgracia en cualquier lugar para que, de inmediato, las publicaciones digitales, de mayor y menor peso, las desmenucen con una cobertura basada en declaraciones obtenidas, hasta por teléfono, de cuantos tengan que ver con el hecho, incluida la policía.
Lo pueden realizar porque las fuentes atienden de inmediato el reclamo periodístico o, simplemente, comienzan a colgar información en las redes sociales de Facebook y Twitter para esclarecer, fijar causas y descabezar insensatas especulaciones con el fin de apagar la incertidumbre que estampa el silencio ante cualquier hecho de connotación social.
En honor a la verdad, debemos reconocer cómo en los últimos tiempos nuestras fuentes, ante un accidente de cierta magnitud, facilitaron información de una manera más rápida e, incluso, manteniendo un contacto sistemático con la prensa.
Actuar de ese modo, para evitar el ridículo, como ha ocurrido, resulta estar en sintonía con la manera en que palpita el mundo en materia de información y comunicación, que pasa irremediablemente por utilizar provechosamente la Internet.
A pesar de esa vieja verdad sobre la cual existe una kilométrica teoría, solo de manera reciente empezaron a aparecer páginas web de los gobiernos provinciales, mientras el debut de nuestro Presidente en la red social Twitter impulsó, hacia arriba y hacia abajo, sumar allí una presencia de primerísimo nivel en función de la verdad y de la defensa de la Revolución.
Se acabó el monopolio de la información, pero están presentes con renovados bríos la manipulación y, peor todavía, las mentiras envueltas como verdades que debemos desmotarlas, sin muela ni teque, sino con contundentes datos que debemos tener al alcance de la mano.